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Por estos días, Carlos Andrés me lee un libro titulado La metamorfosis de las plantas, de Goethe. Sí, el mismo Goethe romántico y autor de Fausto, pero en su fase de botánico.
Hasta ahora, el libro me ha encantado, pero, además, me ha puesto a reflexionar, una vez más, sobre algo que nos apasiona a Andrés Elías y a mí: el método.
Andrés Elías y yo nos conocimos en un coloquio de sociología. Él siempre describe ese momento poniendo el énfasis en dos cosas: que yo entré tarde (muy plausible), levitando o flotando, y con un abrigo verde. No domino el arte de levitar, pero si me encanta el verde y tengo más de un abrigo de ese color, entonces nunca contradije esa parte de su versión de la historia. Además, porque siempre la contó con algún matiz distinto, pero siempre exagerando y con cara de profundo enamoramiento. ¿Qué importa la precisión de su descripción si su objetivo es ilustrar una emoción única y verdadera?
Quienes han escuchado la historia narrada por él, generalmente en nuestra cocina, mientras yo preparaba algo y con vinito en mano, sabrán que no miento y, probablemente, coincidirán conmigo en decir que no se puede describir esa emoción sin algo de creatividad literaria.
La historia sigue, en la versión de Andrés Elías, con que yo me siento en la única silla vacía, justo a su lado. Él, a su vez, está sentado al lado de la mesa con los termos de café y de agua caliente para el agua aromática. En ese momento de la narración siempre discrepamos: él dice que yo le ordené que me sirviera un café, pero, de acuerdo con su versión, yo simplemente señalé el terno y dije “¡café!”. En mi versión, pero no porque lo recuerde de otra manera, no me imagino a mí misma dándole una orden de ese estilo a alguien que, hasta ese momento, era un desconocido. Me imagino que le dije algo como “¿me sirve un café, por favor?”.
En todo caso, no creo que quienes participaron alguna vez del ritual en que se convirtió contar esta historia para Andrés Elías y para mí, repararan en la verosimilitud de la historia. Yo diría que es porque no importa si ocurrió tal cual como Andrés Elías lo narró, o no. Es simplemente una buena versión de los hechos que encaja con el resto de nuestra historia de loco amor, que quienes normalmente nos acompañan han presenciado de primera mano.
En ese momento, cuando nos conocimos, Andrés Elías enseñaba métodos cuantitativos y yo enseñaba métodos cualitativos. No nos conocíamos, pero sí habíamos oído hablar el uno del otro y, tal vez, habíamos coincidido en alguna reunión de profesores inconformes con la administración universitaria del momento.
Ese día salimos del salón del coloquio y Andrés Elías me acompañó caminando a otro edificio donde yo tenía la siguiente reunión. No me acuerdo de qué hablamos, pero probablemente fue de métodos porque lo que sí recuerdo con claridad es que pensé que nunca había conocido a alguien tan apasionado como yo por los métodos de investigación.
De ahí en adelante tuvimos, y creo no exagerar, cientos de conversaciones sobre métodos.
Al final concluimos que sus métodos y mis métodos son el mismo. Se tratan ambos de observar y describir. Cómo se registra y se procesa luego la información es otra cosa y, si uno observó y describió bien, lo demás sale bien también. Podíamos pasar horas hablando del tema con la misma pasión con la que solíamos enseñar.
Al final todas esas discusiones terminaron en que hay tres elementos esenciales para constituir a un buen metodólogo: 1. La curiosidad para preguntarse cosas acerca de cualquier fenómeno, en nuestro caso, acerca del mundo social. 2. La creatividad y el arrojo para encontrar la mejor manera de observar y describir el fenómeno en cuestión. 3. La apertura para escuchar los hallazgos de otros interesados en el mismo fenómeno, independientemente del método que utilizaron para llegar a ellos.
En conclusión y, como diría John Willett, uno de los mentores de Andrés Elías ,“lo más importante es el diseño” porque “no se puede arreglar con análisis lo que está “puteado” por diseño (fucked up By Design).
Eso me parece que fue lo que hizo Goethe con las plantas. Las observó y las describió con un método bien diseñado, tan sistemático como creativo y romántico, con la libertad propia de una época sin acartonamiento científico ni fronteras disciplinares inventadas.
*Tatiana Andia es historiadora, economista y tiene un PhD en Sociología. Desde que fue diagnosticada con cáncer, ha escrito varios textos, como este, compartiendo sus reflexiones. Los otros que ha publicado pueden leerse en el portal Razón Pública.
Los dos anteriores publicados en El Espectador, son: Las líneas grises: lo que he aprendido de la última etapa del cáncer, Los hombres que me cuidan y Mi calendario.
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