Capítulo 5

EL FUTURO
EN PAUSA

La vejez se impuso en Neira:

esta es la lucha de un pueblo que se queda sin niños y no quiere desaparecer

Por: Leonardo Botero y Catalina Mesa

En este municipio caldense, la población de adultos mayores aumentó 130 % en solo cuatro décadas, mientras que la de niños de cero a 14 años cayó 60 %. Su envejecimiento es inexorable e impone retos a los que intenta adaptarse. Estas son las historias de una región que busca adaptarse a los cambios demográficos.

En cuatro décadas, la población de adultos mayores aumentó 130 % y la de niños entre 0 y 14 años cayó 60 % en este municipio caldense. Hoy el municipio intenta adaptarse a los cambios demográficos y a los retos que trae la vejez.

Desde las primeras horas del día hasta las últimas de la tarde una imagen se repite, todos los días, en el parque principal de Neira (Caldas).

Sobre las 9 de la mañana, luego de la primera comida del día y con un paso aletargado, empiezan a llegar hasta el centro de ese municipio –a solo a 30 minutos de Manizales, capital de Caldas– hombres y mujeres, todos mayores de 60 años, con algunos, incluso, superando los 90. No tienen un compromiso pendiente, pero siempre algo los espera.

Don Orlando Mora sale del ancianato San Vicente de Paul, uno de los dos hogares geriátricos del municipio, y camina a paso lento apoyado por un bastón. Usa una camisa azul y una delgada chaqueta blanca con unos pantalones claros. Frente a la casa que es el asilo hay varias sillas rimax. Algunas de las habitaciones dan hacia las calles y, bajo los marcos, también se sientan algunos de los adultos mayores que viven allí.

“Morita”, como lo conocen en el municipio, responde cuando se le pregunta para dónde va que “voy para la calle a hacerme motilar y a muchas vueltecitas que tengo que hacer”. Él, con sus 83 años, es uno de los que disfruta pasar sus días en el parque: “Hasta las 6 de la tarde, porque acá nos dejan salir, pero ya a esa hora no nos abren la puerta”.

Son varios puntos en los que se encuentran Don Orlando y las otras decenas de hombres y mujeres que pasan sus horas allí. Varios se sientan en alguna de las mesas disponibles del Café Wilson, que desde que abre hasta que cierra permanecen ocupadas casi en su totalidad, mientras otros, en la parte de atrás del local, juegan un chico de billar. Con parsimonia, un grupo de tres o cuatro hombres llega hasta un andén que sobresale en el costado de la sede de la alcaldía y, apoyados en su bastón, se sientan. Mientras tanto, varios avanzan hasta las bancas del parque.

En Neira, Caldas, viven 21.755 personas, según el DANE. El 20,9% son adultos mayores de 60 años y en los próximos años aumentaría el número.

Unos con tinto en la mano, otros fumando un cigarrillo –en contravía de la recomendación de sus médicos–. La mayoría de ellos, con un sombrero aguadeño, común en el departamento cafetero, coronándoles la cabeza y como un testimonio visual de su larga vida como campesinos.

La imagen no es exclusiva de Neira. Pero el municipio caldense tiene una particularidad. Desde mediados de los años ochenta su población, de manera constante, se ha transformado. Para finales del siglo XX, había cinco veces más niños y niñas de entre 0 y 14 años que personas con 60 o más años. Sin embargo, para 2024, no solo ha caído de manera significativa la población de niños, sino que la de ancianos ha aumentado. Y, según proyecciones oficiales, la tendencia se mantendrá inexorable en las próximas décadas. Es uno de los municipios con mayor número de adultos mayores en Colombia, según la proporción frente al total de habitantes, y es reconocido como uno de los más longevos, con 92 de sus pobladores superando los 90 años.

