En un texto publicado a finales de 2023, la psicóloga colombiana Sandra Báez, la doctora india Suvarna Alladi y del neurocientífico argentino Agustín Ibañez, escribieron sobre una paradoja que persiste en la investigación sobre la demencia, que afecta a más de 55 millones de personas en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y es el resultado de diversas enfermedades y lesiones que afectan al cerebro.
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En el artículo publicado en la revista académica Clinical and Translational Medicine, los tres investigadores señalaron que, a pesar de que regiones del sur global tenían la mayor prevalencia de casos en el mundo, “la mayor parte de la investigación se ha llevado a cabo en entornos de altos ingresos dentro de Estados Unidos y Europa, pasando por alto a menudo las poblaciones diversas y no estereotipadas del sur global”.
Su llamado a incluir una mayor diversidad de poblaciones y a fomentar la investigación sobre el sur global estaba respaldado por la creciente evidencia sobre la influencia que juegan las disparidades y factores específicos de cada región en la salud cerebral y el envejecimiento, así como por “la urgente necesidad de explorar la diversidad regional y proporcionar recomendaciones adaptadas”.
Después de todo, recuerda Báez, profesora de la Universidad de los Andes, “se prevé que el aumento de personas con demencia en los países del sur global sea desproporcionado con relación a los del norte global”. Para ponerlo en cifras, la Alzheimer Disease International, la federación internacional de asociaciones de Alzheimer y demencia de todo el mundo, estima que el 68 % de las personas con demencia en 2050 vivirán en países con rentas bajas y medias, frente al 58 % que representaban en 2015.
Conscientes de esta paradoja, desde hace varios años un nutrido grupo de científicos, sobre todo de países del sur global, vienen investigando la salud y envejecimiento cerebral con énfasis en los países en desarrollo y sobre todo América Latina. En agosto del año pasado, como contamos en este artículo, publicaron un estudio en Nature Medicine en la que encontraron que el cerebro de los latinoamericanos es aproximadamente cinco años más “viejo” que la edad cronológica, lo que apunta a que ser de América Latina y el Caribe está asociado con un envejecimiento acelerado.
En esa investigación, adelantada por más de 70 científicos, concluyeron que algunos de los factores que explican ese envejecimiento acelerado son la polución del aire, la desigualdad estructural y la carga de enfermedades comunicables y no comunicables. En un reciente estudio, publicado en Nature Aging, Báez junto a otros 43 investigadores profundizaron en el impacto que tiene la desigualdad estructural en el envejecimiento y la demencia en América Latina y Estados Unidos.
Sus resultados, anticipa Agustina Legaz, licenciada en Psicología de la Universidad Favaloro (Argentina) y autora principal de la reciente investigación, apuntan a que “es tan importante focalizarse en políticas públicas que no solo modifiquen la conducta individual de la persona, sino también en políticas públicas que generen cambios a nivel social, porque eso también tendría impacto en la salud individual cerebral de las personas”.
De lo individual a lo estructural
Por mucho tiempo, dice Agustín Ibáñez, neurocientífico e investigador del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat) y del Global Brain Health Institute, las neurociencias se han focalizado en el individuo. “Antes era solo el cerebro, después se le fue poniendo un cuerpo y luego un entorno”. A esta última parte los científicos la llaman el exposoma y son, en palabras de Ibáñez, “factores macro que exceden al individuo y que influyen en la salud”. Hay exposomas físicos, como el cambio climático, la contaminación en el aire y el agua, entre otros, y exposomas sociales, como la desigualdad socioeconómica, el nivel de riqueza y el grado de cohesión social que tiene un país.
Con el énfasis puesto en los exposomas y en los países del sur global, los científicos han ido identificando los factores que influyen en la salud y envejecimiento cerebral. Legaz, doctora en Neurociencias en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) resume algunas de ellas: la contaminación del aire, la desigualdad de género y la desigualdad socioeconómica.
Sin embargo, como reconocen los investigadores en el estudio más reciente, “no está clara la implicación biológica de la desigualdad estructural en el envejecimiento y la demencia, especialmente entre las poblaciones infrarrepresentadas”. En este punto es importante hacer una aclaración: la investigación que lideró Legaz se centró en la desigualdad estructural medida por el índice de Gini, la medición más común para medir la desigualdad, según el Banco Mundial.
De esta manera, explican los científicos, esperaban captar una dimensión estructural que “trasciende las disparidades individuales como el estatus socioeconómico o el nivel educativo”. La idea, según Legaz, era “responder a la pregunta de cómo algo macroeconómico puede impactar algo biológico individual”.
Con esto en mente, los investigadores adelantaron un estudio multisitio que tenía como objetivo investigar la influencia de la desigualdad estructural a nivel de país y de estado sobre el volumen y la función cerebral. Para esto, recolectaron 2.135 neuroimágenes de adultos mayores, de los cuales 949 eran de cinco países de Latinoamérica (Argentina, Chile, Colombia, Perú y México) y los otros 1.186 eran de Estados Unidos. En la investigación se incluyeron imágenes de personas sanas, así como pacientes con demencia, como degeneración lobular frontotemporal y Alzheimer.
