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El próximo procurador general de la Nación, Gregorio Eljach, ha dado señales inequívocas de estar al tanto de las principales críticas contra el Ministerio Público y, en particular, su elección. En entrevista con El Espectador publicada este domingo, envió un mensaje de tranquilidad, de protección de la democracia y, ante todo, de independencia. Le pesa, sin embargo, haber llegado allí con una votación masiva en el Congreso, en medio de candidaturas altamente politizadas, y con preguntas abiertas sobre la capacidad de la Procuraduría de recuperar la confianza de los colombianos.
Eljach le dijo a El Espectador lo que muchos habíamos pedido oír del próximo procurador. “No me parece que desde ya, a unas pocas horas de haber sido elegido, ya se esté tachando, negando, siendo fatalista, con la gestión de una persona a la que todavía no se le ha dado la oportunidad de ir a conocer la fachada del edificio”, dijo. En un editorial previo a su elección, nos lamentamos que la Corte Suprema de Justicia, el Consejo de Estado y el mismo presidente de la República decidieran nominar personas que hacen parte de las entrañas de la política. En el caso de Eljach, sus 12 años como secretario del Senado lo convirtieron en un candidato inofensivo para todas las fuerzas políticas. Sobre eso, el servidor público marca distancia: “tengo carácter, personalidad, mi propia forma de hacer las cosas y defenderlas. Por lo tanto, puedo garantizar que la participación del presidente es solo para postular, y la participación de los congresistas es elegir, pero ahí la criatura crecerá y caminará sola y responderá ante Colombia entera”.
Suena bien, por supuesto, y también denota un diagnóstico adecuado de la raíz de la desconfianza que produce la Procuraduría. Sin embargo, los hechos de su labor son los que determinarán si en efecto puede aterrizar esas promesas. Hemos visto numerosas cabezas de los entes de control que juran autonomía en sus discursos, pero tienen actuaciones que afectan la institucionalidad.
La manera de actuar de Eljach será fundamental especialmente por algo que dijo en la entrevista. Ante las voces que han pedido la desaparición o la reforma estructural de la Procuraduría, incluyendo el editorial de este periódico, el próximo líder de la Procuraduría dijo: “Sobre la existencia o no del Ministerio Público, para mí, no tiene sentido. Si yo aspiré y fui elegido y me voy a posesionar como procurador, no es como sepulturero de la misma, es para repotenciarla”. Difícil. Especialmente porque el problema de la Procuraduría no es la falta de potencia, sino todo lo contrario: un abuso de la discrecionalidad de sus grandes poderes sancionatorios. Hoy es una entidad gigante, plagada de burocracia y de cuestionamientos, acostumbrada a escándalos que incluso han llegado a los tribunales internacionales. Aunque Eljach habló de esperar una sentencia del Consejo de Estado para promover un proyecto de ley que corrija el choque con la Corte Interamericana de Derechos Humanos, sus respuestas, hasta ahora, son abstractas. No reconoce que la crisis de la Procuraduría surge en un mal diseño constitucional. Eso puede ser una fórmula para el desastre.
Dicho lo anterior, el próximo procurador pidió el beneficio de la duda y, por supuesto, lo merece. Su discurso muestra buena voluntad, así que el país está a la espera de que sus acciones evidencien coherencia.
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