Antes de conocer el municipio, característico por su longevidad, pareciera un contrasentido otra imagen común entre los días de semana. Entre la 1 y las 2 de la tarde, comienzan a salir a raudales los niños y niñas que estudian en el casco urbano, donde hay dos instituciones educativas públicas; en las 54 veredas hay sedes de otros ocho colegios. Sin embargo, y a diferencia de los ancianos que hoy pasan allí, un número significativo es población flotante. Muchas familias –es difícil, incluso para las autoridades, precisar cuántas– viven en Manizales y estudian y trabajan en Neira o viceversa, toda vez que, entre ambos municipios, solo hay 30 minutos de una carretera curvilínea.

Unos con tinto en la mano, otros fumando un cigarrillo –en contravía de la recomendación de sus médicos–. La mayoría de ellos, con un sombrero aguadeño, común en el departamento cafetero, coronándoles la cabeza y como un testimonio visual de su larga vida como campesinos.

La imagen no es exclusiva de Neira. Pero el municipio caldense tiene una particularidad. Desde mediados de los años ochenta su población, de manera constante, se ha transformado. Para finales del siglo XX, había cinco veces más niños y niñas de entre 0 y 14 años que personas con 60 o más años. Sin embargo, para 2024, no solo ha caído de manera significativa la población de niños, sino que la de ancianos ha aumentado. Y, según proyecciones oficiales, la tendencia se mantendrá inexorable en las próximas décadas. Es uno de los municipios con mayor número de adultos mayores en Colombia, según la proporción frente al total de habitantes, y es reconocido como uno de los más longevos, con 92 de sus pobladores superando los 90 años.

Antes de conocer el municipio, característico por su longevidad, pareciera un contrasentido otra imagen común entre los días de semana. Entre la 1 y las 2 de la tarde, comienzan a salir a raudales los niños y niñas que estudian en el casco urbano, donde hay dos instituciones educativas públicas; en las 54 veredas hay sedes de otros ocho colegios. Sin embargo, y a diferencia de los ancianos que hoy pasan allí, un número significativo es población flotante. Muchas familias –es difícil, incluso para las autoridades, precisar cuántas– viven en Manizales y estudian y trabajan en Neira o viceversa, toda vez que, entre ambos municipios, solo hay 30 minutos de una carretera curvilínea.

Aquí se encuentra Neira: el pueblo más longevo de Colombia

Pocos cuidadores, abandono y falta de recursos

A pocas cuadras del Parque de Bolívar de Neira, está el ancianato San Vicente de Paul, uno de los dos hogares geriátricos que hay en el municipio. Se trata de una casa cuya puerta da a una pequeña sala, junto a la que está la oficina del administrador, Jhon Fredy Franco. Le sigue un largo corredor, con puertas de lado y lado. En cada una de ellas duerme uno de los casi 70 inquilinos internados de manera permanente. Varios se dedicaron a viajar por el país, e incluso América, antes de permanecer en esa casa ubicada en una esquina al inicio de una loma.

En el estrecho corredor, que no supera los dos metros de ancho, hay sillas rimax esparcidas a cada lado. En ellas se mantienen los ancianos, hombres y mujeres, que observan con tranquilidad el paso de las horas, los días, los meses y, algunos, los años. En la parte interior de la edificación hay un patio, coronado por una pequeña capilla donde, semana a semana, un sacerdote da misa con un permiso especial de la Diócesis de Caldas, toda vez que, como sus feligreses, también es jubilado –aunque no vive en el hogar geriátrico–.

Muchas veces, las familias de los cada vez más adultos mayores neiranos se ven sin herramientas, e incluso sin disposición, para atenderlos en un momento de la vida donde las enfermedades se vuelven comunes. En otras ocasiones, lo que ocurre es que sus cuidadores son también ancianos.

Ese fue el caso de José Humberto Betancur, quien dice que incluso hoy, a sus 92 años –los cumplió el 13 de marzo–, aún tiene la fuerza para trabajar con el azadón en fincas “y aún me buscan”, apunta con un orgullo que se filtra entre el siseo de sus palabras. Durante años, como tantos otros neiranos, se dedicó a recorrer los campos colombianos. Vivió en Antioquia, en Valle del Cauca y en varios municipios del Eje Cafetero.

