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Desde hace unos meses se despertó la discusión alrededor de las cirugías plásticas en el país. Varios médicos decidieron hacer cursos que duran entre 6 meses y 2 años en Brasil y obtuvieron títulos dudosos de universidades en Perú o Argentina. Lea también: "Lo que Lady Noriega no contó sobre las cirugías plásticas").
Después, regresaron con diplomas de cirujanos plásticos, cuando en realidad una especialización en esta área tarda entre 4 y 5 años en internados intensivos. Avalados por el Ministerio de Educación, operaban a sus anchas y las denuncias no se hicieron esperar. Sumado a esto, el Congreso tumbó hace pocos días el proyecto de ley que regulaba estos procedimientos y con esto le dio le visto bueno a todos los médicos que incurren en una serie de prácticas cuestionables. (Le puede interesar: "Se hunde en Congreso proyecto de ley que reglamentaba las cirugías plásticas").
Este reportaje gráfico cuenta las historias de nueve mujeres que mostraron sus marcas físicas y relataron sus daños económicos y emocionales. Muchas quisieron permanecer en el anonimato, pero sus casos son dramáticos: amputación de senos, prótesis al revés, infecciones severas, pérdida de sensibilidad en algunas partes del cuerpo, deformidades en las piernas, trastornos psicológicos o de sueño y gastos de hasta $100 millones entre abogados, hospitalizaciones y cirugías reconstructivas.
Según datos de la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica (ISAPS) y la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica (SCCP), el año pasado se realizaron 357.000 cirugías, entre plásticas, estéticas y reconstructivas. Eso significa que cada 5 minutos se hacen 3 procedimientos en Colombia y por eso el país es punto de referencia a nivel mundial y está entre los diez que son destino para este tipo de operaciones.
Aprovechándose de esta situación y para sacarle jugo al negocio, algunos de estos médicos se apropiaron de la cultura del mercantilismo y empezaron a convencer a sus pacientes, como ellas mismas relataron, de “comprar el paquete completo”, hacer más cirugías de las requeridas por las pacientes a un mejor precio y convencerlas de que necesitaban retocarse otras partes del cuerpo que no lucían muy bien. Estos son sus testimonios.
Cristina Trejos
44 años Lugar: Medellín
Cirujano: Carlos Ramos Corena (*)
“Por cosas de la vida me topé en televisión con un comercial de Carlos Ramos (*) y me llamó la atención porque brinda seguridad. Me quería hacer dos cirugías inicialmente: liposucción con cambio abdominal y retoque del labio izquierdo mayor de la vagina, porque yo me había cambiado de sexo hace 20 años. Cuadramos un paquete, porque él me dijo que eso me convendría mucho como artista y yo estaba a punto de lanzar mi CD. Acordamos que me haría depilación con láser en la barbilla, rinoplastia, mentón postizo, senos de 550 gramos, liposucción, hilos en la cadera, hilos de levantamiento de cejas, reparación de la vagina en labio izquierdo, diseño de sonrisa, gastos postoperatorios, gastos de enfermera, gastos de drogas y masajes. Todo eso a cambio de una propiedad que yo tenía. En total, 35 millones de pesos. El 17 de diciembre de 2009 empezó la primera cirugía en la clínica Aguacatal, que cuando la denuncié cambiaron de razón social a Arte y Cuerpo. Me pusieron anestesia pero estaba consciente y empecé a escuchar mucho vallenato en el quirófano, risas, burlas y sentí que me metieron algo por la vagina, que me lastimó. Ya no volví a acordarme de más. Al otro día sentía mucho dolor y al quitarme la faja me vi una chamba de izquierda a derecha horrible de una abdominosplastia que realizaron sin mi consentimiento. Siguió la otra cirugía el 23 de diciembre de 2009 del retoque vaginal y de la nariz. Justamente a mi hermana le hicieron rinoplastia ese día y el pedacito de hueso que le quitaron me lo metieron a mi, pero la nariz quedó torcida y me salen hongos en esa área. Cuando me miré la vagina, me la había mutilado toda, no me dejó labios inferiores ni exteriores y con esto vivo hace 7 años. La cavidad vaginal se cerró, la uretra me la movió y me la puso contra la pierna izquierda, para orinar tenía que manipularme los labios todos los días porque el hueco estaba aprisionado. La tercera cirugía fue el 19 de enero de 2010, para tratar de organizar todos los daños que hicieron, pero no pasó nada. La semana pasada un grupo de médicos me arregló la vía urinaria y voy mejor. Pero este señor me destruyó física, moral y económicamente. Todos los días siento esta impotencia. Lo que me da rabia es que este tipo es médico general y esteticista, no cirujano, y en los papeles dice que Carlos Bravo Nieto, que sí es cirujano, fue el que me operó, pero yo nunca hablé con él y yo sé que él no me hizo las cirugías. En las noches no concilio el sueño, es una pesadilla y me pregunto todos los días por qué me pasó esto”.
