
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En respuesta al editorial del 6 de octubre de 2025, titulado “Sí, los colegios deben entrar mucho más tarde”.
El editorial “Sí, los colegios deben entrar mucho más tarde”, publicado en su diario, evidencia una desconexión preocupante con la realidad geográfica, climática y socioeconómica de Colombia. Si bien es válida la preocupación por el bienestar estudiantil, la propuesta de imponer un horario único nacional de entrada a las 8:30 a. m. representa un trasplante acrítico de estudios anglosajones que ignora las particularidades de un país tropical y megadiverso.
El editorial se fundamenta exclusivamente en investigaciones de Estados Unidos, Reino Unido, Hong Kong y Nueva Zelanda, países con climas templados y realidades educativas radicalmente diferentes, donde en la estación cálida no hay actividad escolar. Colombia, por el contrario, es un país donde el 80 % del territorio se ubica en el piso térmico cálido (0-1000 msnm), con temperaturas superiores a 24 °C que frecuentemente sobrepasan los 30 °C en regiones como la Costa Caribe, los Llanos Orientales y el Valle del Cauca. Es preocupante cómo el editorial omite estudios que demuestran que cada grado de temperatura por encima de 30 °C reduce el rendimiento académico en un 1 %, mientras propone que los estudiantes de Barranquilla, Cartagena o Cúcuta estudien en las horas de mayor calor.
Las investigaciones internacionales sobre el impacto del calor en el aprendizaje son contundentes al señalar que las altas temperaturas afectan la concentración, la memoria de trabajo y el rendimiento en tareas complejas. Un estudio de Harvard y de la Universidad de Georgia, con más de 10 millones de estudiantes, confirmó que el calor impacta acumulativamente en el desarrollo cognitivo. Por esta razón, en muchas regiones tropicales colombianas, iniciar la jornada a las 6:00 a. m. no es un capricho administrativo, sino una estrategia pedagógica para aprovechar las horas más frescas del día, cuando la capacidad de concentración es óptima.
La propuesta también desconoce la realidad de la infraestructura educativa colombiana. Solo el 20 % de los colegios oficiales cuenta con jornada única; el resto opera en doble jornada por falta de infraestructura. Según la Secretaría de Educación de Bogotá, eliminar la doble jornada requeriría construir más de 400 colegios nuevos, una meta que tomaría décadas. Imponer una norma única de entrada a las 8:30 a. m. agravaría este problema, reduciendo drásticamente la cobertura educativa o forzando jornadas escolares que terminarían a las 5:00 o 6:00 p. m., cuando las temperaturas en ciudades como Cali o Santa Marta son insoportables.
Lo sensato no es rechazar el debate sobre los horarios escolares, sino abordarlo desde la diversidad regional. La solución no puede ser una norma homogénea para un país con cuatro pisos térmicos, donde la temperatura en Bogotá (14 °C promedio) contrasta radicalmente con la de Riohacha (28 °C promedio). Cualquier reforma debe reconocer que las necesidades de un estudiante en el altiplano cundiboyacense son distintas a las de uno en la costa o los llanos.
Colombia no necesita importar soluciones pensadas para otros climas y realidades. Necesita políticas educativas que respeten su extraordinaria diversidad geográfica, que inviertan en infraestructura adecuada (incluida la climatización en zonas cálidas) y que permitan a las regiones adaptar los horarios a sus condiciones particulares. El centralismo en política educativa es tan contraproducente como ignorar el termómetro.