Pocos cuidadores, abandono y falta de recursos

A pocas cuadras del Parque de Bolívar de Neira, está el ancianato San Vicente de Paul, uno de los dos hogares geriátricos que hay en el municipio. Se trata de una casa cuya puerta da a una pequeña sala, junto a la que está la oficina del administrador, Jhon Fredy Franco. Le sigue un largo corredor, con puertas de lado y lado. En cada una de ellas duerme uno de los casi 70 inquilinos internados de manera permanente. Varios se dedicaron a viajar por el país, e incluso América, antes de permanecer en esa casa ubicada en una esquina al inicio de una loma.

En el estrecho corredor, que no supera los dos metros de ancho, hay sillas rimax esparcidas a cada lado. En ellas se mantienen los ancianos, hombres y mujeres, que observan con tranquilidad el paso de las horas, los días, los meses y, algunos, los años. En la parte interior de la edificación hay un patio, coronado por una pequeña capilla donde, semana a semana, un sacerdote da misa con un permiso especial de la Diócesis de Caldas, toda vez que, como sus feligreses, también es jubilado –aunque no vive en el hogar geriátrico–.

Muchas veces, las familias de los cada vez más adultos mayores neiranos se ven sin herramientas, e incluso sin disposición, para atenderlos en un momento de la vida donde las enfermedades se vuelven comunes. En otras ocasiones, lo que ocurre es que sus cuidadores son también ancianos.

Ese fue el caso de José Humberto Betancur, quien dice que incluso hoy, a sus 92 años –los cumplió el 13 de marzo–, aún tiene la fuerza para trabajar con el azadón en fincas “y aún me buscan”, apunta con un orgullo que se filtra entre el siseo de sus palabras. Durante años, como tantos otros neiranos, se dedicó a recorrer los campos colombianos. Vivió en Antioquia, en Valle del Cauca y en varios municipios del Eje Cafetero.

Durante 26 años, vivió en Llanogrande, una de las veredas de Neira, únicamente con quien era su pareja, Ana Cecilia Ramírez, hasta que –no recuerda cuándo– Jhon Fredy, el administrador del hogar, y sabiendo las dificultades que enfrentaban los dos, les dijo que se fueran al ancianato. “Ella murió aquí”, dice sin dar mayores detalles, más allá de decir que durante esas casi tres décadas se dedicaron a cuidarse el uno al otro.

Fue otra la experiencia de José Abel Galvis, quien cumplió 78 años el 28 de mayo pasado, exactamente un mes después de que un equipo de El Espectador visitara Neira. Viste con una camiseta roja y una sudadera desgastada por las lavadas. Cuenta que esas prendas, y las otras que tiene arrumadas en el pequeño cuarto en el que duerme –que fue construido en una reciente ampliación del ancianato–, fueron un regalo de una mujer que lo encontró en la calle.
Buena parte de su vida, dice, la dedicó a recorrer varios países. Se movió por Colombia, Ecuador, Perú y Panamá, en un trasegar que explica con una personalidad que él llama “desprendida”. Cuando ya las fuerzas para trabajar se le fueron desvaneciendo, su única hija le dijo que se lo llevaría con ella a vivir a Quito. Y, aunque cumplió, luego de un tiempo lo envió de nuevo, por tierra en un viaje de más de un día, hasta Pereira.

“Me tuvo cuatro años en Ecuador. Y a los cuatro años me dijo: ‘Papá, yo lo voy a mandar otra vez a Colombia porque me queda muy duro, yo tengo mucha obligación’. Entonces un sábado, que fue el 17 de diciembre, me despacharon por tierra. Y allá me dieron el pasajito y me despacharon. Yo el sábado cogí el bus a las siete de la noche y me descargaron en Pereira el lunes a las tres de la mañana”, relata.

