Después de las bombas lanzadas desde drones, de los vehículos quemados y de los disparos, los cadáveres se empezaron a contar, arrastrados por personas que los sacaron del bosque donde estaban. Las autoridades de Río de Janeiro dicen que los más de 120 muertos (las cifras están disputadas) hacen parte del Comando Vermelho, la segunda organización narcotraficante más grande en Brasil. Sin embargo, hay quienes se preguntan por qué hay tantos tiros de gracia, tantas muertes con cuchillos, y por qué las fuerzas del orden, en su intervención, entraron a matar sin discriminar contra quién lo hacían. Así, el país más grande y poderoso de la región se sigue hundiendo en una lucha a muerte y sin salida contra el narcotráfico.
Los relatos de lo ocurrido en Río de Janeiro nos traen los ecos de la operación Orión en Colombia. De repente, 2.500 policías del gobierno local entraron a un territorio controlado por grupos criminales con el objetivo de “liberarlo”, lo que en la práctica significó una guerra a muerte. Cláudio Castro, gobernador bolsonarista y responsable político de la intervención, dijo que se trató de un “éxito”, de un “duro golpe contra el crimen” y que “Río de Janeiro está sola en esta guerra”. Con ese último mensaje muestra cómo el movimiento de ultraderecha brasileño quiere luchar contra la posible reelección del actual presidente, Lula da Silva. El Gobierno federal ha pedido respuestas por lo ocurrido y el mandatario expresó su desconcierto al no ser informado de lo que iba a ocurrir.
Si las lecciones de Colombia sirven de algo, es que, una vez pasa el humo de la intervención, empiezan a surgir los relatos que se silenciaron mientras ocurría. El fotógrafo brasileño Bruno Itan, de los pocos periodistas que pudo estar en la zona durante el conflicto, le dio una declaración angustiante a BBC Mundo: “[Los cuerpos] estaban decapitados, completamente desfigurados (...) sin rostro, sin media cara, sin brazos, sin piernas (...) Y lo que realmente me impactó fue la cantidad de cuerpos con heridas de arma blanca; hay muchas fotos donde se ve que fue un arma, el efecto de un arma blanca”. Las organizaciones de derechos humanos están en el proceso de identificar quiénes fueron las personas asesinadas.
Sí, el narcotráfico y la inseguridad son dos retos enormes que enfrenta Brasil. Según cuenta El País de España, “para casi nadie en Río de Janeiro era un secreto que los soldados del Comando Vermelho se movían a su antojo por la zona boscosa que ocupa la hondonada entre las dos grandes barriadas de favelas que son guarida del grupo criminal carioca, que tiene tentáculos por la ciudad y casi todo Brasil. En ese terreno accidentado, cubierto por vegetación, entrenaban los narcotraficantes tácticas de tiro o de combate, hacían guardias de vigilancia y, si la policía apretaba por las callejuelas cercanas, era una ruta crucial para huir”. La lucha de las autoridades contra estos grupos se ha vuelto cada vez más letal, lo que lleva a la pregunta necesaria: ¿es posible “erradicar” el narcotráfico a punta de fuego y sangre?
La respuesta que da la historia de Brasil y también la de Colombia es que no. La violencia engendra más violencia mientras que las desigualdades estructurales y la falta de verdadera presencia estatal permiten que los líderes del narcotráfico sean reemplazables. La tragedia es que seguimos contando muertos, mientras los discursos se radicalizan prometiendo soluciones fáciles que no existen.
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