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Terminé la lectura del libro de Gustavo Petro. Es un documento imprescindible. No solo por la posición actual del autor, sino porque contiene reflexiones que es preciso conocer. Por esta razón decidí escribir un comentario que titulé “Petro entre comillas” porque espero que sea su propia voz la que hable. Como es obvio, tengo mis propios puntos de vista, pero lo que me propongo es un examen lo más alejado posible de la pasión política.
El título de esta obra, Una Vida, Muchas Vidas, armoniza con los contrastes que afloran durante su lectura.
Hay pasajes inspiradores. Sus ideas sobre integración social demuestran compromiso con ideas positivas y adecuadas para enfrentar la ruptura social que vivimos. Su recuento del paso por la alcaldía de la capital enriquece esa orientación, aunque diversos sectores no comparten sus cifras y en cambio señalan graves desarreglos administrativos en su gestión. Pero en todo caso este es una valiosa colección de ideas, muchas de las cuales una puede compartir.
No ocurre lo mismo con otros capítulos.
La lucha armada
La visión del autor sobre la lucha armada toma distancia de la clásica creación de movimientos armados rurales especialmente en lo relacionado con las Farc. Es una curiosidad su creencia en la potencialidad de la clase obrera en la revolución, en momentos en los que vivía en Zipaquirá que, aunque albergaba algo de industria, estaba muy lejos de los complejos fabriles de las grandes ciudades. En cuanto a su presencia en el M-19, que califica como un movimiento no marxista, nacionalista y democrático, se ubica a sí mismo como perteneciente a una línea distinta a la acentuadamente militarista. A su juicio, muchos de los integrantes eran rebeldes pero no revolucionarios. Los rebeldes, dentro y fuera del Eme, eran una contra élite: no buscaban cambiar las relaciones de poder, sino reemplazar las existentes. Podían convertirse en fuerzas muy conservadoras.
Uno de los elementos que parecen determinantes en su ingreso a la lucha armada fue la represión. Es muy vehemente en sostener que el gobierno de Colombia era “una dictadura al igual que lo habían hecho Pinochet en Chile y Videla en Argentina”.
De cierta forma, su relato le da un aire de justificación a su respuesta armada. Pero es difícil armonizar su idea de que el M-19 le “apostaba a la democracia” y, al mismo tiempo, afirmar que “no había otro camino transformador que “a lucha armada”. Sorprende que ahora, como dirigente político legal, no haya una sola línea de su libro condenando el crónico ejercicio de la violencia. Hay una cierta romantización del papel del guerrillero. No como algo temporal sujeto a determinadas circunstancias. Puede que lo piense, pero no lo dice. Se echa de menos una condena a la mezcla de armas y política.
No tengo recuerdo de su presencia en la Constituyente de 1991. Quizás ocurría en las entrañas de su partido, a las cuales yo no tenía acceso. Pero su primer enfoque ya es tan arriesgado que hasta pudiera calificarse de contraevidente: que Álvaro Gómez era una fuerza más progresista que Navarro. Es cierto que Álvaro terció contra “el régimen”, algo que hay que reconocerle. Pero aún en momentos de audacia, la estructura de su pensamiento pretendía superar diversas crisis, pero no para cambiar realmente el régimen vigente, sino para protegerlo de sus propias dolencias.
(Quizás le interese leer este aparte del libro de Petro: Gustavo Petro y su historia en la guerrilla del M-19)
El pensamiento económico de Gómez siempre orbitó entre el capitalismo y una cierta idea cristiana de equidad. Por lo demás, en momentos en que arreciaba su crítica al régimen, no dejó de pertenecer a él mediante amplia representación suya en altos cargos. Navarro alentaba ideas distintas, que tocaban puntos claves de la distribución del poder, y lo hacía con una mirada en lo popular. Me parece exagerado el ataque de Petro a Navarro. Y algo apasionado. Cosa distinta es que Navarro interpretó la coyuntura como apropiada para dar un paso adelante en la cancelación del bipartidismo y la apertura de espacios más amplios para franjas de ciudadanía hasta ese momento invisibles. Con acierto, Navarro abonó espacios nuevos y descubrió comunidades ocultas, pero no pensó en la Constituyente como un mecanismo cimentado en la protesta callejera permanente y el desarreglo perpetuo. Cuenta Petro que Otty Patiño le dijo: esto es la revolución. No, pensó Petro. La “revolución era el pueblo en las calles, como protagonista de las transformaciones”.
De la Constituyente y hoy
Es un poco escalofriante la narración de Petro cuando cuenta que, según él, Navarro temía que a la Constituyente le opusieran los tanques. Petro señala que “si los tanques hubieran atacado la Asamblea, habría nacido una oportunidad”. Y lo repite para que no quede duda: “cuando escuché la frase de Navarro pensé que un ataque de tanques quizás hubiese sido la mejor opción. Porque, en ese caso, el papel del M-19 hubiera consistido en levantar al pueblo en nombre de la democracia y de la nueva Constitución”.
Es preciso mirar que en la campaña de 2018 Petro propuso una constituyente actuando en todo el territorio en un inevitable marco de agitación. Queda la pregunta sobre si las reflexiones de 1991 sobreviven o no en el marco de la política actual.
(Quizás quiera leer también esta columna de opinión: Petristas y antipetristas ante el libro de Petro)
Habla de dos artículos presentados por el gobierno. El de la autonomía del banco central y el que permitía a los particulares la prestación de servicios públicos. Según él, Navarro y Gómez aceptaron este revés para obtener apoyo de Gaviria. Coincide esto con su reciente invitación a imprimir billetes para superar la crisis de la pandemia y con la propuesta de estatización de la salud. En cuanto a Gómez, mi percepción es que los mencionados artículos fueron de su agrado.
A su juicio, la Constitución terminó siendo una amalgama de agua y aceite. Y en esa amalgama se fraguó el fin del Eme. “La Constitución del 91 fue su capítulo final”. Contrasta esto con la profusión de voces, incluidas aquellas afines a su proyecto político, que en el reciente aniversario de la Carta, la describieron como la viga maestra de las transformaciones.
Algo aún más alarmante: Dado el escaso margen de participación en la votación de la Constituyente, limitada a sectores urbanos de clase media, la Constitución se convirtió “en la antesala de la violencia más desgarradora e intensa que ha vivido el país”. La violencia, en verdad, nos asuela. Pero convertir a la Constitución en el Frankenstein que le sirvió de antesala no pasa de ser una descabellada pesadilla.
Repito que es la voz misma de Gustavo Petro. Los colombianos juzgarán. En todo caso, se le agradece la franqueza.