Liliana Fragoso
38 años Lugar: Bogotá
Cirujano: Francisco Sales Puccini
“Fui sólo para corregirme el abdomen, porque después de mis dos embarazos había quedado muy flácido. Cuando llegué a su consultorio me dijo que me iba a hacer, además de la lipectomía abdominal y la corrección de una hernia que tenía, mamoplastia de aumento y lipólisis láser en todo el cuerpo. En el consultorio, él tenía una biblia y, como yo soy cristiana, eso me dio más confianza. Me dijo que me iba a colocar prótesis Refinex, que son americanas y que duraban para toda la vida. El 23 de abril de 2014, cuando llegó el momento de la cirugía, me pareció que el sitio donde me iban a operar era como el cuarto de una casa; no era la Clínica del Country, pero tampoco un garaje. El doctor me citó a las 7 a.m. y llegó a las 11 a.m., muy afanado porque venía de Villavicencio, de otra operación. Abrió una maleta que traía con todos los instrumentos quirúrgicos envueltos en esparadrapo y eso fue raro, poco profesional. Después de la cirugía me desperté y tenía los senos gigantes, el pezón estaba arrugado, como una tela que se encoge, y sus contornos irregulares y alargados, tenía un seno más grande que el otro, y me sentía los bordes de la prótesis izquierda. Pasaron cinco meses y yo seguía deforme y con mucho dolor en un seno. Con mi esposo decidimos consultar a un cirujano reconstructivo. Cuando él me vio dijo que no había ninguna prótesis de por vida y que las mejores duran máximo 10 años. Le mostré el certificado de las mías y me dijo que no las conocía, que eran chinas, que aguantaban apenas tres años y eran las más baratas del mercado: cada una valía 250.000 pesos. El 8 de enero de 2015 me volví a operar y el nuevo doctor descubrió que el músculo estaba cercenado y una de las prótesis, la que me dolía, estaba al revés. Me dañó las glándulas mamarias, tengo que usar prótesis de por vida y perdí la sensibilidad completa del seno izquierdo”.
