Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En respuesta al editorial del 23 de noviembre de 2022, titulado “Hasta un brazalete prohíbe la FIFA”.
La FIFA ha privilegiado los intereses económicos sobre los derechos humanos. Un gesto que parecía trivial puso en evidencia que la libertad de expresión no es una opción para los jugadores y equipos de fútbol. Se trataba del uso de un sencillo brazalete que siete selecciones europeas querían que portaran sus respectivos capitanes. Este brazalete decía “One Love” (“Un solo amor”), cuyo propósito era mostrar solidaridad con la comunidad LGBTI y protestar contra quienes atentan contra sus derechos.
Así mismo, la FIFA se ha hecho la de la vista gorda frente a los abusos que han sufrido los obreros que construyeron los estadios para el Mundial y las prohibiciones que han impuesto las autoridades cataríes a los hinchas. Sin embargo, ante el cuestionamiento de varias organizaciones defensoras de derechos humanos, al presidente de la FIFA, Gianni Infantino, solo se le ocurrió decir: “Me siento catarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador migrante. Me siento como ellos y sé lo que es sufrir acoso de pequeño. Era pelirrojo y sufrí matoneo”. Palabras que solo tratan de minimizar la gravedad del asunto.
El sentimiento que expresa el presidente de la FIFA es una evidente ridiculización de las personas que pertenecen a comunidades que han sido discriminadas en la historia de la humanidad. ¿Acaso el ser africano, discapacitado, migrante o gay es un sentimiento? Ciertamente no es así. La identidad de estas personas ha sido conformada a partir de condiciones materiales como el lugar de nacimiento, las particularidades corporales, las condiciones político-sociales o las preferencias sexuales. Claramente no se trata de sentimientos ni de situaciones a las que se pueda renunciar por la sola voluntad.
No se pretende restar importancia al matoneo que sufrió Infantino por ser pelirrojo. Toda situación de matoneo es igualmente reprochable. Sin embargo, es bastante dudoso que las oportunidades educativas y laborales de Infantino se hayan obstaculizado y es muy poco probable que su vida haya estado en peligro a causa del color de su cabello.
Lo más lamentable de toda esta situación es lo expresado por un conjunto de varias selecciones en un comunicado que dice: “Como federaciones nacionales no podemos poner a nuestros jugadores en una posición en la que puedan enfrentar sanciones e incluso recibir tarjetas, así que les pedimos a nuestros capitanes no usar los brazaletes en los juegos de la Copa del Mundo”. Expresión que es una clara muestra de derrota frente a las disposiciones de la FIFA y los intereses cataríes.
Muy buen trabajo en equipo, pero muy poco trabajo solidario. Se unen para someterse, pero no para oponerse contundentemente a la FIFA. ¿Acaso no se dan cuenta de que la FIFA, que es una empresa privada, pierde todo su poder si no cuenta con equipos de fútbol? ¿Qué sería del Mundial sin Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, Países Bajos ni Suiza? ¿No creen que la renuncia al Mundial de estas selecciones hubiera inspirado a otras en el propósito de defender los derechos humanos?
La FIFA puede imponer multas y sanciones por doquier, pero nadie puede negar que, finalmente, debe conservar la participación de equipos europeos y americanos si quiere conservar su hegemonía y estabilidad económica. ¿De qué sirve el trabajo en equipo sin solidaridad?