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En respuesta al editorial del 25 de mayo de 2024, titulado “Los colombianos se polarizan y se aíslan”.
Resulta ocioso tratar de minimizar el riesgo que implica una sociedad polarizada o radicalizada, porque una radicalización extrema significa la ausencia de diálogo. En nuestro país eso ha sido la constante, algo corriente, cotidiano, desde que próceres o líderes como Simón Bolívar iniciaron el venturoso camino de la emancipación. Baste recordar el número de guerras civiles que han desangrado al país, particularmente en el siglo XIX, y la violencia que se suscitó después del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en 1948.
El venturoso camino de la emancipación hasta ahora no ha tenido un final feliz y mucho menos en el caso de América del Sur, objetivo original del nacido en Caracas. Se han logrado, no obstante, algunas metas parciales muy importantes, como, por ejemplo, el surgimiento de movimientos nacionalistas en cada país lo suficientemente fuertes, con lo cual adquirió sentido la lucha por los derechos esenciales de la democracia o los ideales republicanos.
Conformar una nación, empero, y librarse de los regímenes autoritarios no han sido tareas sencillas, de acuerdo con la experiencia. Al culminar la guerra contra España, luego de la Batalla de Ayacucho, la cuestión política se encumbró en un primer plano y esto tuvo como consecuencia la lucha enardecida en que distintos grupos sociales se embarcaron tratando de llenar el vacío de poder dejado por los españoles. El mismo Bolívar era un hombre autoritario en la medida en que tuvo formación militar y fue muy crítico de sistemas políticos como el federalismo, forma de gobierno que exhibe precisamente Venezuela desde 1811.
En Colombia la falta de diálogo ha sido una constante, pero no solo hay excepciones, sino que la ausencia de diálogo no ha derivado en golpes de Estado o regímenes dictatoriales al estilo de Augusto Pinochet. Solo quiero referirme a los hechos, no es que pretenda ignorar que el autoritarismo ha sabido vestirse antes con ropajes democráticos.
Recordemos, además, que la oportunidad de firmar el Acuerdo de Paz con las FARC-EP solo se materializó con el gobierno de Juan Manuel Santos y no antes, por supuesto. Dicho acuerdo también es fruto del diálogo, a pesar de sus falencias y dificultades.
Aunque los logros constitucionales reunidos en la Constitución de 1991 han venido siendo cedidos de manera negligente al primer postor, para parodiar una frase de Luis López de Mesa, dicha carta política es igualmente producto del diálogo y la concertación. De otro lado, también es posible explicar la radicalización, no solo en términos políticos, a partir de cuestiones económicas, puesto que la desigualdad social continúa siendo un palo en la rueda bastante grande para nuestra democracia, para el entendimiento entre las personas; de ahí, en parte, las llamadas burbujas o el aislamiento entre grupos sociales.
Consciente, finalmente, de que la lucha contra la radicalización también pasa por un cambio cultural, sigo siendo optimista y coincido con las respuestas planteadas en el editorial para hacer frente al fenómeno de la polarización, como, por ejemplo, pedirles a los políticos que abandonen cualquier retórica incendiaria. Es algo elemental.
Por Julián Darío Montoya Marín
