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COVID-19 y las reformas pendientes

Aunque el coronavirus ha sido un choque drástico, nos ha hecho más conscientes de las consecuencias de la desigualdad en nuestra sociedad y la importancia de tener un crecimiento inclusivo y sostenible.

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Carolina Soto
15 de noviembre de 2020 - 02:03 a. m.
"Ahora entendemos mejor los problemas de nuestro estado de bienestar fragmentado e incompleto".
"Ahora entendemos mejor los problemas de nuestro estado de bienestar fragmentado e incompleto".
Foto: Carolina Soto *
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Casi un año después, el coronavirus nos deja algunas enseñanzas y nos muestra la posibilidad de cambios, de reformas urgentes y necesarias. Para la economía y para la vida en general, ha sido un choque drástico, impredecible y de gran magnitud, el cual ha llevado a poner a prueba el papel de las instituciones y autoridades económicas. En esta oportunidad, me gustaría referirme a algunos aspectos positivos que ha traído la pandemia, en especial a transformaciones favorables en los modos de pensamiento.

En primer lugar, resaltaría una mayor toma de consciencia colectiva sobre las deficiencias y fallas estructurales de nuestra organización económica y social. Somos ahora más conscientes de la profundidad y de las consecuencias de la desigualdad en las diferentes dimensiones de la sociedad. Entendemos mejor los problemas de nuestro estado de bienestar fragmentado e incompleto, que se refleja en que muchas personas no tienen ningún tipo de protección social. Las desigualdades de género, por ejemplo, se han hecho más visibles. También las desigualdades educativas, por cuenta de la brecha digital y el prolongado cierre de colegios, que puede tener repercusiones de largo plazo sobre el capital humano de nuestro país. Las diferencias regionales también han aflorado con fuerza; por ejemplo, las capacidades estatales siguen siendo muy heterogéneas: aceptables en el centro, deficientes o inexistentes en la periferia. Con todo, la mayor consciencia de estos problemas define una agenda de reformas y transmite un sentido de urgencia que antes no tenía el país.

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En segundo lugar, destaco el buen funcionamiento y la capacidad de reacción de nuestro sistema de salud y el alto compromiso del personal médico y asistencial. A pesar de la magnitud de la emergencia, el sistema ha funcionado de manera aceptable. A diferencia de otros países, no se han observado hospitales colapsados y los servicios de cuidados intensivos han podido cubrir las necesidades de la población que los requiere. Por su parte, los usuarios del sistema tienen acceso a la atención inmediata y las familias no están esperando que les llegue una cuenta cuantiosa por el tratamiento de COVID, ni tendrán, como ocurre en otros países, que endeudarse para acceder al tratamiento. En el corazón del sistema está todo el personal médico y asistencial que, sin tregua, con sacrificios y riesgos mayores, ha brindado la atención y contribuido a la recuperación de la inmensa mayoría de los afectados.

Tercero, también ha surgido una mayor consciencia sobre la importancia del medio ambiente y la necesidad de un crecimiento sostenible e inclusivo. La explotación de los recursos naturales no renovables (un énfasis de nuestro modelo de desarrollo) es cada vez más cuestionada y genera la necesidad de apoyar una agenda de desarrollo sostenible. Las energías renovables no convencionales han ganado una importancia inusitada. Estas transformaciones implican que la transformación productiva (los cambios necesarios en nuestra oferta exportadora, por ejemplo) quizá será mucho más rápida de lo que pensábamos. Para bien, por supuesto.

Por último, desde mi papel como codirectora del Banco de la República, quisiera realzar que hemos contribuido a mantener la estabilidad macroeconómica y financiera del país y que, de manera coordinada con el Gobierno, el Banco de la República ha actuado con decisión y visión de futuro ante la pandemia. La respuesta contracíclica ha sido rápida y contundente. No solo por la significativa reducción de la tasa de interés de intervención, sino por el uso de herramientas novedosas y poco convencionales en el mundo en desarrollo, todo ello con el fin de garantizar el suministro de liquidez, el funcionamiento de los sistemas de pago y la estabilidad de los mercados financieros y cambiario. El Banco demostró su capacidad para irrigar recursos y mantener el flujo de crédito y de pagos. El sistema financiero también respondió de manera ágil para efectuar las transferencias monetarias de los nuevos programas sociales y, de esta manera, incluir a una proporción sustancial de la población que no tenía acceso previo a productos financieros. En el ámbito de la política monetaria quedan muchos aprendizajes, tanto en lo relativo al tipo de medidas que se pueden utilizar frente a necesidades apremiantes de los mercados y del sistema financiero, como en el aspecto operativo para garantizar su adecuada implementación.

En fin, la crisis de la pandemia ha generado una mayor conciencia sobre nuestros problemas estructurales, ha mostrado el camino del futuro, señalado la importancia de retomar la agenda de reformas y revelado algunas de nuestras fortalezas, en el sector salud y en la política monetaria, por ejemplo.

Aún no conocemos todos los efectos, aún enfrentamos la incertidumbre de posibles rebrotes y cierres, pero podemos pensar, de acuerdo con la evolución de los indicadores, que lo peor viene quedando atrás y vamos en camino hacia la recuperación de la economía y la construcción de una mejor sociedad, más justa, equitativa y sostenible.

* Codirectora del Banco de la República. Las opiniones aquí expresadas son personales y no comprometen al Banco de la República ni a los demás miembros de su junta directiva.

Por Carolina Soto

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