Don Miguel, de 97 años, hace parte del grupo de 92 habitantes de Neira, Caldas, que tienen más de 90 años.
En cuatro décadas, la población de adultos mayores de Neira aumentó 130 % y la de niños entre 0 y 14 años cayó 60 % (DANE).
Don José Abel Galvis cuenta que fue abandonado, luego de que su hija lo mandara por tierra desde Ecuador hasta Pereira por tierra, en un viaje que duró casi dos días.
Doña Dalí Castaño llegó al San Vicente de Paúl luego de que murieran su esposo e hijos. "Espero vivir 50 años acá", cuenta mientras pone a secar café de plantas que cultiva en el geriátrico.
En el San Vicente de Paúl viven casi 70 adultos mayores. Don Abel es uno de ellos y dice, con más calma que resignación, que espera su muerte con tranquilidad.
Don Miguel hace parte de una imagen que se repite a diario en el municipio. Decenas de ancianos que pasan sus horas en el parque viendo a la gente pasar.
En el San Vicente ninguno de los inquilinos, como doña Maritza, paga. Jhon Fredy Franco, administrador del hogar, dice que buscan atender a la población más desfavorecida.
En el municipio solo hay dos hogares geriátricos. No obstante, en la alcaldía dice que han buscado, aun sin éxito, los recursos para construir uno nuevo.
La población de adultos mayores en Neira (Caldas) superó por primera vez la de niños entre 0 y 14 años en 2022. Más del 20 % supera los 60 años.
Neira es un municipio con 21,755 habitantes. El alcalde de Neira, Jairo Castaño Flórez, explica que el municipio depende, sobre todo, de los recursos que llegan vía regalías y que "no son suficientes".

Faltan habitaciones para los ancianos

Estuvo varios días durmiendo en un descampado a las afueras del municipio, recibiendo la ayuda de algunas personas que se solidarizaban, pero, sin poder hacer mucho más, le ofrecían un pedazo de pan o un tinto para calentar el cuerpo luego de las largas horas de lluvia. Hasta que llegó una mujer, Jenny Andrea –a quien ve hoy como si fuera una hija– y decidió ayudarlo. Después de recibirlo en su casa, consiguió que le dieran una habitación en el San Vicente de Paul, donde vive desde finales de 2023.

Hoy, solo espera la muerte. Una muerte de la que habla con tranquilidad, con la certeza de su inevitabilidad: “Ya no vivo aferrado a nada. Soy una persona que me levanto, me echó la bendición, rezo, me baño. Estoy acá. Por la noche, me pongo a rezar y me quedo dormido. Esa es mi vida. Y creo que esa va a ser mi vida hasta el final”.

El caso de don Abel, aunque impactante, no es único. En una población que envejece, el cuidado se ha convertido en un desafío.

Para ello, han surgido iniciativas para construir más hogares geriátricos. Pero no hay plata. Así lo admite el alcalde de Neira, Jairo Castaño Flórez, quien explica que, como municipio de sexta categoría, Neira depende, sobre todo, de los recursos que llegan vía regalías y que no son suficientes.

“Neira es un municipio en donde muchas veces los recursos no alcanzan, son exiguos. Entonces si uno quisiera tener mayor capacidad presupuestal para dar mejores condiciones de atención, incluso digamos por la problemática que vive el municipio, el departamento y el Estado colombiano en términos de salud, eso genera unas consecuencias a nuestros adultos mayores, específicamente en el tema de los medicamentos. Si a los adultos mayores no se les entregan los medicamentos, eso genera que se desestabilicen las enfermedades que posiblemente tengan, lo que conlleva a desenlaces fatales”, asevera en diálogo con El Espectador.