Diana Paola Cordero
35 años Lugar: Montería
Cirujano: Ramiro Alberto Pestana
“En agosto tuve la primera cita con él en la Clínica Oftalmológica de Córdoba, que hace cirugías ambulatorias para ojos, y cuando yo llegué no me atendió en un consultorio sino en una habitación. Me dijo que necesitaba abdominoplastia y liposucción y que la grasa resultante me la inyectaba en las nalgas. El 9 de diciembre de 2011 me citaron a las 10 a.m., pero me llamaron para decirme que llegara a las 2 p.m. a la clínica. Al otro día una parte del ombligo estaba roja y luego se empezó a inflamar. Al tercer día me hinché tanto que no se me veían los ojos. Me desmayé, tuvieron que llevarme por urgencias al hospital de Montería, donde me hicieron tres transfusiones de sangre y tenía un edema. Parecía una persona ahogada de lo hinchada que estaba. Yo era alérgica a la penicilina y él sabía, pero en urgencias descubrieron que me había dado un medicamento con ese componente. Empezaron a hacerme curaciones y drenajes, porque me salían bombas de agua por el cuerpo. Al día 18 ya estaba llena de líquido. Salía un olor fétido y sentía que me estaba pudriendo por dentro. Mi hermana me vio la herida y la tenía completamente abierta. Tomaron muestras de la herida y tenía dos bacterias. Me hicieron cuatro intervenciones para remover el tejido podrido y cuando vi la herida por primera vez pensé que me tenía que ahorcar. Me mandaron donde un nefrólogo y de ahí en adelante fueron nueve meses de recuperación en casa. Me echaban tres cremas a diario, tomaba ocho antibióticos todos los días y por eso se me cayeron los dientes. En los brazos ya no me cabía una puya más, entonces me las ponían en el cuello. Se me dañó el pelo, el cuerpo no aguantaba, me desmayaba, me caía. Me limpio el hueco con aplicadores y siento una puñalada en la propia vulva y no sé por qué será eso. Hay días en los que me siento desganada, me deprimo, me canso. Si pudiera retroceder el tiempo, no me operaría. Tengo un hueco en la barriga, en la parte de arriba no siento nada y a veces me meto puyitas para ver si despierta. Sacando cuentas, mi hermana se gastó como $80 millones. Me paran en la calle y me dicen: ‘Tú eres la muchacha del hueco’. Y como tengo huecos en todas partes, en la boca y en la barriga, ya le saco el chiste porque hemos llorado mucho”.
Adriana Guerrero
54 años Lugar: Bogotá
Cirujano: Fabián Enrique Blanchar
“Me operé el 15 de enero de 2007 porque me decían que tenía una cara muy bonita para ser tan gorda. Había oído hablar del doctor Blanchar en televisión y en radio porque había operado a Marbelle. Quería hacerme lipoescultura y lipectomía, para quitar grasa y estirar la piel y además de eso me dijo que me limaría la papada. Me operó en una clínica que se llama Innovation, pero antes no me hizo historia clínica. El día de la operación llegó borracho, con un tufo horrible, pero yo no me alarmé porque había tomado varios calmantes. Me había citado a las 9 a.m. y llegó a las 11 a.m., y cuando terminó la cirugía me dijo que me había quitado 12 kilos de grasa y tejidos. A partir del noveno día duré cinco días llena de líquido. Los dolores en el abdomen empeoraban con los días y la grasa no salía. Lo llamé varias veces y no apareció. Después, volvió a llegar borracho a la segunda consulta. Me hizo acostarme en una sala de pequeños procedimientos para hacerme una punción que sacara el líquido retenido. Me miré un día al espejo y mi ombligo se había desaparecido y en la misma sala de procedimientos buscó el ombligo y lo cosió: sin anestesia, sin tapabocas, sin ropa de aislamiento. Cuando ya tenía una infección en el estómago y se veía un hueco en el ombligo, decidí ir a la clínica Palermo, porque me habían recomendado a un buen infectólogo. En las pruebas que me hicieron salió que tenía dos bacterias intrahospitalarias, es decir, que son adquiridas en salas de cirugía. Llegué a la Clínica Marly y allá me dijeron que no sabían si me podían salvar porque las bacterias ya me estaban consumiendo la barriga y podían llegar a los órganos vitales. Me hicieron seis desbridamientos, que consisten en quitar el tejido muerto. Duré 17 días hospitalizada y salí con la herida abierta. Todavía siento dolor, se me encapsuló la grasa y ya no hay forma de quitarla, perdí el trabajo y me gasté más de 100 millones de pesos en este proceso entre abogados, esteticistas, cirugías y la hospitalización”.
