La incursión de la otrora guerrilla de las Farc en política ha implicado para el ahora partido padecer las afugias propias de la democracia. Divisiones internas, dificultades para impulsar nuevos liderazgos, frustraciones electorales y más recientemente, la renuncia de algunos miembros, son hechos que lo demuestran. Sin embargo, el camino también ha sido de aprendizaje y muestra de ello –coinciden analistas y sus propios dirigentes–, es una audaz propuesta que toma fuerza al interior de sus toldas.
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Se trata de un cambio significativo para el partido en sus más de dos años de vida en democracia: modificar el nombre de Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común, cuya sigla es FARC, y migrar a otro que no guarde relación con el movimiento con el que se identificaron durante más de cinco décadas de insurgencia y alzamiento armado.
“En términos de comunicación estratégica, el nombre FARC siempre ha sido un error. En su caso, la idea era hacerse una suerte de virginidad política, pues esa sigla traía una implicación muy grave en el imaginario colectivo relacionada con matanzas, guerrilla y bandidos”, opina Eugenie Richard, analista de procesos políticos y electorales.
Si bien puede parecer un asunto de poca monta frente a la realidad que enfrenta hoy la FARC, para expertos es un cambio que le permitiría afianzarse como organización política y desligarse de un pasado de guerra. No obstante, implicaría también tomar distancia de las disidencias armadas y del grupo –liderado por el exjefe negociador de paz, Iván Márquez–, que en agosto pasado anunció el nacimiento de una nueva guerrilla.
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“En política, la imagen es fundamental. El partido político ha debido buscar desligarse un poco de su pasado alzado en armas y apartarse de esa imagen negativa que genera la palabra FARC en la sociedad colombiana, logrando con ello poder entrar al juego político de una mejor manera. Difícilmente, el partido lograría captar votos entre la población manteniendo el nombre FARC. Por esa razón, aunque un poco tarde, es estratégico el cambio”, sostiene por su parte Andrés Macías, experto en políticas públicas, conflicto, paz y seguridad.
Zanjar un viejo pulso
Que hoy la organización política que nació del Acuerdo de Paz tenga como nombre FARC es, en gran parte, responsabilidad de Iván Márquez. Fue a finales de agosto de 2017 –cuando la organización celebró su congreso constitutivo con la participación de 1.200 delegados–, cuando la tendencia que lideraba el líder guerrillero hoy en disidencia, junto a figuras como Jesús Santrich, terminó ganando el pulso para mantener el acrónimo FARC como nombre del partido.
La disputa, que hoy permanece vigente y tiende a acentuarse, fue precisamente con la línea que hoy sigue firme con la paz: Rodrigo Londoño (conocido como Timoleón Jiménez), Pablo Catatumbo, Carlos Antonio Lozada y Pastor Alape. El trasfondo de la pelea fue una división vigente en la colectividad: entre mantener el marxismo-leninismo (la apuesta de Márquez y compañía), o migrar más hacia el socialismo (la idea de Timoleón Jiménez).
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Muestra de esa división es la renuncia de dos de lo más reconocidos miembros de la FARC: la holandesa Tanja Nijmeijer y el exguerrillero Martín Batalla, la cabeza detrás de la empresa Confecciones de la Montaña. Ambos coincidieron en señalar que no se sienten representados por el partido y sus dirigentes.
Así las cosas, un cambio de nombre implicaría un triunfo para el ala de Rodrigo Londoño, hoy director del partido, quien en su momento abogó por nombres como Nueva Colombia, Esperanza del Pueblo o Nuevo Partido, algunos de los cuales han vuelto a tomar fuerza.
Consenso alrededor del cambio
Según congresistas del partido FARC consultados por El Espectador, la propuesta de cambiar el nombre se abre paso en un importante sector de la colectividad, que reconoce como una necesidad dejar de lado el acrónimo con el que se identificaron como guerrilla. De acuerdo con el senador Carlos Lozada, el tema ya está definido en la agenda de la asamblea nacional que celebrará la FARC a partir del 15 de abril. Es precisamente esa instancia –la máxima dirección del partido– la llamada a decidir por mayoría si se cambia el nombre o no.
