Evolución, cultura y salud pública: el esfuerzo histórico por promover el lavado de manos

Aunque ha habido enormes esfuerzos para promover el lavado de manos, hoy no es tan frecuente como debería ser. De acuerdo con un meta-análisis de 2015, solamente el 26.2% de los contactos fecales en el mundo fueron seguidos con un lavado de manos con jabón.

Julián Alfredo Fernández-Niño - @JFernandeznino
03 de marzo de 2020 - 07:24 p. m.
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En la antigüedad, y hasta muy entrado el siglo XIX, el lavado de manos estaba reservado principalmente a prácticas rituales, donde hacía parte de los procesos de purificación espiritual de sacerdotes, chamanes, y fieles. Cuando Poncio Pilato se lavó las manos, según la tradición bíblica, lo hacía porque, de acuerdo a la cultura judía, se estaba purificando frente a la culpa. Y es que, aunque los romanos fueron muy famosos por sus acueductos, y sus baños públicos, esto poco se asociaba con la Salud Pública, con excepciones notables tales como el tratado de Aristóteles sobre “Aires, agua y lugares”, quizás un texto seminal de la Salud Ambiental, pero que se refería más al consumo del agua como bebida, que a su uso para lavarse. (Lea ¿Debería cancelar un viaje por el coronavirus?)

Las manos en las primeras civilizaciones tenían importancia como símbolo de guerra, unión, amor, solidaridad, o incluso protección divina (como en el arte cristiano medieval), pero poco se relacionaban con las infecciones. Todo esto tenía sentido históricamente, pues no se conocían los microorganismos todavía y la noción de contagio no era totalmente aceptada hasta llegada la edad media. A pesar de que se practicaron cuarentenas, no se conocían los mecanismos exactos de transmisión de la mayoría de pestes que por siglos azotaron, y en varias ocasiones, diezmaron continentes enteros. 

Los miasmas como “causas” de las infecciones no daban una forma clara a los agentes, sino que seguían siendo entes metafísicos que emergían de los cuerpos en putrefacción y las aguas contaminadas, aunque algunos tempranamente se atrevieron a proponerles una estructura más tangible, como Girolamo Francastoro que hablo de “fomes” que se podrían transmitir por contacto directo o a distancia. Pero realmente fue sólo hasta 1882 cuando se descubrió la existencia del bacilo de la Tuberculosis; y tuvimos que esperar hasta 1935 para el descubrimiento del primer virus. Los microorganismos fueron entonces primero:  asesinos inimaginables, y luego imaginables pero invisibles y así lo fueron hasta hace poco. Sin embargo, la noción de contagio anticipó su descubrimiento. De forma extraordinaria: aprendimos a protegernos de ellos, antes de conocerlos.

Fue así hasta 1825, cuando un farmacéutico francés publicó un artículo donde propuso a los médicos sumergir las manos en una solución de cloruro de sodio para prevenir las infecciones. Pero, quizás el más emblemático, fue la historia de Semmelweis en 1840 en el Gran Hospital de Viena, quien descubrió que los casos de fiebre puerperal que mataban entonces miles de mujeres en Europa, estaban asociados con el hecho de que los estudiantes de medicina salían de la morgue a atender a las mujeres  llevando “partículas cadavéricas” a las salas de parto donde las infectaban, por lo que impuso una política de lavado de manos obligatoria, y por esta razón es considerado hoy el padre del lavado de manos quirúrgico.

Sin embargo, existió una resistencia de la comunidad médica al lavado de manos por varias décadas más, tanto que el propio Pasteur, en un famoso discurso en 1867, dijo enojado que: “Si yo tuviera el honor de ser un cirujano me lavaría mis manos con el mayor cuidado”. El lavado de manos sólo pudo institucionalizarse así hasta que la teoría de los gérmenes ganó una amplia aceptación hasta finales del siglo XIX.

Hoy más de dos siglos después, nadie duda de la importancia del lavado de manos en el ámbito clínico, y estos antecedentes fueron y siguen siendo relevantes para el lavado de manos por los cuidadores, pero: ¿qué podemos decir sobre el lavado de manos poblacional?

La evolución invirtió millones de años en separar las manos del suelo, con ello las manos de los seres humanos, y la de otras especies con ancestros cercanos, comenzaron a diferenciarse cada vez más de sus equivalentes en las extremidades inferiores. Las patas traseras, incluso de otros mamíferos no tienen ninguna, o tienen poca, diferencia con las patas anteriores, pero en cambio en los primates, estas cobran una complejidad y especialización impresionante. Las manos permitieron a los seres humanos, y otros primates, vivos y extintos, reconocer mejor el mundo. El cerebro se complejizó mucho más gracias al mundo que las manos pudieron transmitirle y, a su vez, ese nuevo cerebro exigió más a las manos.

