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María José Pizarro: una componedora que desde la izquierda aún ve posible tender puentes

La senadora llegó hace seis años al Legislativo como activista por la paz y la memoria. Hoy por hoy, su faceta más reconocida es la de la política que actúa como la punta de lanza de la Casa de Nariño en el Capitolio y una figura clave para el progresismo que busca otra victoria en 2026.

María José Barrios Figueroa

07 de diciembre de 2024 - 08:03 p. m.
La senadora María José Pizarro, una componedora de la izquierda.
Foto: El Espectador
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María José Pizarro no tiene que hablar todos los días con el presidente Gustavo Petro para saber qué es lo que tiene que hacer, entre ellos se entienden. Sus visitas a la Casa de Nariño, desde donde actúa como el canal de comunicación entre la bancada del Pacto Histórico y el Ejecutivo, tocan una historia compartida de lucha, aunque con una separación generacional. Seis años antes de esos encuentros en un ambiente más formal, el mandatario le había dado un consejo que la senadora guarda hasta hoy para hacer política.

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“Yo me acuerdo que la primera vez que llegué al Congreso de la República, el presidente había llegado a ocupar la curul de la oposición. En ese momento, lo primero que me dijo fue: ‘cuando nosotros llegamos al Congreso, es decir, esa bancada del M-19 después de la Constitución de 1991, muchos guardamos silencio. Tú no puedes guardar silencio, hay que hablar’”, cuenta.

La invitación era radicalmente diferente a la posición que había asumido cuando parte de su familia todavía vivía en la ilegalidad. En ese entonces, el silencio protegía la vida de sus papás, alejaba miradas, zanjaba cuestionamientos. Pero desde 2018, cuando llegó oficialmente a la política electoral, su trabajo la obliga a otras cosas.

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Cuando está en el Congreso, Pizarro rara vez sonríe. Lo hace cuando habla con alguno de sus compañeros de la bancada del Pacto, pero su mirada suele ser seria, analítica, con los brazos cruzados. Tampoco se queda quieta. Suele moverse, hablar con otros senadores, pararse ante la mesa directiva. Para quien se siente en las barras de la plenaria, es inescapable, pues su pelo canoso delata su presencia.

Los senadores Efraín Cepeda (Partido Conservador), actual presidente del Congreso y María José Pizarro (Pacto Histórico), quien en el momento de la foto era la vicepresidenta del Senado.
Foto: EFE - Carlos Ortega

Y su voz es fuerte, especialmente cuando se refiere a la mesa directiva, como lo hizo en la elección del nuevo magistrado de la Corte Constitucional, donde fue la punta de lanza del Gobierno para elegir al candidato más cercano a sus posturas y criticada por pedir que se tomaran fotos de cada papeleta de votación. O cuando tiene que cuestionar a los opositores del progresismo de Petro, como fue el caso con el debate de control político por la crisis del agua en Bogotá, a la que estaba citado el alcalde Carlos Fernando Galán, con quien mantiene una discusión, vía trinos, sobre las acciones que deben tomarse con Chingaza y por lo que, en los pasillos, ven algunos como una forma de sacar réditos políticos.

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No es poco que se haya convertido en la mano derecha del mandatario en un Legislativo que mantiene una relación fragmentada con su vecino en la Casa de Nariño, y de las pocas que tiene el privilegio de tener una vía directa con Petro. En lo que se erigiría María José Pizarro hoy ya era visible desde el día de la posesión.

El mandatario nunca ha sido ajeno a la importancia de los símbolos, como tampoco lo es la senadora. El 7 de agosto de 2022, cada uno hizo muestra del legado que representaría el primer gobierno de izquierda. Pizarro reconoce la espada de Bolívar como un elemento clave en la lucha del M-19, pero ese día, antes de saber que la vería en la Plaza, ella ya se había preparado para la batalla con unas trenzas de vikinga y la cara de su padre protegiéndole la espalda. Ella, con un pasado en la orfebrería, tampoco dejaría atrás los ornamentos: usó unos aretes, hechos especialmente para ella, de protección.

