Optar por la justicia

Oscar Guardiola-Rivera
28 de noviembre de 2018 - 07:41 p. m.

Lo sucedido en la frontera méxico-estadounidense es una injusticia. No importa cuán legal parezca. También la esclavitud y la segregación, practicada hasta hace bien poco del otro lado del Rio Grande eran legales  y sin embargo injustas. Hemos presenciado una  (in)justicia histórica.

Protestamos en la calle, como los estudiantes colombianos y brasileros en contra de sus gobiernos cuasi-fascistas y los poderosos intereses que los apoyan y corrompen, o como las madres e hijos que han atravesado a pie el camino que va desde Honduras y El Salvador hasta Tijuana, no tanto por un futuro mejor sino para salvar el presente sin importar lo que venga después.

No hacerlo sería aceptar ser reducidos a cero;  morir un poco antes de que nos maten del todo. El tipo de memoria histórica a la que me refiero es la base de cualquier todo llamado ético y político a la igualdad como remedio. Por ello los poderosos le temen e intentan borrarla, como en Colombia. Simplemente, se trata de asumir que la mayor parte de la desigualdad presente es el resultado de la historia pasada, y que las más de las veces esa historia ha sido mala si no trágica.

Se trata de un realismo trágico al que no le vendría mal algo de magia. Algo de espíritu y performancia. Pues una vez comenzamos a corregir momentos y casos específicos de injusticia histórica (la discriminación de las mujeres, la esclavitud, el colonialismo, etc.) podemos preguntar de manera legítima: ¿por qué no acabar con la desigualdad de una vez por todas?

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Si tratásemos la igualdad material como una aproximación y un límite a la justicia remedial, entonces lo más que podría desear legítimamente un grupo oprimido o puesto en desventaja histórica es que esa desventaja corriente desparezca. Tal es el deseo legítimo que, pace sus diferentes contextos, expresan en sus protestas los estudiantes colombianos y brasileros, los franceses, y los migrantes centroamericanos que asaltaron la frontera estadounidense a sabiendas de que han sido las sucesivas intervenciones de ese país en El Salvador, Honduras,  y Guatemala las que han contribuido de manera decisiva a la violencia, la privación y la opresión de la cual huyen. 

También es el deseo legítimo de los Latinos en los Estados Unidos, cuya presencia significa que así Trump cierre la frontera hoy y construya su infame muro, para 2040 los EE.UU. ya no serán más un país de mayoría y privilegio blanco. Es a esto último, a ese deseo,  que reaccionan Trump y los demás supremacistas blancos en el poder allí, en Colombia o en Brasil.

Pues una vez reconocemos las numerosas  ventajas desiguales que han disfrutado los beneficiarios de dicha injustica histórica, y que no pueden justificarse comenzando ahora, entonces la cuestión se nos presenta de manera inevitable: ¿Y por qué no hacer un uso progresista de las instituciones, hasta revolucionario, en vez de uno reaccionario?

 

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