Gracias a las nuevas manos pudimos crear y utilizar herramientas, acicalar y acariciar a las parejas, cocinar, escribir, crear esculturas, pintar y lastimosamente, hasta hacer mejor la guerra. Es probable que la evolución de las manos, sea concurrente con la evolución de la sociedad. Las manos son nuestros otros ojos, e incluso los ojos de los que no ven. No podemos vivir sin tocar, las manos son la puerta al arte, al amor, a la naturaleza, a la vida misma, pero lo cierto es que no existía mucha preocupación por su limpieza.

Lo anterior, porque las manos están hechas para tocarlo todo, como lo saben los niños pequeños que no dudan en llevarse con ellas todo a la boca, y untarlas con el mundo entero. De niño, algunos compañeros se llenaban las manos de barro y de chocolate, sin lavarlas entre ambas experiencias. Las manos de algunos niños a cierta edad son una mezcla de sustancias y, a pesar del esfuerzo de los padres, esto es inevitable, y hasta parece que clave para el desarrollo inmunológico. Aún hoy, no sólo en comunidades tribales alejadas, sino también en áreas urbanizadas de medianos de ingresos como en India o en México, comer con las manos es culturalmente aceptado, y no siempre se cuenta con un lavamanos cerca antes de probar los tacos u otros platos que incluso se comparten en grupo.

 La Salud Pública en el siglo XX comenzó a presionar el lavado de manos principalmente para prevenir infecciones diarreicas y respiratorias que por siglos explicaron gran parte de la carga de enfermedad global, aunque en amplias áreas de nuestros países esto sólo fue posible desde que a mitades del siglo pasado, la promesa de acceso a agua potable se hizo casi una realidad. El saneamiento ambiental durante el Higienismo como movimiento, vino acompañado de pautas de autocuidado, que buscaron promover la limpieza del cuerpo, y fue esta la bandera de muchas campañas masivas de Salud Pública, impulsadas en nuestros países.

A pesar de estos esfuerzos históricos, el lavado de manos hoy no es tan frecuente en la población general como nos gustaría creer. De acuerdo, a un meta-análisis de 2015, solamente el 26.2% de los contactos fecales en el mundo fueron seguidos con un lavado de manos con jabón, aunque parece ser que es más frecuente en mujeres, personas de edad media y con alto nivel educativo, así como en países con mayores de ingresos. Si esto es después de un contacto fecal, ¿qué podríamos esperar después de otro tipo de contacto?

En el marco del plan de contención y mitigación del nuevo coronavirus, el discurso técnico oficial, alentado por la evidencia científica coincide acertadamente en recomendar un lavado de manos, frecuente y vigoroso, ya que puede disminuir en casi la mitad la transmisión. Esta es una recomendación más que razonable y todos debemos promoverla. Sin embargo, debemos también ser conscientes que modificar las conductas en Salud Pública es muy difícil, y no basta con divulgar una recomendación para conseguir que la mayoría de personas la implementen. Es necesario reconocer ámbitos, condiciones socioeconómicas y ocupaciones donde el lavado de manos frecuente o correcto se dificulta.  Puede ser una obviedad, pero me parece importante recordarlo en estos momentos frente a la ingenuidad técnica de algunos expertos, instituciones y funcionarios. Estamos hablando de prácticas culturales arraigadas, y a menudo la gente no cambia sus conductas, en especial las que se dan en la intimidad y si refieren a su cuerpo, si no tiene cierta percepción de riesgo, las condiciones mínimas para hacerlo, y la aceptación cultural para incorporarlo a su vida cotidiana.

De esta manera, debemos ser conscientes que conseguir que la mayoría de la población general se lave más y mejor las manos no es nada fácil. Esta medida podrá ser eficaz, pero para que sea efectiva, debemos considerar los determinantes socioculturales, la percepción de autocuidado y riesgo, incluso la manera en que la gente ve sus manos como parte de su cuerpo. Lamentablemente, en una epidemia no suele haber mucho tiempo para estas consideraciones evolutivas o socio-antropológicas sobre el cuerpo, pero siendo esta una de muchas epidemias, y en general enfermedades infecciosas que se transmiten de esta manera, el lavado de manos en la escuela debería considerar esta transformación cultural, de un modo que transcienda el decálogo de la disciplina higienista.

No basta con recomendarlo. Mejor dicho: no podemos lavarnos las manos con la recomendación de lavarse las manos.  

*Profesor Departamento de Salud Pública de la Universidad de Norte

aninoj@uninorte.edu.co

Por Julián Alfredo Fernández-Niño - @JFernandeznino

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