“El reto principalmente está en buscar la manera de construir otro asilo de ancianos, porque cuando uno visita los dos que tenemos en el municipio de Neira, no dan abasto, incluso ya se vuelve un reto prácticamente conseguir un cupo en algunos de estos dos asilos, porque justamente nuestra población es la población más longeva, es decir, es la que dura más años”, explica.

Con cierto reproche, don Abel dice que, en dos ocasiones durante los cuatro días que pasó en la calle, autoridades le dijeron que lo ayudarían. Primero fueron dos policías y luego un bombero. “A los dos días me apareció la ley: ‘¿Y usted qué está haciendo aquí?’. Les conté la historia y me dijeron que hablarían con la Alcaldía. Pero por ahí no volvió a aparecer nadie. A los tres días apareció el cuerpo de bomberos. También me salieron con las mismas”.

Dato histórico de la población de Neira

De 0 a 14 años
Mayores de 60 años

Más ancianos que niños

En ese patio hay algunas matas de café, el principal producto de la región. Y pese a que ya no jornalean, varios ancianos deciden pasar sus días en el oficio con el que se ganaron la vida. De manera metódica, arrancan las pequeñas pepas de café rojizas, las ponen sobre una manta, una a una, seleccionándolas, para que se sequen bajo el sol.

Es el caso de Dalí Castaño y de Pedro Antonio Londoño.
Doña Dalí cuenta que tuvo siete hijos, pero todos ya murieron. En algún momento de su vida, estuvo embarazada en dos ocasiones con mellizos, pero tuvo abortos espontáneos. La única mujer que nació, murió en su infancia y los otros dos fueron asesinados cuando tenían 28 y 30 años, con menos de 12 meses entre uno y otro homicidio. Con la vejez y ante la falta de alguien que pudiera cuidarla, decidió pasar sus días en el ancianato. De eso, hace ya dos décadas.

A su turno, don Pedro cuenta que toda su vida la dedicó a labores en el campo: “Yo trabajaba la tierra: sembrando matas, deshembrando caña, cogiendo café. Lo que resultara. Yo era muy trabajador. No me faltaba trabajito, pero ya lo cogen los años a uno y lo mandan pa' una parte de estas”.

Sobre las horas que pasan secando pepitas rojizas de café, doña Dalí, dueña de las matas sembradas en el ancianato, explica que “nos demoramos por ahí medio día cogiéndolo y secándolo”. Luego, lo vende a comerciantes del municipio, no porque haga falta, sino porque está decidida a mantenerse activa: “Cojo la plata y voy y me compro un pancito”.

Aunque no lo hacen como una forma de ganarse el día –ya no deben pensar en ello–, en Neira está la pregunta de qué pasará a medida que aumenta el número de las personas mayores, a la vez que cae, significativamente, la cifra de nacimientos. Es una duda respaldada por las cifras.

Al revisar el histórico de habitantes en Neira, de acuerdo al Dane y a la Gobernación de Caldas, se revela una tendencia que se ha sostenido por décadas. En 1985, había 10.871 niños y niñas entre 0 y 14 años que vivían en ese municipio, que es uno de los más grandes de Caldas con 54 veredas. En 2005, el número cayó a 6.761. Y para 2024, se había reducido a 4.260. En la otra cara de la moneda está el envejecimiento de la población de Neira. En 1985 vivían 1.975 adultos de 60 o más años. En 2005, eran 2.599 y en 2024 ya llegaban a 4.542. Es decir, en 40 años, el número de niños cayó un 60 %, mientras que el de ancianos aumentó 130%.

Y, de hecho, ya se presentó un cruce significativo. Por primera vez, en 2022 y según las cifras disponibles, el número de ancianos superó al de niños. Según las proyecciones disponibles hasta 2042, esa tendencia se mantendrá.

“Yo no pienso morirme”

Con ímpetu, don Argeiro Buitrago, de 83 años, afirma que “yo no me pienso morir”. y se ríe de su propio chiste. “Llevo 80 años viviendo en Neira y apenas me estoy amañando”, añade.