Lorena Beltrán
21 años Lugar: Bogotá
Cirujano: Francisco Sales Puccini
“La cirugía de reducción de senos fue en junio de 2014. Se me abrió una herida que no cerró bien en la parte inferior, incluso me cabía una falange del dedo, por donde me salía líquido. Tuve que ponerme por mucho tiempo toallas higiénicas en los brasieres, para no manchar la ropa. Me decía que me aplicara gelatina sin sabor en la herida, que así mejoraría. De repente mi piel se empezó a poner grasosa y me recetó Isotritoneina, un medicamento dermatológico que, como efecto adverso, empeoró la cicatrización y me provocó además alteraciones emocionales. Me deprimía mucho. Eso nunca me lo advirtió. Ahora tengo una cicatriz atroz, es traumático tener que maquillarme primero los senos que la cara. En julio de 2015 él me hizo una corrección de la cicatriz y el remedio fue peor que la enfermedad. Me tatué “Still I rise” (“Todavía me levanto”) para verme en el espejo eso, antes que mis tetas, pero esas marcas emocionales, las que no se ven, son las que más pesan”.
Ana Margarita Giraldo
32 años Lugar: Medellín
Cirujano: Rodolfo Chaparro y Juan Camilo Arango
“En el 2011 estaba buscando una cirugía de senos porque no me gustaba la forma de los míos. En ese proceso me encontré con Rodolfo Chaparro. Me cité con él en la Clínica Nova y me dijo que me hiciera mamoplastia de aumento y también una lipoescultura. Le pregunté si era plástico y me dijo que no, pero tenía cursos de estética en Brasil. Le dije que no me operaba sino era con un plástico y él me respondió que iba a estar Juan Camilo Arango, que sí lo era. Programamos la cirugía para el 18 de abril de 2011. Ese día me recibió Chaparro, pero salí de la cirugía sin conocer a Arango. Ya en mi casa una masajista notó una inflamación roja a los costados del abdomen. Arango respondió que era una reacción alérgica a la faja o una quemadura. Seis días después de la cirugía me salieron unas bombas de agua en los flancos del cuerpo, justo donde estaba colorado. Me explotaron las bombas, pero yo me sentía mal: mareada y con dolor de cabeza. La semana siguiente me llevaron a urgencias, me tomaron muestras y se dieron cuenta de que tenía una infección muy delicada y estaba anémica, entonces me hospitalizaron. Me puse peor y me llevaron a la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), donde me hicieron transfusiones de sangre. En ese momento me estaba yendo, me estaba muriendo, me caí y quedé inconsciente. En algún momento me desperté, pero no podía hablar porque estaba intubada. Y luego, me dio una falla orgánica múltiple con fallas de corazón, hepática, renal y respiratoria. Estuve alrededor de un mes en la clínica, otros 15 días de hospitalización domiciliaria y arrancó un proceso de curación de heridas en el que tenía que ir dos veces por semana durante casi un año. Me vieron seis especialistas: inmunólogo, reumatólogo, internista, infectólogo, dermatólogo y otorrino, porque me dio tinnitus, un zumbido en el oído todo el tiempo. Yo no dormía y sentía que me estaba enloqueciendo. La Dirección Seccional de Salud de Antioquia encontró en 2012 irregularidades en la clínica, como anomalías en mi historia clínica, no tenían habilitado servicio de esterilización, ni de hospitalización y el médico no estaba en capacidad para trabajar. Hoy, tengo una deformidad en los senos y no sé si pueda lactar porque me afectó el pezón. No me puedo poner un vestido de baño normal por las cicatrices, ni me siento cómoda con mi cuerpo. Pasé los primeros tres años en depresión. Todavía me representa un montón de gastos y saber que este fue mi regalo para el cumpleaños número 27”.