“Básicamente lo que hicimos fue recolectar 2.135 neuroimágenes estructurales y funcionales y obtener de ellas medidas de volumen, de cuánto volumen de sustancia gris hay dividido por regiones cerebrales y cuál es la conectividad entre esas regiones. Luego adelantamos un análisis de regresión, donde buscamos qué tan asociado estaba este índice Gini con el volumen de sustancia gris de las regiones cerebrales y la conectividad cerebral”, comenta Legaz.
Lo que encontraron, continúa la científica argentina, “es que esa asociación es más fuerte en cerebros latinos respecto a los cerebros de Estados Unidos y que el efecto es negativo. Es decir, a mayor desigualdad estructural socioeconómica, menor volumen de sustancia gis en ciertas regiones y menor conectividad entre las regiones del cerebro”.
En otras palabras, el aumento de la desigualdad estructural en América Latina está relacionado con una salud cerebral adversa en el envejecimiento y la demencia. Además de la asociación que arrojó la investigación, los investigadores resaltan el impacto de este exposoma, más allá de las variables individuales que suelen impactar la salud cerebral. “Más allá de que usted como individuo que vive en un determinado departamento tenga un nivel educativo alto, el simple hecho de vivir en una región desigual impacta su salud cerebral de manera negativa”, apunta Legaz.
Báez, de los Andes, lo explica de la siguiente manera: “esto es un dato muy fuerte porque te está diciendo que más allá de cuántos años tienes, del nivel educativo que tengas y de tu sexo, si vives en un país desigual, eres vulnerable a que tu salud cerebral se vea afectada”.
Con estos hallazgos en mano, los autores señalan que las “intervenciones dirigidas a reducir la desigualdad estructural y mejorar los sistemas de apoyo social pueden tener un impacto sustancial en el envejecimiento y la demencia”. De acuerdo con Báez, los resultados de las últimas investigaciones que han adelantado, “llaman la atención de las personas que se encargan de trabajar en políticas públicas para que se consideren factores macrosociales al momento de hacer intervenciones. Son importantes las intervenciones individuales, pero también pensar que hay factores que van más allá de lo individual que están afectando a nuestra salud cerebral”.
Para la profesora de los Andes, estos hallazgos también invitan a pensar a que las intervenciones que se hagan para mejorar la salud cerebral de las personas deberían priorizar a aquellos grupos más vulnerables. Otro punto que resalta Báez tiene que ver con el impacto económico de la demencia.
Para 2019, según la OMS, la demencia tuvo un costo para las economías del mundo en US $1,3 billones, de los cuales, aproximadamente, el 50 % es atribuible a la atención que proporcionan los cuidadores informales, como los familiares y amigos cercanos. Por eso, agrega la científica colombiana, “invertir en la salud del cerebro de las personas jóvenes le va a ahorrar un montón de plata al Estado después, porque no va a tener que hacerse cargo de los gastos que implica el tratamiento de la demencia y los factores asociados”. Una de las principales medidas que debería estarse implementando, a los ojos de la investigadora, está relacionado con la inversión en la educación.
Mientras los investigadores esperan que hallazgos como estos puedan ser tenidos en cuenta por quienes diseñan e implementan las políticas públicas, advierten sobre los retos que deben superar para seguir investigando el impacto de los exposomas en la salud cerebral y adelantan los resultados de algunas investigaciones que se publicarán en los próximos meses.
Por un lado, dice Báez, “nos interesa encontrar medidas más simples para hacer esto más escalable y medidas de la salud del cerebro que sean mucho más fáciles de tomar”. Por otro lado, agrega, “también queremos incluir poblaciones que han sido subrepresentadas en los estudios, como las de África y el sudeste asiático”. Esto último es algo que ya se viene haciendo, según Ibáñez. En un trabajo que está próximo a publicarse, se compararon países de altos ingresos, con aquellos de medios y bajos ingresos. Los resultados, anticipa el neurocientífico, “son tremendos”.
Ibáñez también menciona que están incluyendo medidas sociopolíticas, como una mayor radicalización o una mayor amenaza a la democracia. Los resultados de estos factores, que no han sido incluidos hasta el momento en otros estudios, dice el científico, también estarán disponibles en los próximos meses.
Finalmente, apuntan Ibáñez y Legaz, esperan que en unos años sea posible combinar las medidas individuales con las macro. “Ya sabemos qué factores influyen y la dirección en la que lo hacen. También sabemos sobre el efecto acumulado de muchos de ellos. Ahora lo que nos falta es poder desarrollar modelos computacionales que permitan que esto se vea en cada caso particular”, concluye el científico argentino.
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