Que Andrés Parra es uno de los actores más versátiles de su generación no es una afirmación nueva. El actor caleño, que se hizo famoso por su rol de Pablo Escobar, en ‘Escobar el patrón del mal’ ha encarnado distintos papeles roles que lo han ratificado como uno de los mejores. ‘El Presidente’, ‘El robo del siglo’, ‘Los iniciados’, ‘La pasión de Gabriel’ solo son unos pocos que dan cuenta de su talento.
Ahora, en la piel de Jeremías Salgado, inspirado en el asesino Campo Elías Delgado, en la serie de Netflix ‘Estado de fuga 1986’ logra escenas espeluznantes, que en instantes alcanzan el terror. No solo es la carga de las pocas palabras que dice, la mirada, el gesto e incluso, el andar, hay algo más. Mario Mendoza, el escritor y productor bogotano, mencionó en el estreno de la apuesta que Parra es “como un agujero negro”, y posee “esa energía poderosa que uno no puede evitar que el ojo y el oído y toda la atención se vaya hacia él”.
Hay que decir que esa capacidad de interpretación es el resultado de una preparación de más de 30 años que lleva Parra, que es egresado de la escuela de formación del Teatro Libre.
En medio de la promoción de la serie dejó al descubierto que en sus últimos roles aplicó un método distinto, que lo tiene satisfecho. En charla con El Espectador profundizó en este hallazgo, donde él se asume como un instrumento que purifica al máximo, antes de permitir que entre el rol asignado. Se trata de un trabajo espiritual y exigente.
Mencionó hace unos días que ahora asume los roles como algo místico, ¿eso también lo ha llevado a rechazar algún personaje que sienta que lo puede contaminar?
No… yo rechazo los proyectos que no me interesan, pero no los personajes. Rechazo las series que no me vería, las que no me parecen o porque el parche no me parece chévere. Pero por el personaje, nunca. No sufro de ese mal.
¿Se protege antes de encarnar un rol, sobre todo cuando se trata de personajes tan oscuros y siniestros como Jeremías, en ‘Estado de Fuga 1986’?
Esto es muy raro de explicar. Claro, hay un trabajo de construcción de personajes, pero resulta que es que el actor también tiene que estar listo. Por un lado, se construye, se investiga, se lee, se conversa con gente, se reúne el material. Pero si no estoy preparado para la canalización de esa información, entonces, llego hasta un punto, donde no puedo profundizar. Entonces, sí creo que existe, y por lo menos, lo empecé a poner en práctica a partir de ‘Iniciados 2’, y volví a ponerlo en práctica en ‘Estado de fuga’ y creo que mi método cambió. Algo nuevo encontré y es que también tengo que estar preparado, y estar preparado quiere decir, que el instrumento, yo, tiene que estar afinado.
Y ¿Cómo afina ese instrumento que es usted mismo?
Tiene que haber un cambio en la alimentación, un cambio en el ruido, en el descanso, en lo físico. Tiene que intensificarse la meditación, el silencio. Es decir, hay que abrirse. Hay que preparar el espíritu, porque ahí es donde se va a manifestar ese personaje. Hay que pedir permiso, cuando se trata uno real, yo pedí permiso, hice una ofrenda, hay que hacer un cierre, hay que estarse limpiando. Por ejemplo, descubrí que las nueve respiraciones de purificación, que es una técnica de las tribus indígenas del Tíbet, servían mucho después de las escenas. Es una cosa que uno se demora tres minutos, que limpia, purifica, relaja y saca todo eso que no es de uno. Eso se hizo. Masajes cada 15 días, tomar el mínimo de alcohol, poca azúcar. Hay todo un protocolo, que creo hoy en día, facilita la manifestación de ese personaje que se va a interpretar.
Antes me limitaba a crearlo, pero se me olvidó el instrumento. Estoy completamente convencido de que soy un instrumento a través del cual se manifiesta algo. Si estoy demasiado sucio, pues va a ser más difícil. En ese ejercicio, tengo que estorbar lo menos posible, no puedo intervenir, no puedo opinar, debo hacerme a un lado. ¿Para qué? Para tener esa conciencia y para que la disociación se dé, como se tiene que dar. Porque el actor cuando actúa entra en un estado de disociación (desconexión). Hay que estar listo, esto es un trabajo del espíritu.
El libro que le cambió el método de actuar a Andrés Parra
¿Qué pasó para que llegara a ese hallazgo?
