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La FIFA sigue demostrando su manera de actuar caprichosa y su ambivalencia sobre la protección de los derechos humanos. Siete selecciones europeas querían que sus capitanes usaran un brazalete que dice “One Love” (“Un solo amor”), una campaña que lucha por los derechos de las personas LGBTI y una clara protesta ante la realización de la Copa del Mundo en Catar, un país con un pésimo récord de protección a esta comunidad. Sin embargo, el mensaje fue contundente y frustrante: si lo hacían, recibirían una tarjeta amarilla e incluso podrían ser suspendidos por un partido. ¿Qué sentido tiene la aplicación de reglas tan innecesarias?
Hoy, de hecho, el equipo belga no podrá utilizar la palabra “Amor” que estaba cosida en su camiseta de selección. Según la FIFA, se trata de una apelación a un evento privado, pero hay quienes dudan. Peter Bossaert, presidente de la Asociación de Fútbol de Bélgica, dijo que “todos los países están perplejos” ante la insistencia en reglas draconianas. Un comunicado en conjunto de varias selecciones dice: “Como federaciones nacionales no podemos poner a nuestros jugadores en una posición en la que puedan enfrentar sanciones e incluso recibir tarjetas, así que les pedimos a nuestros capitanes no usar los brazaletes en los juegos de la Copa del Mundo”.
Lo curioso es que ya de por sí el acto de protesta era tibio, un frustrado reconocimiento de que las selecciones están jugando en tierras donde los derechos humanos no se respetan. Los jugadores querían hacer valer un mensaje simple a favor de las personas LGBTI y la FIFA no quiso permitirlo. Como escribió Stonewall, ONG a favor de los derechos de las personas LGBTI en Reino Unido: “Al amenazar con sanciones deportivas y evitar que los jugadores usen los brazaletes de “One Love”, la FIFA está buscando esconder las críticas de violaciones a los derechos humanos bajo la alfombra. La gente LGBTI es criminalizada en Catar solo por ser quienes son”.
Hace apenas unos días, Gianni Infantino, presidente de la FIFA, hizo un comentario bastante confuso: “Me siento catarí, árabe, africano, gay, discapacitado, trabajador migrante. Me siento como ellos y sé lo que es sufrir acoso de pequeño. Era pelirrojo y sufrí matoneo”. Su punto era hacer una crítica a Europa por el cuestionamiento a Catar y decir que la FIFA, en cambio, sí está consiguiendo transformar las políticas de trato a migrantes. Sin embargo, la realidad muestra fallas por donde se le miren.
Esta Copa del Mundo ha servido para ver cómo la gobernanza del fútbol mundial está llena de hipocresía y, aun así, la FIFA es ineludible. Es un poder privado que, al final del día, impone las reglas y acepta pocas críticas. La censura al brazalete lo demuestra: incluso sobre algo tan sencillo tenían la necesidad de ejercer control.
No deberíamos olvidar que una vez acabe la Copa y los reflectores del mundo se vayan, ser LGBTI en Catar seguirá siendo una tortura, sujeta a persecución por las autoridades y en medio del silencio cómplice del resto de la humanidad.
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