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Y desde mucho antes de que los dos pudieran llegar al estrado colocado en la Plaza de Bolívar, Petro reconocía el legado que representa Pizarro. Ya la había puesto de primeras en la Lista de la Decencia para la Cámara por Bogotá, y luego la puso de segundas en la lista cerrada del pacto Histórico. Pero su importancia en este Gobierno se selló cuando, entre lágrimas, fue la elegida para ponerle la banda presidencial.

El presidente Gustavo Petro hace el juramento como presidente de Colombia, ante Roy Barreras, entonces presidente del Senado de la República y de la senadora María José Pizarro, quien fue la encargada de imponer la banda presidencial.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

El suyo no es, de todas formas, un apellido que pueda pasar de agache, ni ahora ni cuando su padre seguía vivo. Pero ella no considera que su nombre amerite entrar en la lista de los “delfines” políticos que rondan en el Legislativo: “mi familia no ha ejercido el poder, esa es la principal diferencia”.

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“No podría decirse que soy un delfín, la palabra dauphin era para el hijo del rey. Yo soy hija de Colombia”, agrega.

Es el legado que quedó de una guerrilla que se tomó el Palacio de Justicia, que se robó la espada de Bolívar y que dejó las armas el 8 de marzo de 1990. Es lo que quedó de una organización política que todavía ondea sus banderas en movilizaciones a favor del Gobierno, y es criticada por ello. Pizarro reconoce la brutalidad de las acciones del M-19 y no pocas veces ha cuestionado las razones que llevaron a sus padres a integrar, e incluso a liderar, un grupo armado.

Ella misma tampoco se acercaría a la política por los canales tradicionales, sino después de convertirse en madre cuando era joven, mudarse a España, estudiar orfebrería, realizar un extenso trabajo de archivo para recuperar la memoria de su papá y trabajar en la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá, y en el Centro Nacional de Memoria Histórica. Primero sería artista, luego activista de la paz y desde que llegó al Congreso en 2018, inevitablemente, política.

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“La política es entendida como el ejercicio del poder, pero la política para mí es el arte de la palabra (...) hablaba al principio de la atracción apasionada, que es cómo tú logras que la gente se enamore de tus ideas, no solamente que crea en ellas, sino que se enamore de ellas, de generar atracción, de despertar emoción. Para mí la política es arte, también”, explica.

De izquierda a derecha: Inti Asprilla, León Fredy Muñoz, María José Pizarro, Katherine Miranda, Wilmer Leal y David Racero, en 2020.
Foto: Cortesía

A todos esos calificativos se suma el de la negociadora, puesto que asume tanto en la mesa de diálogo con el ELN como en el Legislativo. A veces le ha tocado la voz más fuerte en el recinto, como cuando ocupó la vicepresidencia del Senado— la primera mujer de la izquierda en lograrlo— y se defendió ante la oposición que la acusaba de no dar las garantías en los debates, especialmente los de los proyectos oficialistas. Y en otras ha asumido el puesto de intercesora, ante esos mismos congresistas, de las iniciativas del Gobierno. No se niega ante la posibilidad del debate, de llegar a acuerdos, pero asegura que sus principios no son negociables.

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“Yo soy radical en mis pensamientos, en la defensa de mis ideales y de mis principios, pero no soy radical con las personas. ¿Eso qué quiere decir? Que nosotros podemos dialogar con todos los sectores políticos y sociales”, afirma.

Esa negociación la ve en otras aristas, como en la Casa de Nariño. Sobre personajes como el actual embajador de Colombia en Londres, Roy Barreras, o el ministro de las TIC, Mauricio Lizcano, cuestionados por su lejanía con el progresismo de Petro en el pasado, ha dicho que “no hay ninguna mirada sectaria con ellos” y se busca “ir construyendo una relación en términos políticos”.

Pero la llegada de Armando Benedetti, que generó un revuelo en Palacio, la llevó a respaldar el llamado de varios ministros a una “reflexión crítica sobre el fortalecimiento de personas cuyas posturas y acciones han sido incompatibles con nuestros principios”. Y agregó: “como mujer no justificaré a quienes nos violentan”.

Varios congresistas reconocen sus capacidades en la política, pero cuestionan que una persona de su talante, con una historia de férrea defensa de los derechos de las mujeres, haga parte del mismo movimiento que permitió la llegada de Benedetti a las oficinas del Palacio, quien es investigado por presunta violencia de género. No son pocas las críticas hacia el Gobierno Petro por su silencio selectivo frente a figuras como el director del Sistema de Medios Públicos RTVC, Hollman Morris, denunciado por supuesto acoso sexual y laboral.

