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Sobre Petro, el culto a la personalidad y la estatua de Guillermo León

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15 de diciembre de 2025 - 05:00 a. m.

Petro y el culto a la personalidad

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En una conversación con un allegado, sostuve lo que muy acertadamente expuso Julián López de Mesa en su columna del 30 de octubre: el culto a la personalidad a los líderes. Algo que particularmente enojó a mi interlocutor fue que dijera que Gustavo Petro era un líder caótico y desordenado, que no creyera que fuera un genio y que no lo llamara “nuestro presidente”, muy al estilo del padrecito Stalin o del inexpresivo y cruel Kim Il-sung, de Corea del Norte. El culto a la personalidad es esa invención histórica que amparó transversalmente a líderes mediocres y, al mismo tiempo, crueles, como Nicolás II, Gadafi, Fidel Castro o el ya mencionado Stalin, quien no tuvo ningún aspaviento en condenar a hambrunas al pueblo ruso, ni en conformar campos de concentración. La pregunta es si, con estos ejemplos, este culto a la personalidad ha servido. Los hechos se explican por sí solos. Es mejor criticar a Petro que endiosarlo.

Rodolfo Vanegas

A propósito de “arrastrando a Guillermo León”

Recabando sobre la indignación del columnista Mario Fernando Prado (28 de noviembre) por el derribamiento de la estatua de Guillermo León Valencia en Popayán, no está por demás recordar otros dos episodios de destrucción de estatuas o iconoclasia, como se conoce el hecho.

El primero, ocurrido en Barrancabermeja, tuvo como efigie víctima la del líder Jorge Eliecer Gaitán, a quien al año de su asesinato se erigió una estatua en la avenida Santander del puerto, por disposición del Concejo Municipal. Un par de años después, la policía chulavita arrancó de su pedestal la clásica estatua de Gaitán, con la mano derecha en alto, y la arrojó al río Magdalena.

El otro episodio también ocurrió en Barranca, puerto por antonomasia de las luchas populares y, en este caso, la víctima fue la del sacerdote Camilo Torres. Su estatua fue dinamitada en febrero de 1986, a los 20 años de su muerte, sin que alcanzara a ser inaugurada. Pero la destrucción fue mal ejecutada: quedó una parte de la figura en pie, por lo cual los encomendados le pusieron otra carga de dinamita diez meses después y en esta ocasión sí fue destruida por completo. Aun así, años después, la Unión Sindical Obrera volvió a levantar un monumento al cura Camilo en el parque que lleva su nombre.

Ambos atentados contra la memoria histórica monumental evidencian que, aunque la élite tiene métodos más solapados para expresar su indignación, también recurre a formas simbólicas más evidentes.

Diana Marcela Cañón Ladino

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