La maestra Camila

Sorayda Peguero Isaac
18 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

Cuando la nueva reclusa se acostó en el catre, con las piernas colgando por fuera del colchón, las presas más jóvenes reprimieron un ataque de risa. Era una mujer de gesto serio, erguida en una estatura imponente. La trajeron a la Cárcel de Mujeres de Guanabacoa porque acompañó a un grupo de gentes de letras a recibir a un tal Clifford Odets, un dramaturgo comunista que llegó al muelle de La Habana causando gran revuelo.

Camila Henríquez Ureña tenía el semblante de una dama distinguida. No quiero decir que fuera distante, ni que nos mirara a nosotras, el resto de las presas, con aires de vanidad. La suya era una manera discreta de ser distinguida. La maestra Camila, como empezamos a llamarla, podía contar historias sin leerlas directamente de un libro. Había en su voz, en su manera de decir las palabras de los otros y las propias, el sentimiento auténtico de quien se conmueve y es capaz de conmover.

Lo llevaba en la sangre. La madre —que murió siendo aún muy joven—, el padre y sus tres hermanos mayores también eran gentes de letras. Una familia de intelectuales dominicanos de los que la maestra Camila hablaba con la reverencia que se les dedica a las cosas sagradas. “Hay que leer un libro cada día”, nos aconsejaba. Pero algunas de nosotras éramos esclavas de la rancia moral de la época que, por ser mujeres pobres, nos confinaba a las mazmorras de la incultura. La maestra Camila nos decía que lo importante no eran los lugares en los que habíamos estudiado. “Es el esfuerzo personal y el interés, el constante entusiasmo en el estudio; es el sentirlo como una necesidad ineludible; es que nos parezca tan imposible dejar de estudiar como dejar de respirar”.

Apenas hablaba de sí misma. Nosotras le preguntábamos con insistencia sobre sus viajes en barco y su infancia en Santo Domingo. Ella se mostraba reticente a hablar de sus logros académicos. Por una de sus compañeras supimos que tenía un doctorado en Pedagogía y otro en Filosofía y Letras. Militaba en la lucha feminista. Dictaba conferencias. Tenía estudios de canto, equitación y danza. Había enseñado en escuelas de Cuba y de Estados Unidos. Además leía y escribía en varios idiomas. La maestra Camila tenía la sensación de que a la historia de su vida le faltaba el principio, la raíz que sostiene todo lo que viene después. Lo que vino después, ocho años más tarde de la muerte de su madre, fue el exilio cubano de su familia por razones políticas. Recuerdo que también le preguntábamos por ella, su madre, la maestra, la poeta delicada de quien había heredado su primer nombre: Salomé.

Una noche, sentada en el viejo camastro, con la espalda pegada a la pared de una celda que parecía iluminarse con el timbre de su voz, la maestra Camila volvió a leer para nosotras: “¡Eran tres, siempre los tres!: Rosa, Pinín y la Cordera. El prao Somonte era un recorte triangular de terciopelo verde tendido, como una colgadura, cuesta abajo por la loma”. Nos estaba leyendo un cuento del escritor Leopoldo Alas, mejor conocido como Clarín. Hablaba de dos huérfanos de madre que vivían con su papá en un pueblito del norte de España. Los hermanos se habían encariñado con una vaca, la Cordera. El lazo que los mantenía unidos al animal estaba hecho de una materia sólida que pronto habría de romperse.

—Y Rosa y Pinín miraban con rencor la vía, el telégrafo, los símbolos de aquel mundo enemigo que les arrebataba, que les devoraba a su compañera de tantas soledades, de tantas ternuras silenciosas, para sus apetitos, para convertirla en manjares de ricos glotones.

—¡Adiós, Cordera!

Al final del cuento, ni las reclusas veteranas, ni las más jóvenes, pudimos reprimir el llanto. Aunque algunas éramos simples obreras, campesinas de manos callosas que ignorábamos el placer de la lectura, la maestra Camila nos trataba como si lo comprendiéramos todo, como si fuéramos, junto con ella, las piezas esenciales para el engranaje de una máquina de andadura perfecta. A nosotras nos parecía magia. Ella lo llamaba sensibilidad.

Continuará.

Leer “La maestra Camila (segunda parte)”

sorayda.peguero@gmail.com

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