Publicidad

Polarización y política emocional, ¿cómo entender el caso colombiano?

En el país reina un clima emocional poco empático y respetuoso, muy arrogante, desconsiderado y claramente revanchista que propicia prácticas de eliminación del contendiente.

Margarita Garrido /Especial para El Espectador
13 de septiembre de 2020 - 07:25 p. m.
Incluso desde el siglo XIX, ya se evidenciaban en discursos de líderes de partidos y facciones expresiones de descalificación y sentimientos adversos al opositor.
Incluso desde el siglo XIX, ya se evidenciaban en discursos de líderes de partidos y facciones expresiones de descalificación y sentimientos adversos al opositor.
Foto: Getty Images/iStockphoto - Getty Images

El asunto de la polarización tiene mucho que ver con las políticas emocionales que adopten los partidos o grupos, la forma en que expongan sus motivaciones, la difusión que logren y la capacidad de hacer que la gente se involucre. En la política emocional se construye a los otros, a los contendores, se les da o niega el reconocimiento como opositores y se los puede convertir en enemigos y propagar o no una política de no escuchar, sino eliminar a quienes estén o sean clasificado en otras orillas.

Los polos son opuestos, son centros de atracción, que reparten en dos mitades prácticamente iguales la opinión política. La difusión en medios que tengan los enunciados de los políticos tiene mucho que ver con alimentar un tipo u otro de emociones entre contendientes. La polarización angosta el espacio para tendencias de centro.

Cuando en 1849, en un largo artículo sobre los partidos políticos en Colombia, José Eusebio Caro escribía que la lucha sobre el significado de la libertad “no acabará hasta que el partido conservador haya acabado completamente, absolutamente, con el partido rojo, es decir hasta que lo haya desacreditado tan completa, tan absolutamente, que pierda hasta la audacia de manifestarse…” señalaba intolerancia y miedo.

En contexto: Polarización: ¿un camino hacia la violencia?

Su postura estaba centrada en ideas sobre la civilización y el orden, la defensa de la propiedad y la seguridad. No implicaba la eliminación de las personas sino el descrédito de un partido. Los conservadores a mediados del siglo XIX, o sea hace 160 años, temían a los rojos, es decir, una agrupación afín a la de los socialistas franceses, que acabaría, según ellos, con la propiedad y la seguridad.

Los liberales, por su parte, estaban llenos de entusiasmo por las reformas, estaban en el poder hacía unos meses y contaban con gran apoyo popular. Por eso no podemos hablar de polarización en dos bandos de igual peso a pesar del lenguaje incitante de Caro, y aunque una reforma, como la abolición de la esclavitud, causara la rebelión conservadora que se convirtió en una guerra durante algunos meses en 1851. El Gobierno, no con Ejército, sino principalmente con Guardias Nacionales en los distintos estados, venció, indultó a las tropas y exiló a los jefes.

En la segunda mitad del siglo XIX continuaron los debates sobre las ideas económicas, la organización política, la relación con la iglesia y la educación, y los contendores se enfrentaron en guerras civiles. Pero es difícil hablar de polarización en dos bloques. Si acaso, de una polarización relativa, en una esfera pública no muy amplia, y una población muy diversa y dispersa que participaba con grados variables de compromiso, pero en general rehusaba el reclutamiento. En discursos de líderes de partidos y facciones podemos encontrar tanto expresiones de descalificación y sentimientos adversos al opositor, como deseos de concordia y propuestas para evitar las guerras. Varios de ellos reconocieron que reinaba el espíritu de partido y llamaron a la tolerancia.

Aunque la matriz bipartidista se forjó entonces y persistió durante el siglo XX, la política se podía pensar como un espectro amplio en el que había muchas subdivisiones y alianzas cambiantes, además de grupos regionales en los estados soberanos. Ideas y emociones se transmitían en una cantidad de periódicos y panfletos con variadísimos pies de imprenta, de circulación limitada, que conectaban unos territorios más que otros. Por supuesto, no había radio (ni trinos) para enardecer los sentimientos de amplias congregaciones. Quizás la muestra más fuerte de que no había una polarización notable sea la facilidad con que se perdonaba, se daban indultos en medio y al final de las guerras. La prohibición cristiana de no matarás y la conciencia de hermandad primaban, a pesar de las incitaciones a la guerra que se daban apelando aún a la religión, y de que, innegablemente, el conflicto es un escenario propicio al desenfreno que sin duda tuvo lugar y dejó heridas.

Podemos decir que en el XIX las emociones que marcaron la mayor parte de los enfrentamientos políticos fueron la intolerancia entre partidos, y el desengaño de los artesanos y de otros actores populares por ver incumplidas las promesas de ciudadanía y derechos. La intolerancia que se reflejaba en la exclusión de los perdedores en el gobierno, ganado a veces con fraude electoral, fue permanente motivación de rebeliones. Por supuesto que se recurrió a la estigmatización de unos a otros, pero hubo siempre voces intermedias y algunas cortas pausas de participación, como en el gobierno de Mallarino.