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A Pizarro, una de las caras más visibles del progresismo de Petro, le han pedido respuestas por esos cuestionamientos. Es una tarea inherente para un trabajo como el suyo.

Laura Sarabia se reunió con congresistas del Pacto Histórico, entre los que están Wilson Arias, María José Pizarro, Clara López y Gloria Flórez.
Foto: Dapre

Llegar hasta ahí ha implicado unas dificultades. No recomienda tomar ese camino, tanto así que, cuando su hermana, la representante María del Mar Pizarro— cuya llegada al Pacto Histórico le valió una demanda ante el Consejo de Estado que resultó a su favor—, le dijo que deseaba entrar a la política, tuvo que resignarse ante el futuro que sabría que enfrentaría. Ella vivió de primera mano las dificultades de tener unos padres visibles, cuestionados, criticados en la opinión. Con un puesto como el de congresista, es una historia que se repite en su familia, aunque guardando las distancias, y confiesa que los sacrificios que sus dos hijas han tenido que hacer son “una conversación difícil”.

Quizás una de las charlas más complicadas con su “pequeña familia”, como ella misma la llama, sería la que implica que ella llegue al puesto en el que actualmente se encuentra Petro en 2026. Pero eso todavía no está sobre la mesa, dice; la conversación pertenece, por el momento, al proyecto político.

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A diferencia de los otros congresistas con apellidos notables, ella todavía no ha puesto, al menos de forma oficial, su nombre en la contienda electoral. Pero no es un secreto que ha sido de las que ha tomado el liderazgo de la construcción del partido unitario del progresismo de Petro— incluso asegurando que Colombia está lista para su primera presidenta—, en el que ha sonado como una de las personas que estaría en la lista de precandidatos junto con la ministra de Ambiente, Susana Muhamad; y el canciller Luis Gilberto Murillo.

Lea la columna de Pizarro en El Espectador: Es tiempo de las mujeres en política

Con la escisión del MAIS aprobada, tiene vía libre para integrarse a ese proyecto y aspirar a una candidatura, aunque eso solo se sabrá el próximo año. No quiere que la izquierda se meta en “campañas apresuradas solo por responder a lo que están diciendo los medios de comunicación y la derecha”.

A dos semanas del receso legislativo, la senadora también se prepara para seguir defendiendo los proyectos que dejó el Gobierno para el debate del Legislativo. Y también continuar con los propios: a lo largo de 2024, el proyecto sobre violencia política contra las mujeres recibió la aprobación de la Corte Constitucional y se convirtió en ley el articulado que presentó para reconocer y proteger a las mujeres buscadoras víctimas del conflicto armado.

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“Yo creo que despido este año con la satisfacción del deber cumplido”, dice.

El representante a la Cámara, David Racero, y la senadora María José Pizarro, de la coalición del Pacto Histórico.
Foto: Mauricio Alvarado Lozada

Y es un año en el que la izquierda no solo ha acumulado victorias, también escándalos. En el tiempo que ha pasado desde aquel 7 de agosto de 2022, el Gobierno al que está afiliada— por ideología y por convicción— fue salpicado por señalamientos de querer mantenerse en el poder y escándalos de corrupción que han dejado manchas en la primera jefatura de izquierda que ha asumido el poder en el país.

Pero ella sostiene que esta administración hace política de forma diferente, y lo describe en la presencia de Francia Márquez en la vicepresidencia, y la importancia de liderazgos como los de las senadoras Aida Quilcué y Martha Peralta en el progresismo.

Como ellas, a diario, Pizarro se ornamenta para el ejercicio político, y se sigue preparando para las discusiones que libra la izquierda. En lo que resta de este Gobierno, seguirá usando sus aretes de doble hacha chamánica y las joyas de su abuela, buscando la protección, así como la fuerza, que pide una posición como la suya.

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Por María José Barrios Figueroa

Periodista interesada en temas internacionales, de conflicto, paz, memoria y género.@mariabarriosfmbarrios@elespectador.com
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