Cuando China venga a llevarse a Winnie Pooh...

Nicholas D. Kristof
13 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

¿Qué pasará cuando los censores chinos traten de llevarse a Winnie Pooh? ¿Acaso vamos a entregarles al osito de peluche de mala gana? ¡Perdón, Winnie, pero China es un mercado importante!

Winnie Pooh ha sido vetado del internet y de los cines de China debido a que algunos comentaristas sarcásticos sugirieron que se parecía al corpulento presidente Xi Jinping. Sin embargo, a Xi no le basta con censurar la información en su país nada más; ahora quiere hacer lo mismo con nuestros debates en Occidente.

Ese es el trasfondo de la reacción disparatada de China a un tuit publicado por Daryl Morey, mánager ejecutivo de los Houston Rockets, en el que se solidarizaba con las manifestaciones prodemocráticas en Hong Kong.

Cuando la NBA llegó a China en la primera década del siglo XXI, planteó el argumento convincente de que ese compromiso ayudaría a llevar nuestros valores a China. Pero, por el contrario, el Partido Comunista está explotando la codicia de la NBA para traer sus valores a Estados Unidos.

China también está obligando a American Airlines a tratar a Taiwán como si fuera parte de China, y hostigó a Mercedes-Benz hasta que se disculpó por citar las palabras del dalái lama. Hizo que Marriott despidiera a un empleado por “darle me gusta indebidamente” a un tuit publicado por una organización que apoya la independencia del Tíbet.

No hay mucho que podamos hacer ante la intimidación que el dictador Xi infunde en sus ciudadanos, pero no deberíamos permitir que reprima el diálogo en nuestro país.

No obstante, permítanme interrumpir esta diatriba para dar un poco de contexto necesario. Los que criticamos a Xi también debemos tener la humildad de reconocer que el índice de mortalidad infantil ahora es más bajo en Pekín que en Washington, D. C., que China ha establecido nuevas universidades a un ritmo de una por semana y que las escuelas públicas de Shanghái hacen que nuestro sistema escolar dé lástima.

Así que, en efecto, hay que combatir la represión china, y alzar la voz cuando China detiene a por lo menos un millón de musulmanes, en lo que podría ser el internamiento más grande de gente con base en su religión desde el Holocausto. Sin embargo, también cabe señalar que China ha ayudado a sacar a más gente de la pobreza con mayor rapidez que cualquier otra nación en la historia. En lo que respecta a China, siempre es útil tener en mente al menos dos ideas contradictorias al mismo tiempo.

La ansiedad de Xi respecto del internet, la religión, los manifestantes de Hong Kong e incluso Winnie Pooh acentúa sus inseguridades. Al parecer, a Xi le aterra que se infiltre información real en la cámara de eco que es China y socave el culto a la personalidad que su departamento de propaganda ha creado en torno a la figura de un “tío Xi” inofensivo.

Podemos explotar el miedo de Xi para obtener influencia —y así quizá mermar un poco el nacionalismo chino— con tres medidas.

La primera debe ser plantear el bloqueo de China a los sitios noticiosos externos y las plataformas de redes sociales como un problema comercial ante la Organización Mundial del Comercio. En su nuevo libro, Schism, acerca de China y el comercio global, Paul Blustein explica cómo Estados Unidos podría unir fuerzas con otros países para plantear la cuestión como un asunto comercial con base en el acuerdo de la OMC. Los expertos en comercio no están seguros de que el argumento vaya a funcionar, pero vale la pena intentarlo.

Una segunda medida que debería tomar Estados Unidos es invertir más en tecnologías para eludir la censura en internet a fin de ayudar a los civiles chinos a traspasar el Gran Cortafuegos y leer noticias libres de censura. Estados Unidos gasta más de USD 700 millones al año en programas de difusión que llegan a rincones del mundo donde la gente suele tener dificultad para acceder a la información, pero solo invierte sumas mínimas para ayudar a los ciudadanos de países cerrados a acceder al internet abierto.

Richard Stengel, quien fue subsecretario de Estado y estuvo involucrado en estos programas, me dijo que, en general, estaba de acuerdo con que Estados Unidos debería invertir más en tecnologías de elusión de censura. “Eso va de acuerdo con los valores estadounidenses”, afirmó. “Yo estaría a favor”.

A algunos funcionarios estadounidenses con los que he hablado les preocupa que esto enfurezca a Xi. Sí, tal vez reaccione de esa manera. Honestamente, tampoco sabemos con certeza cuántos chinos quieren tener acceso al internet externo, pues no hacen tanto uso de herramientas como Ultrasurf y Psiphon, que ya les permiten hacerlo (con un poco de dificultad).

Esas son inquietudes válidas, pero me preocupa aún más el ascenso del nacionalismo en China, inculcado en parte por el sistema educativo y la maquinaria propagandística del Partido Comunista. A lo largo de décadas, he visto cómo un flujo más libre de información puede llegar a liberar mentes y pueblos, y el mundo estaría en una mejor situación si ese proceso sucediera en China.

Después, se debe tomar una tercera medida todavía más delicada y peligrosa: la comunidad de inteligencia de Estados Unidos debería recopilar información sobre la corrupción en la que ha incurrido la familia Xi, gracias a la cual ha amasado una fortuna enorme, e insinuar que, si China lleva a cabo una represión brutal contra Hong Kong o un ataque contra Taiwán, esta información será revelada. Ese es el mayor temor de Xi, y no deberíamos desperdiciar la oportunidad.

Aprecio mucho a China y creo que podemos entablar relaciones con ella. Deberíamos tratar de concretar un acuerdo comercial y cooperar en todo tipo de retos, desde el cambio climático hasta el tráfico de drogas. Pero debemos rechazar los esfuerzos de Xi de reprimir la libertad de palabra no solo en China, sino también en Estados Unidos.

De otro modo, si las empresas estadounidenses siguen doblegándose, algún día “el tío Xi” vendrá a tocar a nuestra puerta y nos pedirá que le entreguemos a Winnie Pooh.

(c) The New York Times.

 

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