Como él, son cada vez más los ancianos que recorren las calles campesinas del municipio. Hoy no hay una explicación en Neira que den para entender por qué viven tanto los más de 18 mil habitantes que pasan sus años en ese municipio. A diferencia de lo que se ha hecho en otras zonas del mundo, en el municipio caldense no se han hecho estudios que den cuenta de por qué es un territorio longevo y que ayuden a entender la ampliación de la cúspide de la pirámide demográfica.

De hecho, la respuesta suele ser similar entre las personas mayores con las que habló El Espectador. “Comer fríjoles y mazamorra al almuerzo”, dicen algunas. Otras, hablan de la tranquilidad en un municipio que, de manera sui géneris, se mantuvo, al menos mayormente, lejos de la guerra que ha golpeado por décadas al campo colombiano. Y unas tantas mencionan el hecho de mantenerse activos, aún cuando ya en las fincas donde trabajaron durante décadas no los reciben.

En la actualidad, según el DANE, hay cerca de 20.000 personas centenarias en Colombia. Y se proyecta que, para 2070, el número llegue a unas 45.000.

Sin embargo, hay quienes hablan de que Neira calificaría para ser denominada como una “zona azul”. Es un concepto popularizado por el escritor e investigador de longevidad estadounidense Dan Buettner, quien propuso que se trata de regiones en las que las personas viven muchos años, pero, además, y pese a su edad, conservan la funcionalidad física y mental.

Los investigadores Iván D. Lozada-Martínez y Juan-Manuel Anaya lo explicaron así en un reciente artículo para este diario: “Los centenarios son las personas con edad mayor o igual a 100 años, y constituyen el modelo de envejecimiento biológico más exitoso en el ser humano y el fenotipo (rasgo observable de una persona) extremo de la longevidad”. En la actualidad, según el DANE, hay cerca de 20.000 personas centenarias en Colombia. Y se proyecta que, para 2070, el número llegue a unas 45.000.

Don Miguel, sin pensar en los retos de la vejez y en cifras y en encuestas nacionales que buscan explicar su vida, se sienta con pasividad en el costado derecho de la Alcaldía de Neira. Cuando primero se le pregunta cuántos años tiene, dice con cierta malicia: “ajustando los 20” y luego, que le da pena revelar su edad. Finalmente, cuenta que “ya casi llego a los 100”. Tiene 97 años. A su lado, don Argemiro asiente cuando lentamente don Miguel dice que todos los días va al parque “porque me gusta estar con los míos”.

Las palabras que pronuncian son pocas. No obstante, mantienen la firmeza y un compromiso casi inamovible de encontrarse, día sí y día también, en el parque de Neira. No tienen responsabilidades, pero tampoco ven posible irse del lugar. Y esperan quedarse, durante más años, en ese parque, mientras que las autoridades buscan cómo garantizarles un buen estilo de vida. Una necesidad cada vez más urgentes en una de las tierras más longevas de Colombia.

Investigamos con rigor, promovemos el debate con independencia y exponemos la verdad con valentía.
Suscríbete

Créditos

Investigación periodística y reportaje:
Leonardo Botero
Investigación, fotografías y realización audiovisual:
Catalina Mesa
Coordinación periodística y editorial:
Daniel Valero
Diseño web:
Carlos Eduardo Díaz
Desarrollo web e impreso:
Viviana Velásquez
Distribución en plataformas digitales:
Norma Elizabeth Pinzón
Estrategia y posicionamiento SEO:
Sofía Medina

Investigación periodística y reportaje:
Investigación, fotografías y realización audiovisual:
Coordinación periodística y editorial:
Diseño web:
Desarrollo web e impreso:
Distribución en plataformas digitales:
Estrategia y posicionamiento SEO:

Leonardo Botero
Catalina Mesa
Daniel Valero
Carlos Eduardo Díaz
Viviana Velásquez
Norma Elizabeth Pinzón
Sofía Medina

Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.