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Crítica a una columna: Arrastrando a Guillermo León

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08 de diciembre de 2025 - 05:58 a. m.
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Resulta inquietante leer la impresión que dejó en la mente del columnista Mario Fernando Prado (“Arrastrando a Guillermo León”, El Espectador, 28 de noviembre de 2025) el atropello al monumento al expresidente Guillermo León Valencia (o tal vez de Guillermo Valencia, su padre. ¿A quién importa la diferencia?) en Popayán. Al ver, probablemente en un video que ha circulado en las redes sociales, cómo un ciudadano arrastra por las calles de la ciudad el busto del notable que adornara hasta hacía unos minutos el monumento en su honor erigido en un parque de la ciudad, reacciona el señor Prado condenando la cobardía de los ciudadanos que presenciaron el atropello (¿hubiera él intervenido indignado de haber estado presente durante el insuceso?), denunciando la ausencia del Ejército de las calles de la ciudad, prejuzgando el miedo a intervenir del supuesto agente de policía que debió estar cuidando el monumento y castigando a los pobres que se beneficiaron de la munificencia del hermano del finado presidente.

Lo que a primera vista es un acto de vandalismo que ocurre frente a un público indiferente, es mucho más que eso. Aunque injustificable, vandalizar el busto de un privilegiado a quien probablemente no conoce sino de oídas es la única forma que conoce un ciudadano, posiblemente privado de una educación aceptable y condenado a una vida de privaciones, la indignación que causa ver honrada la memoria de un personaje que solicitó, y a quién el electorado otorgó, la oportunidad de servir al pueblo colombiano y respondió, al igual que muchos de sus predecesores, ignorando las verdaderas necesidades de las mayorías desposeídas. Sin dejar de mencionar el bombardeo al grupo de campesinos del norte del Tolima reunidos para reclamar sus derechos y del uso de helicópteros de las fuerzas armadas para sus expediciones de cacería, amén de muchos otros abusos, atropellos, rechazos, desconocimientos y descuidos.

El columnista Prado desconoce que un ciudadano de la calle simplemente no tiene a su disposición otra herramienta para expresar su indignación y muy probablemente nunca ha recibido la educación necesaria para evaluar la inutilidad ni la bajeza de su acto. Un alto funcionario, un terrateniente o un magnate no necesitan expresarse de esa manera. Ellos tienen armas mucho más efectivas para manipular el sistema. Alcanzar sus objetivos a punta de comprar congresistas para conseguir exenciones tributarias, de sobornar electores ignorantes y hambrientos para manipular los resultados de las elecciones, de disfrazar de defensa de la libertad prácticas abusivas como llenar de azúcar las barrigas de los niños y de alcohol las mentes de los adultos, y de robarle al Estado a punta de contratos amañados no son herramientas al alcance del hombre de la calle.

Ni estas ni el vandalismo ni la violencia son justificables, por supuesto. La diferencia está en que el vandalismo, la violencia y también la criminalidad son consecuencia de los abusos de la clase privilegiada. Y que la clase privilegiada tiene las herramientas para solucionar de raíz las causas de la violencia, pero rehúsa utilizarlas.

Ricardo Gómez Fontana, Guapi, Cauca

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