No obstante, con la guerra de los Mil Días, la más cruel, larga y violenta de las guerras civiles del siglo XIX, se llegó a un nivel de polarización visible y aumentó el uso deliberado de las emociones en diversas prácticas para involucrar a una mayor cantidad de población. No faltaron entonces tampoco las voces pacifistas y conciliadoras, pero fueron desoídas. La guerra produjo una especie de hastío que, al ser sellado con la consiguiente separación de Panamá, sentida como una amputación, dio lugar, unos pocos años después, a una cierta paz acompañada de una política emocional de conciliación. La ley de minorías de 1910 que reconoció la participación a los perdedores en elecciones coincide con el fin de ese tipo de guerras.

Durante el gobierno de Laureano Gómez se produjo gran polarización que desembocó en la violencia partidista. La oposición pueblo-oligarquía planteada por Gaitán como una crítica moral despertó las esperanzas populares de reconocimiento que, truncadas por su asesinato, causaron resentimientos e indignación muy profundos. Aunque las expectativas sembradas tenían que ver con cambios para el pueblo y el campesinado, la polarización se expresó entre partidos y tomó el curso de la eliminación física del adversario político. Después de la Violencia también hubo un hastío y una pausa. Regreso a la tierra, algunos gestos de paz y apoyo, que algunos han llamado paz criolla. Pero también dio lugar al nacimiento de las guerrillas motivadas de nuevo por el desengaño por incumplimiento de promesas y la consiguiente violenta represión, pensada como supresión del otro.

En la segunda mitad de los sesenta, en el gobierno de Lleras Restrepo especialmente, hubo una política emocional más empática, hacia los sectores populares y campesinos, visible precisamente en la iniciativa de la reforma agraria y otras instituciones creadas para apoyar el campo. Esta reforma distributiva, aunque alcanzó lo que ninguna otra, no logró lo deseado, pues no estuvo acompañada de otros instrumentos de desarrollo y al tocar intereses agrarios de terratenientes de ambos partidos, fue frenada. Recreó las expectativas creadas por la ley de tierras de 1936 de López Pumarejo, pero al frustrarse terminó sumando al desengaño que alimentará la política emocional de resentimiento de la guerrilla y de una parte de los partidos de izquierda.

En los 90 hubo iniciativas de mediación y reconocimiento que se materializaron en varios acuerdos con distintos grupos guerrilleros y demuestran que hubo un espíritu de conciliación. No obstante, la sistemática eliminación de los del EPL dio lugar a una enorme desconfianza e incredulidad para otros acuerdos.

En el cambio de siglo, con las AUC y el narcotráfico alimentando el conflicto, esa violencia dispersa, no restringida a los armados, e interesada en el despojo de tierras se recrudeció.

Las fuerzas armadas fueron usadas para someter a las guerrillas, pero también para violentar a la población civil y aumentar el número de bajas con asesinatos selectivos. La derecha que había trabajado en cierta forma soterradamente fue instalando una política emocional también resentida, vengativa y pendenciera. La estigmatización del adversario ha sido en estos tiempos un recurso definitivo de polarización con cada vez más consecuencias fatales. Y por supuesto no se agota en la alineación en partidos políticos, sino en campos opuestos.

Con la firma del Acuerdo de Paz en La Habana y en el Teatro Colón se abrió de nuevo la esperanza de cambio de estructuras tanto agraria como de reconocimiento entre los colombianos de distintas clases, géneros, comunidades y territorios. Pero, a pesar de los esfuerzos por aclimatar los discursos con emociones empáticas y de reconocimiento, la política emocional desarrollada por la derecha en torno a la firma del plebiscito fue realmente descarada en la utilización de toda suerte de recursos de engaño para enardecer a la gente y hacerle temar por la vida, la seguridad, la educación de sus hijos.

La política manejada a través de trinos, una forma de comunicación irreflexiva, caprichosa y descontrolada –que no tiene la mediación del editor del periódico que exigía algo de evidencia antes de dar noticias–, desdibuja las líneas entre las emociones privadas y lo público y les da a éstas curso de banda ancha. Hoy hay mucha polarización y reina un clima emocional poco empático y respetuoso, muy arrogante, desconsiderado y claramente revanchista que propicia prácticas de eliminación del contendiente.

Es tan necesario recuperar los matices ideológicos, el respeto a la verdad y la transparencia como reaprender a calibrar las emociones y alinearlas decidida y claramente, con formas de reconocimiento igualitarias, con prácticas verdaderamente democráticas y transparentes y con la priorización real del bien público por encima del privado.

Por Margarita Garrido /Especial para El Espectador

Temas recomendados:

 

Berta(2263)13 de septiembre de 2020 - 11:13 p. m.
Margarita Garrido: No olvide que el deleznable individuo que está detrás del plan atroz de volver "trizas" el acuerdo de paz, algo que desafortunadamente ya consiguió -o al menos parcialmente-, es de extrema derecha; fascista es la palabra adecuada; así que no tenga miedo en nombrar las cosas por su verdadero nombre.
Helena(66766)13 de septiembre de 2020 - 10:27 p. m.
Les recomiendo el documental en Netflix, The Social Dilemma. Se puede ver en español y ahí entendemos muy claro como se manipula a través De las redes, en favor de quienes tienen el poder para destruir lo poco de humanidad que nos queda....
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar