En respuesta al editorial del 18 de abril de 2021, titulado “Una reforma necesaria, sin balance en el sacrificio”.
En un país donde Epa Colombia prospera, encontré desequilibrado análisis del editorial de El Espectador titulado “Una reforma necesaria, sin balance en el sacrificio” (18/04/2021).
Para empezar, desconoció que hay prioridades donde se pueden obtener más recursos, sin delegar el esfuerzo, como por ejemplo: 1) la lucha contra la corrupción, 2) la lucha contra la evasión y 3) la lucha contra el derroche de los recursos públicos.
Al exceso de gasto en burocracia destinado a las diferentes ramas del poder (incluyendo las ineficaces de control) se ha sumado el desproporcionado gasto militar y la dispersión del ínfimo gasto social, en programas tan desordenados como ineficaces. Este calificativo es relevante, pues aquí no estimulan la economía real; los auxilios no son para toda la población vulnerable y ni siquiera se equiparan al mínimo vital.
En síntesis, la reforma anunciada (y retirada) era más de lo mismo que siempre se ha hecho a cuentagotas y se ha convertido en moda en cada gobierno. Por demás, es injusto que Colombia no haya sido galardonada con el Récord Guinness de Proyectos Tributarios; solicito al gobierno Duque que haga lobby y coloque esa placa junto a la suya en el túnel de La Línea.
Para continuar, conviene entender que la verdadera motivación de la reforma era parchear el hueco fiscal, como si fuera calle de Bogotá, y su propósito real era satisfacer a las calificadoras de riesgo: no resolver los problemas estructurales de la pobreza y la inequidad.
De hecho, Duque ignoró los informes de expertos, tal como ya ha sucedido en anteriores gobiernos, y cerró la puerta a alternativas heterodoxas, como la posibilidad de apelar al préstamo del Banco de la República. Así, tal como en mejores épocas, el Gobierno estaba empeñado en enterrar a la mayoría de los emprendedores y ciudadanos, a quienes no hubiera quedado más alternativa que planear su muerte durante alguno de los días sin IVA, por aquello del recargo a los onerosos servicios funerarios.
Cultura nacional, el Gobierno evadió el problema de la concentración de la riqueza, el abuso de las exenciones y las deducciones, con las cuales es fácil maquillar las cifras para eludir impuestos al tiempo que se beneficia el consumo conspicuo y la insostenible deuda, en un país donde el salario promedio es tan precario y el desempleo y el subempleo son regla.
La reforma habría destruido la industria del huevo nacional, que competiría en inferioridad de condiciones contra los productos importados, porque ampliaba el IVA, en lugar de eliminarlo para concentrarse en intervenir la renta.
Una reforma tributaria debería regular un ingreso máximo (como proporción del mínimo) y un máximo de propiedades. El piso de tributación de las pensiones debería ser el mismo de los ingresos ($4’900.000), laborales o financieros.
En el proyecto del Gobierno no había intervención a las herencias, tampoco a la fuga de capitales golondrina. Menos aún a las “plataformas” y las comidas chatarra, como Rappi.
Mientras Biden intenta tratar temas incómodos, Duque hizo la fácil.
En respuesta al editorial del 18 de abril de 2021, titulado “Una reforma necesaria, sin balance en el sacrificio”.
En un país donde Epa Colombia prospera, encontré desequilibrado análisis del editorial de El Espectador titulado “Una reforma necesaria, sin balance en el sacrificio” (18/04/2021).
Para empezar, desconoció que hay prioridades donde se pueden obtener más recursos, sin delegar el esfuerzo, como por ejemplo: 1) la lucha contra la corrupción, 2) la lucha contra la evasión y 3) la lucha contra el derroche de los recursos públicos.
Al exceso de gasto en burocracia destinado a las diferentes ramas del poder (incluyendo las ineficaces de control) se ha sumado el desproporcionado gasto militar y la dispersión del ínfimo gasto social, en programas tan desordenados como ineficaces. Este calificativo es relevante, pues aquí no estimulan la economía real; los auxilios no son para toda la población vulnerable y ni siquiera se equiparan al mínimo vital.
En síntesis, la reforma anunciada (y retirada) era más de lo mismo que siempre se ha hecho a cuentagotas y se ha convertido en moda en cada gobierno. Por demás, es injusto que Colombia no haya sido galardonada con el Récord Guinness de Proyectos Tributarios; solicito al gobierno Duque que haga lobby y coloque esa placa junto a la suya en el túnel de La Línea.
Para continuar, conviene entender que la verdadera motivación de la reforma era parchear el hueco fiscal, como si fuera calle de Bogotá, y su propósito real era satisfacer a las calificadoras de riesgo: no resolver los problemas estructurales de la pobreza y la inequidad.
De hecho, Duque ignoró los informes de expertos, tal como ya ha sucedido en anteriores gobiernos, y cerró la puerta a alternativas heterodoxas, como la posibilidad de apelar al préstamo del Banco de la República. Así, tal como en mejores épocas, el Gobierno estaba empeñado en enterrar a la mayoría de los emprendedores y ciudadanos, a quienes no hubiera quedado más alternativa que planear su muerte durante alguno de los días sin IVA, por aquello del recargo a los onerosos servicios funerarios.
Cultura nacional, el Gobierno evadió el problema de la concentración de la riqueza, el abuso de las exenciones y las deducciones, con las cuales es fácil maquillar las cifras para eludir impuestos al tiempo que se beneficia el consumo conspicuo y la insostenible deuda, en un país donde el salario promedio es tan precario y el desempleo y el subempleo son regla.
La reforma habría destruido la industria del huevo nacional, que competiría en inferioridad de condiciones contra los productos importados, porque ampliaba el IVA, en lugar de eliminarlo para concentrarse en intervenir la renta.
Una reforma tributaria debería regular un ingreso máximo (como proporción del mínimo) y un máximo de propiedades. El piso de tributación de las pensiones debería ser el mismo de los ingresos ($4’900.000), laborales o financieros.
En el proyecto del Gobierno no había intervención a las herencias, tampoco a la fuga de capitales golondrina. Menos aún a las “plataformas” y las comidas chatarra, como Rappi.
Mientras Biden intenta tratar temas incómodos, Duque hizo la fácil.