Anacronismo y egoísmo en tiempos del paro

El Espectador
01 de diciembre de 2019 - 05:00 a. m.
¿Cómo alcanzar el bienestar? Esa parecería ser la pregunta central, que no se puede contestar con estigmatización ni pensando en el problema particular de cada quien. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador
¿Cómo alcanzar el bienestar? Esa parecería ser la pregunta central, que no se puede contestar con estigmatización ni pensando en el problema particular de cada quien. / Foto: Gustavo Torrijos - El Espectador

Si uno escucha ciertas voces del debate público nacional, parecería como si Colombia estuviese en medio de la Guerra Fría. Acusaciones de comunismo, intervención rusa o en general conspiración internacional han sido usadas para estigmatizar a los marchantes. Por otro lado, los sindicatos que convocaron inicialmente al paro nacional han sido incapaces de ver las raíces del malestar profundo que su llamado despertó en la ciudadanía general y que va mucho más allá de sus peticiones puntuales. Colombia no puede entablar un diálogo nacional como el que se ha planteado como salida a la crisis entre anacronismos y egoísmos.

El último en sumarse a las declaraciones absurdas fue el expresidente Andrés Pastrana. En su cuenta de Twitter, escribió que “el Nobel de Paz #Odebrecht (Juan Manuel Santos) y sus compadres políticos pretenden dar un golpe de Estado”. La obsesión de un sector político con la influencia supuestamente omnipresente de personajes como el expresidente Santos, o el excandidato presidencial y senador Gustavo Petro, oscurece el debate. Cierra el diálogo que se dice estar promoviendo.

Lo propio puede decirse de los líderes que originalmente convocaron al paro nacional. Las peticiones que han puesto sobre la mesa en el diálogo, aunque importantes, demuestran la dificultad de transmitir el malestar generalizado a políticas públicas concretas. Si se cumplieran los 13 puntos presentados en el pliego de condiciones, ¿eso calmaría el inconformismo que ha encontrado en las cacerolas el mecanismo adecuado para expresarse? Lo dudamos mucho.

Lo fascinante de las marchas del 21 de noviembre es que despertaron algo en un grupo heterogéneo de ciudadanos. La principal crítica que se le ha hecho al paro, que está lleno de reclamos variopintos y difíciles de articular, es una muestra de que el problema es mucho más profundo. Los ciudadanos les están transmitiendo su angustia a unas instituciones incapaces de responder a sus expectativas.

Es por eso que el anacronismo es tan peligroso. No solo pasa en Colombia: en todo el mundo estamos viendo el crecimiento de los indignados ante la ausencia de una narrativa de sociedad que sea capaz de enfrentar los grandes retos de nuestros Estados. El problema no es el aumento del precio del metro, o una ley de extradición, o un salario mínimo por horas: esos son pequeños detonantes, síntomas de que la estructura del sistema está temblando. Las ideas del capitalismo, el neoliberalismo y el comunismo, así como la democracia liberal, que fueron determinantes el siglo pasado, se han quedado sin gasolina y sin capacidad de adaptarse a las grandes preguntas modernas. Ante la emergencia climática, la desigualdad, la automatización y todo lo que viene con ellas, ¿cómo puede responder el Estado?

Es ese el marco, nos parece, en el que se debe encuadrar esta conversación nacional. No se trata de ver quién gana políticamente y quién pierde, sino de encontrar respuestas. Eso pasa por cambiar el discurso. ¿Cómo alcanzar el bienestar? Esa parecería ser la pregunta central, que no se puede contestar con estigmatización ni pensando en el problema particular de cada quien. El malestar no se calmará con tres días sin IVA, ni con líderes sindicales que permanecen en una retórica caduca y cortoplacista. Las cacerolas son un grito, abstracto y angustioso, por cómo vamos a construir el futuro del país.

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