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Hace 25 años aproximadamente se posicionó con fuerza la figura de Álvaro Uribe Vélez, el liberal disidente que les arrebató a los partidos políticos las banderas de la derecha, subió al poder por ocho años (otros dirían más) y logró que su nombre titulara una corriente política que ha marcado este siglo.
En paralelo, emergió el que en 2022 se posesionó como el primer presidente de izquierda pura en el país, Gustavo Petro, quien forjó gran parte de su trayectoria haciéndole oposición a esas casi dos décadas de uribismo y también entregó su nombre a un proyecto. Ambos, queriéndolo o no, terminaron por forjar la política personalista que prima en Colombia y también se vislumbra en otras naciones.
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Para que Uribe y Petro sean hoy los máximos referentes políticos en el país, varios sucesos tuvieron lugar previamente, como el paso del sistema bipartidista (liberal-conservador) a uno en el que se alcanzaron cifras récord de cerca de 70 movimientos con personería jurídica, fenómeno que fue ajustado en 2003 con un acto legislativo que creó figuras como el umbral, la cifra repartidora y las listas únicas, o la puesta en marcha de la política de seguridad democrática que impulsó Uribe para combatir a las guerrillas y recuperar el control territorial de varias zonas del país.
De hecho, la gestión de seguridad que se adoptó en este mandato fue fuertemente cuestionada por Petro debido a los falsos positivos. En el Congreso se volvió referente de estas denuncias, así como de las relacionadas con la parapolítica.
También se puede mencionar la herencia política que le entregó el antioqueño al nobel Juan Manuel Santos, quien igualmente fue reelegido para otro período presidencial y buscó la salida al conflicto armado con las extintas FARC a través del Acuerdo de Paz de 2016, algo que fue visto como una clara traición a su antecesor, quien entre otras cosas decidió volver al Senado en su intento de frenar el tratado de La Habana y hacerle oposición a su “traidor”.
La personalización en la política se evidencia en que hubo dos reelecciones, es decir, en este cuarto de siglo subieron al poder cuatro presidentes de los seis que se habrían tenido si no se hubiese aprobado la reelección. Vale recordar que Uribe buscó la segunda reelección, para tener un tercer período como jefe de Estado, pero en últimas no logró su objetivo.
Fue tras los dos períodos de Santos que Uribe intentó de nuevo encontrar heredero. Eligió a Iván Duque, que en últimas fue criticado hasta por las mismas bases uribistas e influyó para que Petro llegara a la Casa de Nariño luego del estallido social y la pandemia del covid-19, y en medio del malestar generalizado que proclamaba aires de cambio.
En todo caso, este fenómeno de personalismo lo inició Uribe, quien renunció al Partido Liberal en 2001, llegó a la Presidencia un año después por el movimiento Primero Colombia, luego fue impulsado desde el Partido de la U y en 2013 conformó el Centro Democrático, partido que en sus estatutos se refiere a él como el “presidente fundador”.
Su paso por diferentes colectividades dejó le pregunta de si era él quien necesitaba a los partidos para avalar sus aspiraciones y estrategias políticas o si fue él quien les dio fuerza a estas agrupaciones con su figura de “padre de la patria”. Por algo, la pregunta de si se era liberal o conservador migró a si se era uribista o no.
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Según Mauricio Velásquez, doctor en Ciencias Políticas de la Universidad de California y profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, Uribe supo reconocer el debilitamiento que empezaron a tener los partidos en la década de los 90 y abanderar la principal preocupación de los colombianos de la época: la violencia.
El apoyo que le brindaron varios sectores, su promesa de recuperar el control del territorio y eliminar a las guerrillas lo convirtieron en 2002 en el primer presidente en ganar las elecciones en primera vuelta desde que se instauró la medida en la Constitución de 1991.
Álvaro Forero, columnista de El Espectador, agrega que Uribe encarnó la figura de un caudillo, mezclándola con estrategias populistas. También señala que el Frente Nacional, que finalizó las peleas entre rojos y azules, pudo haber eliminado la competencia política, que es fundamental en un sistema de democracia: “Uribe desguazó al Partido Liberal del que venía, lo dividió en varios partidos y tomó las ideas del Conservador. Se quedaron entonces sin discurso”.
