La memoria no escrita del Congreso, esa que no aparece en las actas oficiales, reposa en una caja de embolar. En realidad, en dos. Sus dueños, Jairo Rodríguez y Leonardo López, han visto a representantes convertirse en senadores, y a senadores cambiar el Capitolio por la Casa de Nariño. Durante tres décadas, han sido testigos silenciosos de los debates que ocurren no solo en las plenarias y los pasillos, sino los que libran consigo mismas las figuras de poder. En esas cajas de madera, junto al betún y los trapos, caben las confesiones que solo se hacen mientras alguien brilla los zapatos. Aunque no traicionan la confianza de sus clientes revelando sus secretos, con los años han acumulado anécdotas en las que ellos mismos son protagonistas, y las cuentan con orgullo: como cuando Iván Duque los invitó a su posesión en la Plaza de Bolívar o cuando alcanzaron a imaginarse ocupando una curul de verdad y no solo la simbólica 106, como algunos llaman en broma a su puesto fijo en el Senado.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Le recomendamos: Se cumple el plazo del Gobierno al Senado para votar de nuevo consulta popular
De martes a jueves, los lustrabotas llegan al Capitolio a las 8:30 de la mañana. Jairo, como dicen sus tarjetas de presentación, es “ingeniero embellecedor de calzado” y vive a solo diez minutos del recinto del poder legislativo, en San Cristóbal. Leonardo, más reservado y que se presenta simplemente como embolador, vive en Cazucá y necesita una hora para llegar al centro de Bogotá. Desde temprano, se mueven entre las comisiones de la Cámara y el Senado. Dicen que una de las mejores para trabajar es la Séptima del Senado, justo donde se hundió la reforma laboral del presidente Gustavo Petro y donde hoy se juega la vida la reforma a la salud. Más tarde, recorren oficina por oficina hasta el almuerzo, y en la tarde se instalan en los salones de apoyo de las plenarias, donde permanecen hasta que los actuales presidentes de las corporaciones, Efraín Cepeda y Jaime Raúl Salamanca, levantan la sesión.
Jairo fue el primero en aterrizar en el Congreso. Llegó en 1991, justo con la nueva Constitución. “Yo aprendí a lustrar solo, por necesidad”, cuenta sentado sobre su asiento de madera afuera del Salón Elíptico. Su hermano Miguel, que era carpintero, le hizo su primera caja de embetunar en los años 80 para que rebuscara trabajo en el centro. En ese momento, cuando se instaló en el parque del Rosario, cobraba $200 por lustrada. Fue gracias a César Pérez García, excongresista del Partido Liberal, quien en 2024 fue condenado por homicidio, que entró al Capitolio por primera vez.
Un día, el entonces presidente de la Cámara le pidió a su equipo de seguridad que buscaran a un lustrabotas cerca. Le pagó a Jairo $500 y le dio las gracias. Pero fue una mentira piadosa la que le abrió la puerta para quedarse: “Me inventé que se me había quedado un cepillito y usé eso como excusa para volver”, recuerda. Lo autorizaron y así empezó a ir con más frecuencia hasta que terminó quedándose. Hoy no solo tiene carné de ingreso al Capitolio, sino también a la Casa de Nariño.
“Yo aprendí a lustrar solo, por necesidad. Me inventé que se me había quedado un cepillito en el Congreso y usé eso como excusa para volver”
Leonardo, a quien toda la vida le ha gustado la política, llegó tres años después, también de la mano de un liberal: el entonces congresista Héctor Helí Rojas. El exmagistrado del Consejo Nacional Electoral lo llevó por primera vez al Congreso y llamó a sus compañeros para que se mandaran a lustrar con él. Hoy se le reconoce en los corredores por la gorra roja que suele llevar puesta: “Del color del Partido Liberal”.
De hecho, con esa colectividad, Jairo alcanzó a imaginar no solo trabajar entre curules, sino ocupar una. “A mí el Partido Liberal me dijo que me daba el aval, entonces yo hice carteles. A lo último no me lo dieron”, cuenta. Aun así, su nombre alcanzó a circular con eslóganes como “Jairo Rodríguez a la Cámara, un lustrabotas para pulir el Congreso”. Recuerda que para aspirar tenía que firmar una póliza de $50 millones, y que si no alcanzaba el 10 % de los votos, había que hacerla efectiva, y el tema se complicó. En cualquier caso, dice convencido: “Yo sé ya mucho de las leyes”. Por ahora, afirma que su caja de lustrar es su curul portátil. Adentro carga sus betunes, cepillos, champú y grasa de potro; todo comprado en San Victorino.
En estos 34 años, los lustrabotas del Congreso han visto pasar a siete presidentes. Unos más conversadores que otros. Recuerdan, por ejemplo, que Gustavo Petro, cuando era senador, era amable pero casi no hablaba: decía que estaba ocupado o pasaba la lustrada hablando por teléfono.
Cuando Iván Duque fue legislador del Centro Democrático, la relación fue mucho más cercana, especialmente con Jairo, quien recuerda que su primera conversación fue porque el congresista lo confundió con Leonardo. “Luego yo le decía: ‘Doctor, usted puede ser buen presidente’. Y él respondía: ‘Vamos a mirar a ver qué’”, recuerda.
Lo cierto es que unos meses después, el 7 de agosto de 2018, los dos emboladores estaban entre los 3.000 invitados a su posesión. Sin embargo, ese día lluvioso solo asistió Jairo, fue con su esposa, Ana Celia Celis, quien por esos años también trabajaba en el Capitolio sirviendo tintos en la plenaria de la Cámara. Unos años después, durante la pandemia, cuando el Congreso cerró y dejaron de trabajar, Duque lo llevó a la Casa de Nariño para que lustrara los zapatos de los escoltas.
También han visto morir a algunos de sus “mejores senadores”, como Roberto Gerlein (Partido Conservador), quien duró más de 50 años en el Congreso, y Aurelio Iragorri (Partido de la U). “Eran personas muy importantes que eran especiales con nosotros”, cuenta Leonardo. Hoy tienen otros clientes fijos que dan “buena propina”, entre ellos varios ministros del actual gobierno: Armando Benedetti (Interior), Antonio Sanguino (Trabajo) y Guillermo Alfonso Jaramillo (Salud).
Algunas de esas relaciones que han ido construyendo también les han permitido conocer el país. Un día, José Luis Pérez, entonces representante de Cambio Radical, le preguntó a Jairo si conocía Cali. Mientras le lustraba los zapatos, le contestó que no. “Yo lo voy a invitar a usted con todos los gastos pagos para que conozca”, le dijo el ahora senador. Imaginándose recorriendo la Sucursal del Cielo, Jairo le hizo una petición: que lo llevara con su esposa. “Jairo, pero yo no conozco a su esposa. Yo lo invito solo a usted”, le respondió el congresista.
Le sugerimos: Presidente explica su silencio y ausencia en cumbre internacional en Montería
Cuando terminó la lustrada, Jairo fue a buscar a Ana a la cafetería. “Mamita, ¿qué es lo que toma el doctor José Luis Pérez: tinto, aromática o agua?”, le preguntó. “Tinto”, respondió ella. Entonces Jairo le pidió que le llevara “un tinto bien bacano”, en taza de porcelana, no desechable. “Cuando fue a servirle el tinto me acerqué y le dije: ‘Doctor, le presento a mi esposa’. Claro, ahí me dijo: ‘¿Ella es su esposa? Está invitada a Cali también”, recuerda entre risas Jairo.
A la capital del Valle del Cauca viajaron con Ana y dos de sus hijos. El representante los llevó al zoológico y, estando allí, otro congresista del Valle, Heriberto Escobar (Partido de Integración Nacional), también los atendió. Su hermano los recogió en carro y los llevó a Buga, a conocer al Señor de los Milagros. Ahora esperan que se concrete una invitación del representante Holmes Echeverría, quien quiere llevarlos a Santa Marta.
Le podría interesar: Dávila y Cabal dan luces de una posible alianza electoral: “lo importante es unir”
Uno de los días que Jairo más recuerda fue en 2012, cuando el Congreso condecoró al maestro Fernando Botero. El pintor estaba dando una rueda de prensa junto al entonces congresista conservador Telésforo Pedraza cuando Jairo se acercó con su caja y le dijo: “Ponga el pie aquí”. Mientras Botero hablaba, Jairo ya le estaba lustrando los zapatos. Cuando terminó, el artista le preguntó cuánto le debía, pero él no le pidió plata, sino una firma en su caja de embetunar. Botero, con la cinta con la bandera de Colombia puesta, accedió: escribió “Jairo”, dibujó un muñequito y firmó: “Botero”.
También recuerdan que en el Capitolio llegaron a ser hasta 10 lustrabotas. Pero los tiempos fueron cambiando y, con ellos, el calzado de los legisladores y sus equipos de trabajo. “Aquí todo el mundo venía en zapatos finos porque era un sitio muy respetuoso. La gente ahora viene en tenis o en zapatos de gamuza. Entonces ya son muy pocos los que se pueden lustrar”, explica Leonardo. Cuando empezaron a trabajar en la sede del Legislativo, embolaban entre 20 y 30 pares al día. Hoy, por lo general, llegan a seis. Cada uno se cobra a $10.000, salvo si se trata de policías, en cuyo caso el precio baja a $7.000. Su mejor día es el 20 de julio: van todos los congresistas con sus unidades de trabajo legislativo sin falta, y también el presidente, a instalar la legislatura con su equipo y varios ministros.
Cada lustrada toma entre 10 y 15 minutos, aunque a veces puede extenderse hasta 20 si la conversación se pone buena. “Hay veces que están contando unas cosas y uno se queda ahí hablando”, dice Jairo. En esas charlas aprovecha para preguntar, como al pasar: “Doctor, ¿usted se va a volver a lanzar para la Cámara?” Y ellos responden que ahora quieren ir por la Gobernación o por el Senado, pero la información se la guardan para ellos. “Uno acá trabaja ciego, sordo y mudo”, añade.
Los años han pasado, pero ni Jairo, de 64 años, ni Leonardo, de 71, han dejado de ir al Capitolio. Nunca cotizaron pensión, entonces viven del día a día, de las propinas que dejan quienes todavía usan zapatos de cuero y de las relaciones que han construido con el tiempo. Tampoco tienen claro hasta cuándo podrán hacerlo, pero sí cómo quieren irse. “Yo llevo trabajando aquí 34 años con esta cajita de embolar y el día que me vaya de aquí me sacan en una caja más grande”, dice Jairo, quien espera que su despedida sea con una cámara ardiente, como tantas que él mismo ha presenciado.
“Yo llevo trabajando aquí 34 años con esta cajita de embolar y el día que me vaya de aquí me sacan en una caja más grande”
👁🗨 Conozca cómo votan los senadores y representantes a la Cámara en ‘Congreso a la mano’.
👉 Lea más sobre el Congreso, el gobierno Petro y otras noticias del mundo político.
✉️ Si tiene interés en los temas políticos o información que considere oportuno compartirnos, por favor, escríbanos a cualquiera de estos correos: hvalero@elespectador.com; aosorio@elespectador.com; dortega@elespectador.com; dcristancho@elespectador.com; mbarrios@elespectador.com ; lbotero@elespectador.com o lperalta@elespectador.com.