María Alejandra González
21 años Lugar: Medellín
Cirujano: Edison Osorio*
“El 4 de enero de 2016 me hizo la cirugía de aumento mamario en la Clínica Bioforma. Cuando salí me dolía el seno derecho, la espalda y pecho, pero el médico decía que eso era normal. A los 15 días un seno se me empezó a inflamar y sentía arañazos. Me dio medicamento, al cual era alérgica, y se me inflamaron los senos aún más. Me hizo una segunda cirugía para investigar qué había ahí que no dejaba que sanara del todo. El dolor del pecho y la espalda se ponían peor y los medicamentos no me lo curaban. Decidió sacar las prótesis para que me dejara de doler. Pero nada: no podía coger un celular, no podía dormir sino con varias almohadas, no podía levantar brazos, no podía caminar, no me podía bañar sola, no me podía reír y aislé a mi niño, que tenía 3 años. Me decían que tenía osteocondritis, que es una inflamación en los huesos del pecho, aunque yo sabía que no era eso. A los 2 meses y medio, a través de la póliza de 30 millones que tenía por la cirugía, consiguieron un especialista de Canadá para tratar el dolor. Ya en la Clínica Las Américas donde me trataron vieron que tenía una bacteria que había viajado a la columna. El reumatólogo me dijo que el cuerpo no tenía esa bacteria y cree que la adquirí con las prótesis o por el quirófano. Mientras que Osorio me dijo que ya la tenía. Ahora tengo la espalda con morro raro, un seno me quedó más grande que el otro y una cicatriz me quedó como las de corazón abierto”.
*El doctor Osorio sí es especialista en cirugía plástica de la Pontificia Universidad Católica de Sao Paulo (Brasil), miembro de la Sociedad Colombiana de Cirugía Plástica y de la Sociedad Brasilera de Cirugía Plástica.
Marie Kearse
53 años Lugar: Bogotá
Cirujanos: Rodolfo Gómez y Lucero Camelo
“Soy jefe de cabina de Delta Airlines desde hace 25 años y vivo en Nueva York. Mis pechos eran lindos, pero se cayeron con la edad y me gustaba tenerlos grandes. Yo conocía a Rodolfo de tiempo atrás, confié en él y no chequeé sus credenciales, aunque en la pared de su consultorio se veía un diploma de una universidad de Sao Paulo, Brasil. Me dijo que me haría mamoplastia de aumento y lipectomía para aplanar el abdomen. Llegué en marzo 8 de este año a la clínica Belanova, ubicada en la carrera 18 con calle 85 en Bogotá y, por desgracia, tiempo después, me enteré de que una señora llamada Gladys Barbosa había muerto en ese quirófano. La clínica lucía mala y los equipos viejos y baratos. Me sentía muy nerviosa en la camilla y apenas abrí los ojos estaba llena de sangre. Sabía que eran malas noticias porque lo había leído antes y después de 14 días seguía perdiendo sangre. Me pusieron toallas higiénicas para no manchar la ropa y controlar la hemorragia en los senos y cuando fui a urgencias en la Clínica del Country en marzo 26, me dijeron que eso podría traer bacterias. También les pregunté quién era este doctor y me dijeron que no era un cirujano plástico. Los pezones se me empezaron a poner raros, las heridas las tenía muy abiertas, en el ombligo me dio necrosis y un día se me cayó y la piel estaba amarilla. Mis daños, si miro atrás, son muchos: un trauma porque hablo muy mal español y me tuve que quedar acá por cerca de un mes, perdí tiempo de trabajo porque no me recuperaba, cuando me veo a un espejo me siento fea, las cicatrices son muy grandes, cuando deberían ser sutiles, me es muy difícil estar con un hombre, no tengo sensibilidad en la barriga, me duelen los senos en ciertas posiciones. Para mí lo que él hizo fue juntar pedazos de carne. Él no estaba acreditado en procedimientos invasivos, pero se escudaba en Lucero Camelo, que sí era cirujana para operar. Ahora, estoy lidiando con mi cuerpo”.
