¿Por qué no somos Venezuela?

Santiago Montenegro
14 de enero de 2019 - 05:00 a. m.

En su columna de El Espectador del viernes 11 de enero, Arturo Guerrero hace una pregunta importante: ¿por qué no se ha hundido Colombia, como se hundió Venezuela? En un año que conmemoramos dos siglos de vida política independiente, esta pregunta debería invitar a muchas respuestas y a un gran debate nacional. Pese a afirmar que hemos tenido “una historia de barbarie, guerras y despojos”, Guerrero argumenta que no hemos caído al fondo, que hemos mantenido un equilibrio entre los tres poderes de la democracia y, citando a Álvarez Gardeazábal, argumenta que nuestra historia habría sido obra de los dioses, quienes nos han dado un “secreto instinto” que nos guía hacia buen puerto.

Acudir a los dioses para explicar la suerte de Colombia me parece una hipótesis respetable, pero yo sugeriría también acudir a la formidable obra de los historiadores académicos, nacionales y extranjeros, quienes con sus libros y artículos han estudiado durante décadas nuestra historia. Entre otras razones, estos estudios ayudan a desvirtuar la gran contradicción de los curiosos dioses de Guerrero (o de Gardeazábal), quienes, por un lado, nos habrían dado “una historia de barbarie, guerras y despojos” y, por otro, esos mismos dioses nos habrían guiado hacia buen puerto y han impedido que seamos igual, o peor, que la Venezuela de Chávez y de Maduro.

Para quienes no han leído la historia de Colombia, aconsejaría comenzar con el libro de Jorge Orlando Melo, Historia mínima de Colombia (Turner, 2017), quien con fuentes muy documentadas señala cómo en nuestro país hemos tenido mucha política, mucha más política que “barbarie, guerras y despojos”. En lugar de dioses, Melo muestra que desde el comienzo de nuestra historia republicana tuvimos a muchísimos dirigentes que lideraron a generaciones de movimientos y partidos políticos, en su gran mayoría civilistas, quienes se disputaron el poder en procesos electorales, y cuando fueron elegidos hicieron un uso limitado del poder. De hecho, Melo, Álvaro Tirado Mejía, quien acaba de reeditar su magnífico libro sobre Lopez Pumarejo, pero también Daniel Pécaut o Eduardo Posada Carbó, entre otros, han mostrado cómo, en esa forma, Colombia se distinguió por tener una de las más largas tradiciones electorales, no sólo del continente sino del mundo, y también por evitar las dictaduras de caudillos y militares, que prevalecieron en la gran mayoría de los países del continente y que, además de Cuba, han regresado a Venezuela, a Nicaragua y está a punto de regresar a Bolivia.

Conviene también leer a los historiadores económicos, quienes han mostrado cómo, desde los comienzos de la república, hubo un manejo razonablemente bueno de los escasos recursos del Estado, se evitaron los bandazos de otras partes, y en el siglo XX se honraron las obligaciones externas y se evitó la hiperinflación de los años 70 y 80, que arrasó con muchos países.

En contra de un mito que afirma que Colombia ha sido manejada desde la Independencia por la élite bogotana, lo que nos ha faltado es que nuestras élites (políticas, económicas y regionales) se pongan de acuerdo sobre unos puntos básicos, como la consolidación del monopolio de la fuerza del Estado sobre todo el territorio o el fortalecimiento del sistema de justicia, entre otras tareas. Esa debe ser una labor de nuestros dirigentes de carne y hueso. Por más que nos quieran seguir ayudando, no podemos dejarlas en manos de los dioses.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar