“Firmes con las firmas” fue un eslogan con el cual la izquierda moderada recogió respaldo en los años 80 para presentar candidaturas alternativas a los partidos tradicionales. De allí surgió el movimiento Firmes, que anticipó la creación de una opción electoral para combatir al tradicional -y desprestigiado- sistema bipartidista. Fue un movimiento que combatió a los desgastados partidos de siempre y a su alianza en el Frente Nacional.
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“Lo curioso es que las firmas siguen siendo un sinónimo de rebeldía en la política. Vale decir, una manera de reclamar legitimidad para quienes se rebelan contra las fuerzas y los métodos tradicionales de hacer proselitismo electoral. En la campaña presidencial del próximo año, según puede anticiparse, habrá más candidatos presentados con el respaldo de firmas que empujados por un partido formal.
No será la primera vez. De hecho, se ha hablado mucho sobre esto. Y vale la pena hacerlo e insistir en ello, en la medida en que el fenómeno de las firmas parece convertirse en el gran protagonista de la campaña actual. El encanto por las firmas es un fenómeno creciente. Alejandro Gaviria, exrector de la Universidad de los Andes y ahora precandidato, explícitamente ha manifestado que prefiere inscribirse por firmas -y ya las está buscando- que con el aval de un partido. Incluso, se dice, ha eludido hasta el momento la oferta del Partido Liberal y de su director, César Gaviria, para concederle un aval que le evitaría el costoso y desgastante proceso de conseguir cerca de 500.000 firmas (el 3 % de los votos válidos en la última elección) para inscribir su candidatura.
En la otra esquina, los hermanos Galán -Juan Manuel y Carlos Fernando- adelantan trámites con la expectativa de resucitar el aval del Nuevo Liberalismo, fundado por su padre, pero al cual renunció cuando buscó la candidatura del Partido Liberal durante la precampaña de 1989, en la que fue asesinado. Hechos que dejan en claro que la figura del famoso aval puede ser preferible para algunos y no para otros.
¿Por qué los Galán y Petro celebran poder contar con el apoyo formal de un partido (y en consecuencia, no tener que conseguir las firmas) y Alejandro Gaviria, en cambio, rechaza ofertas de aval y prefiere la desgastante, costosa y extenuante recolección de rúbricas? Conviene regresar a este punto porque, al menos hasta ahora, el asunto de las firmas se está convirtiendo en el gran fenómeno de esta campaña.
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La respuesta está en la diferencia de cada candidatura. En principio, el respaldo formal de un partido tiene ventajas porque evita el costo y el trabajo de acumular firmas, lo cual es aún más importante en estas épocas de pandemia en las que cualquier cosa es preferible a la calle, como escenario, y en las que el solo hecho de tomar en préstamo un bolígrafo para firmar se interpreta como un riesgo.
Pero quien no forma parte de un partido, o no tiene a alguno que lo respalde, solo le queda como alternativa la recolección de firmas. Que es, en fin de cuentas, la razón de ser de esta figura: evitar que un puñado de partidos formales manipulen y controlen las campañas, y que competir contra ellos implique ir en desventaja. En otras palabras: abrir espacios en la actividad política para quienes no forman parte de una fuerza formal o no se sienten cómodos en las que están en la palestra.
Lo cierto es que en la realidad política el esquema siempre preferido -la inscripción por un partido existente- se está reemplazando por el apoyo por firmas. ¿Por qué? Por dos razones fundamentales. La primera, que es una forma de anticipar la campaña: recoger firmas permite aparecer, hacer proselitismo y buscar contactos con los electores y las regiones en tiempos en los que no ha arrancado la campaña formal. Y la segunda, que es un antídoto contra la partidocracia, es decir, que les resta importancia a las fuerzas formales y tradicionales en el juego electoral (sobre todo en la competencia por la Presidencia).
En el caso de Alejandro Gaviria, en la campaña actual, la estrategia de presentarse por firmas le parece más rentable que la de conseguir el apoyo formal de una colectividad. El dilema del exrector es, ni más ni menos, si presentarse a nombre del Partido Liberal, otrora gran maquinaria y todavía la mayor fuerza en la Cámara, o sumarse a la moda -¿lo es?- de las campañas con avales.
También merece ser analizado el impacto del auge de las candidaturas por firmas desde el punto de vista institucional. Algo va de una alternativa de participación para quien no tiene un partido y quiere hacer política, a la de quien, simplemente, prefiere esta opción para proyectar una imagen de independencia frente a los partidos o para adelantar de hecho su campaña con la recolección de las firmas. Si se trata de una opción de carácter excepcional contra la “partidocracia” -que las alternativas tradicionales controlen todo- o, más bien, de un camino para acabar con los partidos, de apariencia democrática, pero con alma autoritaria. La respuesta a este interrogante es crucial y está en juego en esta campaña.
¿Serán las firmas, como parece hasta ahora, el fenómeno político de 2022? Y, sobre todo, ¿son un avance o un retroceso desde el punto de vista democrático? ¿Favorece a unas candidaturas sobre otras? ¿A quiénes? Y un interrogante mayor: si las firmas se consolidan como vehículo de participación, ¿qué efecto tendrán hacia el futuro sobre los partidos las elecciones y hasta en la forma de gobernar? Todavía es prematuro para responder a estos interrogantes. Y habrá que ver si la recolección de tantas firmas, en momentos de pandemia, de miedo colectivo y de prevención frente a los espacios públicos, es viable. Pero todo indica que se seguirá hablando del tema, una y otra vez, en la medida en que se consolida como la gran característica del actual proceso electoral.
* Periodista y excanciller.