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El presidente de la República, Gustavo Petro, vio a cientos de miles de colombianos tomarse las calles y decidió entrar en negación. Su respuesta a los marchantes, en la que los tildó de desinformados, de añorar “la represión abierta, las masacres paramilitares y los asesinatos de jóvenes” y de querer “tumbar el gobierno popular y matar al presidente”, muestran que cuando convoca al “pueblo”, se refiere solo a quienes están de acuerdo con su plan de gobierno. En el juego de contar cabezas en las calles en que anda empeñado, el mandatario pidió que las manifestaciones del próximo 1.° de mayo sean una respuesta. Es decir, seguiremos en perpetua campaña política, porque la propuesta de tender puentes con los diferentes quedó en ascuas. Paradójico: al atrincherarse en su incapacidad de reflexión, el presidente Petro permite que sea la oposición más radical la que dicte los términos que definirán su mandato. El resto del país queda condenado a padecer la polarización y ver crecer los extremismos.
Condenamos a quienes pidieron actos de violencia contra el presidente de la República. También merecen rechazo vehemente quienes piden un golpe de Estado que no permita que el gobernante termine su periodo constitucional. En eso no hay campo a mayor discusión. Empero, reducir la manifestación de cientos de miles de personas a sus versiones más radicales es una forma rastrera de manipulación. ¿No se lamentaba la izquierda cuando salía a marchar y el presidente de turno se concentraba en la violencia de unos pocos para deslegitimar toda la protesta? ¿No se sentían infantilizados cuando los mandatarios respondían diciendo que salieron a marchar desinformados? ¿No aprendió nada el presidente de la República de subestimar a quienes se le oponen?
Lo curioso es que dentro del Gobierno hubo voces sensatas. Luis Fernando Velasco, ministro del Interior, dijo que las marchas enviaban “un mensaje político que [sabrán] recibir” y que el Ejecutivo no es solo para quienes están de acuerdo con este, “sino también para aquellas personas que tengan una voz crítica”. Laura Sarabia, mano derecha del presidente y directora del Departamento Administrativo de la Presidencia de la República, escribió que “esta es una semana que como gobierno debemos afrontar en reflexión y autocrítica”. Iván Cepeda, senador clave del Pacto Histórico, explicó que el deber del Ejecutivo es “escuchar la inconformidad y las críticas de la ciudadanía y la oposición”. No era tan difícil tener una respuesta razonable a lo ocurrido, pero el presidente Petro decidió seguir atrincherado en sus rencillas eternas.
No se trata de sobredimensionar las marchas. Hemos sido críticos de la democracia plebiscitaria entendida simplemente como quién es capaz de sacar más personas a las calles. Se trata, sí, de comprender que el presidente lo es de todos los colombianos, que el Gobierno ha cometido errores, que el descontento es un lenguaje político válido y que no se puede responder con agresividad siempre que hay una crítica.
Si el presidente Petro decide gastar los años que le quedan de mandato hablando de golpe de Estado y destilando el mismo odio que dice recibir, en la práctica habrá permitido que sus oponentes radicales definan su Presidencia. Un final lamentable para el primer gobierno de izquierda en Colombia.
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