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Ni la rusa, ni la china, ni la de Pfizer o Moderna sirven para curar los males del multilateralismo exacerbados por la pandemia. El multilateralismo siempre ha estado en crisis, las expectativas invariablemente superan en ordenes de magnitud su capacidad de actuar, siempre presa de un mínimo común denominador, que en ocasiones sirve, en muchas no alcanza.
El pilar fundamental del sistema multilateral nació hace 373 años con la paz de Westfalia y sigue tan vigente hoy como entonces, incluso más enquistado en el orden global: la soberanía de los Estados. Tras la primera guerra mundial comenzó a formalizarse el orden multilateral con el Estado como unidad atómica del sistema; todos los estados son iguales, son actores, tienen un voto en las instituciones. Así nacieron la Liga de las Naciones y la Corte Permanente Internacional de Justicia, entre otros. Quedaban sembradas las limitantes del sistema, que eventualmente colapsó por su inhabilidad de contener actores, Estados, que actuaron por fuera del sistema, pues su poder les permitía.
Enterrada la Liga por la segunda guerra mundial, nació Naciones Unidas con las mismas limitantes. Decía el sueco Dag Hammarskjold su segundo secretario general: “El organismo no fue creado para conducir a la humanidad al paraíso sino para evitar que caiga al infierno”. Ni ese objetivo minimalista se ha podido cumplir pues el mismísimo infierno llegó, pero no a los grandes, por lo que ha podido ser ignorado. Que más infierno que Ruanda, los Balcanes, Camboya, Siria o Yemen, por mencionar solo algunos, frente al cual el multilateralismo no fue más que simple espectador.
Dentro de las limitaciones estructurales del orden multilateral, el mundo está padeciendo la incompatibilidad entre el multilateralismo del siglo XX y la geopolítica del siglo XXI, caracterizada por la rivalidad entre las potencias, falta de consensos en casi todos los temas de la agenda internacional, carencia de liderazgo global, desplome del llamado “orden mundial liberal”, nacionalismo exacerbado, autoritarismos recargados, polarización en las sociedades democráticas y desdén por las reglas que regulaban el comportamiento de los Estados. A veces se olvida que el multilateralismo no fue creado para defender la democracia.
Desde la irrupción hace poco más de un año del COVID19, el Consejo de Seguridad ha estado desaparecido y paralizado y sus falencias reverberan hacia los múltiples organismos multilaterales colgados de la sombrilla de la ONU. La OMS ha tenido protagonismo porque le ha tocado, su labor será juzgada por la historia. Paradójicamente, los más vilipendiados organismos multilaterales, el Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional han salido al rescate de las naciones.
La pandemia ha acelerado las fuerzas centrifugas que tensionan el sistema, podríamos estar ad portas de un “multilateralismo de burbujas”, paralelo al actual. Las democracias en una, los regímenes autoritarios en otras y así varias flotando en al aire, chocando unas con otras, haciéndose pasito en ocasiones, duro en otras.
Sin embargo y a pesar de sus falencias, como diría Pambele, es mejor tener multilateralismo que no tenerlo.