“Hay compañeros que piensan que cambiar el nombre es, de alguna manera, una necesidad política. Hoy en día es muy complejo (diferenciarse en términos de comunicación) de las disidencias de las Farc, las Farc segunda Marquetalia y el partido FARC”, asegura el congresista.
A su turno, la senadora Victoria Sandino –quien recuerda que hace dos años se opuso al nombre y se declara partidaria del cambio– sostuvo que se trata de una discusión que tendrá que encararse y que debe derivar en lo que más le convenga al partido. “En su momento, los planteamientos y la opinión de quienes no queríamos que nos llamáramos FARC eran que estábamos volteando la página, de cara a la construcción de un nuevo momento de esta lucha revolucionaria. Pero también para hacerle frente a la estigmatización que vivimos por más de 60 años, y buscar un nombre de acuerdo con las nuevas condiciones que estábamos enfrentando”.
En esa línea, la congresista Sandra Ramírez, quien en su momento sí votó por conservar el acrónimo FARC, reconoce que el momento es conveniente para estudiar el cambio, una decisión que deberá someterse a votación por parte de la militancia. “Defendimos el nombre en la pasada asamblea por lo que significaba internamente para muchos revolucionarios y ahora exguerrilleros, pero el nombre se satanizó, se estigmatizó por los inconvenientes internos y ahora es mejor llevar la propuesta y que la militancia definida qué quiere”.
La senadora –quien es recordada por haber compartido 24 años con el fundador de las Farc, Manuel Marulanda– asegura que un cambio en el nombre sería una decisión en el camino correcto tras lo ocurrido con las disidencias. “Escuchando diferentes versiones, opiniones y conceptos, sería conveniente ante los inconvenientes internos que tenemos respecto a los que se separaron de los lineamientos del partido y del Acuerdo”.
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Implicaciones
Para la analista Eugenie Richard, si bien es estratégico el cambio de nombre, también podría dividir al electorado y generar un poco de confusión en la opinión pública acerca de quiénes son ellos y qué quieren lograr. No obstante, para la experta es claro que se trata más de una oportunidad para lograr una verdadera diferenciación entre quienes le apostaron a la paz.
“Pueden decir que son los que le apostaron al juego democrático y se desligaron del todo del FARC armado y político que no estaba comprometido con la paz. Su mensaje es que ellos son los comprometidos, los que decidieron crear una identidad política nueva que se la juega para la democracia”, explica.
En ello coincide Andrés Macías, destacando la diferenciación que supondría con los grupos residuales que, tras tres años de la firma del Acuerdo, siguen generando daño a la población colombiana. “Cambiarse el nombre llevaría, además, a no tener que decir FARC cuando políticos, periodistas o cualquier otro ciudadano haga referencia a ese partido. Eso sería también un punto de inflexión en el proceso de construcción de paz que está viviendo el país”, precisa.
Los nombres que se barajan
Ante la posibilidad de un cambio, expresiones como Nueva Colombia, Fuerza del Común, Fuerza Altenativa, Partido de la Rosa o Partido de la Paz se han popularizado entre algunos miembros de la colectividad como el nuevo nombre. Sin embargo, nuevas designaciones podrían abrirse campo de aquí al 15 de abril, cuando se prevé se celebre la asamblea.
En lo que también parece haber consenso es en mantener el logo del partido: una flor roja con una estrella en el centro y las siglas: “Se ha posesionado y es algo que nos identifica como partido, pero si hay una propuesta en ese sentido también se discutirá”, dice Sandra Ramírez.
Según Carlos Antonio Lozada, en la asamblea de la FARC –que podría celebrarse nuevamente en Bogotá–, se discutirán también los estatutos del partido, la composición de la dirección y la plataforma política. Adicionalmente, se hablará del momento político del país, cómo va la implementación del Acuerdo de Paz y “la coyuntura de lo que implica un gobierno (el de Iván Duque) que no ha sido para nada amigo de la paz. El nombre es un asunto de forma”, concluye, por su parte, Victoria Sandino.
Por ahora, a tres meses del encuentro, el partido se encuentra en la etapa preparatoria, celebrando asambleas en las regiones y recogiendo opiniones. En todo caso, insisten sus dirigentes, la votación democrática será el único mecanismo a través del cual se adoptará cualquier decisión.