Me demoré 38 años en encontrar esto. Tengo que decir algo importante: el método es el que le sirve a uno, si a lo mejor mañana un actor lo prueba puede que no (le funcione). No lo estoy ni recomendando, ni sugiriendo, estoy diciendo que después de ‘Iniciados’ para mí dejaron de ser importantes muchas cosas que rodean el oficio: el premio, el reconocimiento, la alfombra, la foto, la portada, la huevonada. Cuando eso deja de ser importante y me logro liberar, entonces como ya no hay ese afán, no hay esa presión, empezó esto a volverse un poco más profundo y más puro, la búsqueda ahora es de más pureza. Quiero llegar a la pureza de este oficio, entender qué es lo que es esta m... de actuar, porque es muy compleja y muy rara. Pero parece ser que tiene su pureza y esa es la ruta que yo emprendí, la pureza. En esa búsqueda de pureza, me pillé esto que le estoy contando.
¿Y cuál fue el detonante?
Simplemente pasó que un día dije ‘claro, esto es de no estorbar, esto es de no opinar.’ Lo que somos es un canal a través del cual la inteligencia creativa del universo se pasa a los actores, a los músicos, a los cantantes, a los escritores. La pregunta surge a raíz de una lectura que yo hice hace como dos años de un libro que se llama ‘El camino del artista’, de Julia Cameron, donde ella plantea esa tesis y dije ‘claro que sí, quiero vivirlo, ¿Cómo se vivirá esto?’ Y entonces apunté, dije: ‘de verdad, ¿qué tal que haya un Dios que nos utiliza a nosotros para Él enviar unos mensajes, unos cuadros, unas pinturas, unas lecturas que necesitamos leer y ver, qué tal que sí?’
Cuando le añade espiritualidad al crear sus personaje, ¿se podría pensar que se involucra y pone en riesgo la salud emocional que lo puede afectar?
Falso. Yo no hago un asesino las 24 horas del día, soy un actor profundamente técnico, soy un bombillo: me prenden y me apagan. El humor en el set es mi ancla a tierra. Me burlo de mis personajes, no me los tomo en serio, me río de ellos. Soy un irrespetuoso, un guache, un salvaje; en el set no respeto a nadie desde el humor, porque es lo que me permite a mí eso: salir y entrar.
Mencionó hace unos días que busca no sentir nada y más bien que el púbico sea quien lo haga…
Soy el que más en contra está de que el actor sienta. El actor no tiene por qué sentir nada, el público es el que tiene que sentir. Nuestra labor es la imitación física de la emoción humana. Ese es el actor que vale oro: el que es capaz de repetirle cien veces una acción que a usted la conmueve igual.
Usted debe estar física, emocional, mental y espiritualmente preparada para que en el momento en que dicen acción, la disociación se dé, en la más absoluta pureza. Ahí usted debe estorbar lo menos posible, su ego no debe intervenir porque es una cosa que es mucho más grande que usted. Tan pronto dicen ‘corta’ usted vuelve.
El otro actor, en cambio, es un tipo que entonces le ofrecen un alcohólico y actúa de alcohólico durante tres meses, desde que se levanta hasta que se acuesta, en el set, en la fiesta de la hija. Esos son los que se chiflan, a mí no me metan esa bolsa. Usted me prende a mí esos 12 segundos o 3 minutos que dura una escena, el canal esté lo más dispuesto posible y yo logré en la disociación sacar al ego, pero tan pronto corta, yo vuelvo.
Eso quiere decir que usted no necesita despojarse del personaje…
Cuando dicen corta, inmediatamente, como en cualquier trabajo, yo suelto, tiro un chiste, me siento, me limpio. Justamente para que no me pase eso, me tomo mis tres minuticos en una sillita, hago mis nueve respiraciones, me relajo y arranco a mamar gallo hasta que toca volver a grabar.
¿Planea compartir su nuevo método?
Estoy en la obligación. Llevo apenas dos años poniéndolo en práctica, necesito prueba y error y eso es lo que pienso hoy no sé en uno o dos años. No sé si sea un método apto para alguien que está empezando. Siento que es algo a lo que se llega.
Finalmente, Andrés mencionó que solo hasta ahora entiende la profundidad de las palabras de Ricardo Camacho, quien fuera su maestro en la escuela del Teatro Libre.
“Ricardo Camacho, del Libre nos insistía mucho y decía: ‘uno sabe si es actor o no, a los 50, a esa edad cuaja el actor. Nunca entendí eso. El actor cuaja a esa edad porque es cuando empieza a darse cuenta de que lo que tiene que hacer es no estorbar. Tiene que concentrarse en la pureza del oficio. Antes es puro ego. Hasta ahora entendí lo que quería decir”.