Mientras el fenómeno uribista se consolidaba, surgió Petro, quien supo reunir en su proyecto político el descontento y las críticas del otro sector, el lejano a Uribe que empezó a reclamar por los falsos positivos presentados y por las violaciones a los DD. HH.
Como el líder de derecha, el actual mandatario también militó en numerosas colectividades: inició en el M-19, pasó a ser parte del Movimiento Vía Alterna, que lo avaló para la Cámara y el Senado; continuó en el Polo Democrático, partido al que renunció. En 2011 fundó Colombia Humana, movimiento con el que llegó a la Alcaldía de Bogotá.
A su vez, participó en dos coaliciones, la de los Decentes, para su aspiración a la Presidencia en 2018, que perdió contra Duque, y la del Pacto Histórico, con la que se subió al podio y le dio un vuelco a la tradición política de derechas de las últimas dos décadas.
“Uribe fue el partero de Petro. El petrismo es una respuesta histórica al fenómeno uribista por donde se le mire, ideológicamente, en términos de personalismo, de teoría económica. El populismo pasa de un líder a otro y no se extirpa”, dice el columnista Forero.
¿Qué sería del Centro Democrático sin Uribe y del Pacto sin Petro? Ambas colectividades han puesto en el primer y máximo lugar a sus líderes, tanto que sus actos, discursos y estrategias giran en torno a enaltecerlos, lo que incluso ha generando dificultades para el surgimiento de nuevos liderazgos, como se ve claramente.
Resulta evidente de cara a las elecciones 2026, en las que el uribismo, pese a tener cinco precandidatos, no marca en las mediciones y se ha visto afectado por tener que defender al expresidente en el jucio en su contra.
“La derecha no se ha podido levantar del fenómeno caudillista. El guiño del exmandatario sigue definiendo la candidatura de la derecha y lo que mortifica a los precandidatos es si mañana él se va a levantar y dirá mi candidata es Vicky Dávila, no alguno de ustedes. Entonces, si Uribe se cotiza al alza, bien, pero si se cotiza a la baja, ellos están mal. No tienen una forma de separarse o encontrar discurso propio”, dice el docente Velásquez.
Lo mismo pasa en el proyecto progresista, que alardea del 30 % de popularidad con el que cuenta Petro, pero que no se le ha heredado a ninguna de las posibles cartas presidenciales, que terminan siendo opacadas y hasta consumidas por la figura del jefe de Estado.
El personalismo ha golpeado la formación de nuevos liderazgos y ha vuelto casi que obsoletos a los partidos políticos, reduciéndolos, en algunos casos, a no ser más que empresas electorales. En Colombia, es un fenómeno que fue creciendo desde el año 2000, pero que apenas está ocurriendo en países como Estados Unidos con Donald Trump, quien casi que se “tragó” a los republicanos y puso en apuros a los demócratas para encontrar a un personaje que le haga contrapeso al actual presidente.
Lo curioso es que para 2026, aunque están las dos máximas figuras de la derecha y la izquierda, han empezado a sonar con más fuerza los llamados a la conformación de agrupaciones sólidas. No sería raro que se terminen conformando dos poderosas orillas y, por ende, dos poderosos partidos: el Centro Democrático con todas las ideas de derecha y conservadoras, y el Pacto Histórico con las visiones progresistas, si se llega finalmente a convertir en partido único, como quiere Petro.
La consulta popular que plantea el presidente sería un termómetro para ello, pues solo amerita un sí o un no para saber de qué lado se está, eliminando casi que de tajo los grises, el centro político y los partidos independientes que no han tomado una postura entre el blanco y el negro.
Petro está hoy en el lugar en el que Uribe estuvo en 2010, cuando meditaba con la almohada a quién darle la bandera de su proyecto, corriendo el riesgo de ser traicionado o de no escoger a una carta competente. Su elección determinará el legado que desea dejar y, de paso, si Uribe recuperará o no su “reinado” de mandato.
*Nota del editor: este artículo se modificó porque en un inicio se dijo que Uribe buscó la tercera reelección, en confusión a un tercer mandato.
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Por Laura C. Peralta Giraldo
