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                                                                                                                              Daniela: una crónica detrás de la enfermedad rara

                                                                                                                              El Ministerio de Salud define las enfermedades huérfanas como “aquellas que afectan a un número pequeño de personas en comparación con la población general”. Solo una de cada 5.000 personas las sufre.

                                                                                                                              Pablo Ramírez Uribe*

                                                                                                                              Pablo Ramírez Uribe. / Cortesía

                                                                                                                              Hace dos meses estuve muy mal. Un ataque largo de depresión, como una neblina sin ganas de despejar, hizo que no me tomara ninguna medicina. Pero ninguna, era ninguna. Cuatro días pasaron y cuatro días me quedé pegado a la cama, sin cuidarme, sin hacer las cosas que me gustaban, sin ni siquiera pensar en pensar. Y lo raro (¡ja!) es que de veras no supe por qué lo hice, a diferencia de otras veces en las que no me he tomado mis medicinas. Mis papás no lo entienden. Mis doctores tampoco. Y se me vino a la mente que, de pronto, ¿tú sí me hubieras entendido? O, mejor, me hubieras escuchado sin buscarle una razón al tema, sin sentir confusión y rabia, dado que, dentro de nuestra realidad, eso no nos ayuda.

                                                                                                                              Me haces falta, y lo que realmente odio más es la idea de que me haces falta. Porque, acuérdate, nunca te conocí en persona. Mi mamá me mostró fotos tuyas de cuando te visitaba a ti y a tu papá en el Instituto Nacional de Salud en Washington, Estados Unidos, donde estuviste internada más de un año. Me pasaba los mensajes de voz que me grababas mandándome saludos. Ya sabes que somos un milagro. Hasta ahora solo he conocido pacientes y familias estadounidenses y una sola latinoamericana, y he sabido de los pasos legislativos e institucionales que recorren en busca de tratamiento o salvación. En Colombia nos morimos y nadie sabrá que existimos.

                                                                                                                              En los dos minutos que tardé revisando lo que he escrito hasta aquí, murieron cuatro niños por enfermedades raras. Sentir sus almas me obliga a pausar mientras te escribo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Lea:La vida detrás de las enfermedades huérfanas

                                                                                                                              Cada vez que quise ir a visitarte, no pude, porque a uno o a otro se nos podía pegar algo. Entonces nos enterábamos de lo que nos pasaba, a través de mi mamá, que era nuestra intermediaria. Cuando te operaron y cuando te hicieron el trasplante de médula que iba a permitir que ese “hongo” finalmente desapareciera, sentí una gran felicidad y orgullo.

                                                                                                                              Cuando te nos moriste abracé a mi mamá muy, muy fuerte. Y esa noche no le pude dar la cara al crucifijo sobre mi mesa de noche.

                                                                                                                              Daniela, ya estoy mamado de escribir elegías bajo el pretexto de artículos informativos. Perdimos demasiado tiempo, y tu cuerpo ya estaba demasiado afectado para sobreponerse a lo que vino después del trasplante. Hicieron todo lo posible. Los médicos y enfermeras dieron lo mejor de ellos.

                                                                                                                              Mi figura histórica, Abraham Lincoln, escribió: “Ahora me he vuelto el hombre viviente más miserable. Si lo que siento fuese distribuido igualmente a toda la familia humana, no quedaría ninguna cara sonriente en la Tierra”. A él también le daba una depresión durísima, pero la manejaba con humor y el deber de aguantar. Pero, aun así, cuando se le murió su hijo de 11 años, visitaría varias veces el cementerio sollozando toda la noche. Ya creo que lo entiendo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hubiese querido hablar contigo, de hermano a hermana, sobre lo que me pasó ese mes. Pero solo le hablo al dolor y a los fantasmas, con la esperanza de que los que ahorita lean esto nos entiendan, para que no sean pocos a los que nos salven y para que no nos salvemos por poco.

                                                                                                                              Pablo Ramírez Uribe. / Cortesía

                                                                                                                              Hace dos meses estuve muy mal. Un ataque largo de depresión, como una neblina sin ganas de despejar, hizo que no me tomara ninguna medicina. Pero ninguna, era ninguna. Cuatro días pasaron y cuatro días me quedé pegado a la cama, sin cuidarme, sin hacer las cosas que me gustaban, sin ni siquiera pensar en pensar. Y lo raro (¡ja!) es que de veras no supe por qué lo hice, a diferencia de otras veces en las que no me he tomado mis medicinas. Mis papás no lo entienden. Mis doctores tampoco. Y se me vino a la mente que, de pronto, ¿tú sí me hubieras entendido? O, mejor, me hubieras escuchado sin buscarle una razón al tema, sin sentir confusión y rabia, dado que, dentro de nuestra realidad, eso no nos ayuda.

                                                                                                                              Me haces falta, y lo que realmente odio más es la idea de que me haces falta. Porque, acuérdate, nunca te conocí en persona. Mi mamá me mostró fotos tuyas de cuando te visitaba a ti y a tu papá en el Instituto Nacional de Salud en Washington, Estados Unidos, donde estuviste internada más de un año. Me pasaba los mensajes de voz que me grababas mandándome saludos. Ya sabes que somos un milagro. Hasta ahora solo he conocido pacientes y familias estadounidenses y una sola latinoamericana, y he sabido de los pasos legislativos e institucionales que recorren en busca de tratamiento o salvación. En Colombia nos morimos y nadie sabrá que existimos.

                                                                                                                              En los dos minutos que tardé revisando lo que he escrito hasta aquí, murieron cuatro niños por enfermedades raras. Sentir sus almas me obliga a pausar mientras te escribo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Lea:La vida detrás de las enfermedades huérfanas

                                                                                                                              Cada vez que quise ir a visitarte, no pude, porque a uno o a otro se nos podía pegar algo. Entonces nos enterábamos de lo que nos pasaba, a través de mi mamá, que era nuestra intermediaria. Cuando te operaron y cuando te hicieron el trasplante de médula que iba a permitir que ese “hongo” finalmente desapareciera, sentí una gran felicidad y orgullo.

                                                                                                                              Cuando te nos moriste abracé a mi mamá muy, muy fuerte. Y esa noche no le pude dar la cara al crucifijo sobre mi mesa de noche.

                                                                                                                              Daniela, ya estoy mamado de escribir elegías bajo el pretexto de artículos informativos. Perdimos demasiado tiempo, y tu cuerpo ya estaba demasiado afectado para sobreponerse a lo que vino después del trasplante. Hicieron todo lo posible. Los médicos y enfermeras dieron lo mejor de ellos.

                                                                                                                              Mi figura histórica, Abraham Lincoln, escribió: “Ahora me he vuelto el hombre viviente más miserable. Si lo que siento fuese distribuido igualmente a toda la familia humana, no quedaría ninguna cara sonriente en la Tierra”. A él también le daba una depresión durísima, pero la manejaba con humor y el deber de aguantar. Pero, aun así, cuando se le murió su hijo de 11 años, visitaría varias veces el cementerio sollozando toda la noche. Ya creo que lo entiendo.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              No ad for you

                                                                                                                              Hubiese querido hablar contigo, de hermano a hermana, sobre lo que me pasó ese mes. Pero solo le hablo al dolor y a los fantasmas, con la esperanza de que los que ahorita lean esto nos entiendan, para que no sean pocos a los que nos salven y para que no nos salvemos por poco.

                                                                                                                              Por Pablo Ramírez Uribe*

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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