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Si bien el Alzheimer es una enfermedad que no puede transmitirse, las personas que hicieron parte de una investigación pudieron haberla contraído de manera accidental. De manera más específica, un equipo de científicos del University College de Londres creen haber encontrado los primeros casos de transmisión de Alzheimer en cinco pacientes que recibieron durante años, hasta 1985, hormonas de crecimiento de cadáveres como parte de un tratamiento.
El hallazgo fue publicado este lunes 29 de enero en la revista Nature Medicine y explica que, en un principio, se había creído que las consecuencias de ese tratamiento solo había generado en algunos pacientes la transmisión de la enfermedad Creutzfeldt-Jakob (ECJ), una grave forma de daño cerebral que lleva a la disminución del movimiento y pérdida de la función mental. Es muy poco usual y, según médicos, se origina por una proteína llamada prion, que hace que las proteínas se muevan de manera anormal, afectando la capacidad que tiene el resto para funcionar.
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El detalle está en que, años después, el equipo del University College, en cabeza del neurólogo John Collinge, había encontrado acumulaciones raras de dos proteínas en los cerebros de los pacientes que habían contraído ECJ: la tau y la beta almioide, responsables de la aparición de síntomas de demencia. De hecho, como menciona el estudio publicado en Nature, ya era bien reconocido que “la enfermedad de Alzheimer se caracteriza patológicamente por el depósito de beta amiloide”.
Fue por eso que el equipo del University College de Londres revisó el caso de ocho pacientes que recibieron las hormonas de crecimiento de cadáveres, para encontrar que 5 de ellos tuvieron síntomas de demencia temprana entre los 38 y 55 años, comparados, incluso, con un diagnóstico de Alzheimer. En el artículo se lee que, tras realizar autopsias a dos de los pacientes, se confirmó la presencia de esa patología en uno de ellos.
Collinge le reiteró al diario El País de España que el Alzheimer es una enfermedad que no puede transmitirse, y las condiciones mediante las que pudo haberlo hecho serían imposibles de repetirse hoy en día, pues el tratamiento con hormonas de cadáveres fue eliminado hace décadas. “No hay ninguna prueba de que las proteínas encontradas en los pacientes fallecidos se puedan transmitir durante las actividades diarias”, dice Collinge.
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Sin embargo, sí instaron a que algunos procedimientos médicos se hagan con mesura, sobre todo en aquellos que son quirúrgicos invasivos, para los que se invita a que los instrumentos de neurocirguía estén descontaminados.
También en diálogo con El País de España, el neurólogo Pascual Sánchez Juan se refirió a la importancia de la publicación en Nature por el equipo de Collinge, pues, al inyectar la patología de manera accidental en los pacientes, ahora se podrían comenzar a aclarar cosas que de otro modo sería imposible. Al respecto, cabe recordar que el Alzhéimer es una enfermedad que carece de cura, e identificar cada una de sus cepas es extremadamente difícil.
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