Sandra Rengifo
32 años Lugar: Bogotá
Cirujano: Francisco Sales Puccini
“Todo comenzó por creerle a un descuento. Vi la promoción en una publicidad de Cuponatic que decía: “Cirujano plástico hace mamoplastia en 3 millones de pesos”. Me llamó la atención que esa página lo patrocinara y me dio confianza. Cuando llegué al consultorio vi que era miembro fundador de la Asociación Colombiana de Cirugía Plástica Estética y tenía diplomas. Yo soy contadora y no iba a detectar que la “asociación” era de esteticistas y la “sociedad”, de cirujanos plásticos. No supe en qué momento me dejé convencer y me cogió a quemarropa diciéndome que me iba a hacer lipectomía, liposucción y senos. Lo hice, también, porque me sentía explotada en el trabajo, poco valorada, yo sólo trabajaba y quería hacer algo por mí. Me pongo a recapitular y pienso en que no necesitaba ninguna cirugía. De hecho, mucha gente no sabe que yo me operé, porque toda mi vida he sido flaca. Llegó el día de la cirugía y estaba muy nerviosa, pero eso sí me tramó con el cuento de que creía en Dios y oramos. Cuando salí, me quería morir. En los senos sentía unos elefantes, los veía muy pegados y deformes y la cicatriz era fea, porque se me levantó la piel. En la barriga había un hueco, me cabía un dedo, porque no me había amarrado bien los músculos y me quedó un bulto donde siento punzadas. Después hice algo de lo que me arrepiento toda la vida y fue recomendarle a mi jefe para que se hiciera una reducción de senos con Sales Puccini. A Esperanza, mi jefe, la operó dos veces y a ella le fue muy mal porque finalmente se los tuvieron que amputar. A mí de todo esto me duele esa parte, porque por culpa de esto nuestra amistad cambió. Fui a donde otro cirujano y le dije que me sacara esas prótesis porque no quería saber de un quirófano nunca. Él me reconstruyó en febrero de 2015, me las sacó y me puso otras. Ya jamás en mi vida me vuelvo a hacer algo”.
(*) Dando cumplimiento a la sentencia de tutela No. 82 con Radicado 2018-00020-00 de fecha 15 de mayo de 2018 proferida por el Juzgado Quince (15) de Familia de Oralidad de Medellín, El Espectador se permite actualizar la información referida en el testimonio rendido a este medio de comunicación por parte de la señora Cristina Trejos (Vleider Trejos Lema), así: La señora Cristina Trejos presentó denuncia penal en contra del médico Carlos Alberto Ramos Corena por los mismos hechos que se relatan en la publicación de El Espectador de fecha 3 de julio de 2016 titulada “Las mujeres que se atrevieron a mostrar sus cicatrices por cirugías plásticas mal hechas”, ante la presunta comisión del delito de lesiones personales culposas. Al proceso penal le correspondió el Código Único de Investigación número 05.001.6000.206.2016.24513, consecutivo 2016.16981. En dicho proceso, ante la prescripción de la acción penal, la Fiscalía solicitó ante el Juez 33 Penal Municipal de Medellín la preclusión de la investigación en audiencia que tuvo lugar el 13 de diciembre de 2016, la cual fue decretada por el juzgado de conocimiento. Esta decisión fue confirmada en segunda instancia en audiencia que tuvo lugar el 21 de abril de 2017 ante el Juzgado 17 Penal del Circuito de Medellín, haciendo tránsito a cosa juzgada. De igual manera, la señora Cristina Trejos presentó en contra del médico Carlos Alberto Ramos Corena denuncia penal por los delitos de estafa, falsedad en documento privado, destrucción, supresión y ocultamiento de documento privado a la cual correspondió el Código Único de Investigación 05.266.6000.203.2010.0340.5, en el cual la Fiscalía determinó el archivo en decisión del 13 de mayo de 2016, en tanto no se demostró la falsedad sobre los consentimientos para las tres (3) intervenciones quirúrgicas a las que fue sometido la paciente.