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Las secuelas de la mutilación genital femenina en Colombia

Hace casi dos décadas, Colombia reconoció que la mutilación genital femenina, que deja graves secuelas físicas y mentales en niñas, se estaba realizando en su territorio. Hoy la situación no deja de ser inquietante: aunque no existe un registro claro, el Ministerio de Salud estima que en 2024 hubo 54 casos. Ahora, organizaciones, lideresas indígenas y congresistas se han unido para sacar adelante un proyecto de ley que busca erradicar esa práctica. Esta es la historia de un problema que el país no puede perder de vista.

Paula Casas Mogollón

06 de abril de 2025 - 12:01 p. m.
Claudia Queragama, lideresa de la comunidad indígena Embera Katío, y su madre, Sebastiana, una reconocida partera del territorio, han sido pieza clave en la elaboración del proyecto de ley que busca erradicar esta práctica en el país.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga
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Claudia Queragama es lideresa de la comunidad indígena Embera Katío, una de las poblaciones donde aún persiste la mutilación genital femenina, que consiste en la extirpación parcial o total de los genitales externos. Desde hace seis años, vive en la Unidad de Protección Integral (UPI) del Parque La Florida, en el noroccidente de Bogotá, luego de que el conflicto armado y la pobreza extrema en el Chocó la obligaran a abandonar el resguardo de Alto Andágueda. Desde que llegó a la ciudad, ha liderado procesos de concientización sobre los derechos de las niñas y mujeres indígenas, alzando su voz para que esta práctica deje de perpetuarse y ha sido pieza clave en la elaboración del proyecto de ley que busca eliminar esta práctica y que está a dos debates de aprobarse.

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(Puede ver aquí el especial multimedia sobre mutilación genital femenina)

Va caminando con un vestido típico de su comunidad que ella elaboró. Es azul claro prensado con volantes naranjas fluorescentes y está acompañado de un collar tejido. De la mano de su hijo mayor, de siete años, recorre el parque mientras cuenta que no sabía que era sobreviviente de la ablación, como también se le llama a la mutilación genital femenina. “Me enteré a mi regreso al territorio, cuando fui a presentar a mi niña, que hoy tiene tres años”, relata. Durante ese viaje, algunos integrantes de su comunidad le pidieron que les dejara a la niña por algunas horas. Claudia, dice, no le vio problema. En la noche, la niña empezó a llorar y en su pañal, se asomaban gotas de sangre acompañadas de un olor fuerte.

Su exesposo, en medio de la angustia, le quitó el pañal y se dio cuenta de que le habían practicado “la operación”, como es llamada la ablación en algunas comunidades y que se realiza en niñas a partir de los 17 días de nacidas y hasta los 12 años. “Él me preguntaba que si había autorizado y yo, sorprendida, le respondía que no entendía bien de qué me hablaba”, asegura. Hoy recuerda que él solo le repetía, una y otra vez, que a la niña le habían quitado el clítoris. “No sabía ni siquiera qué era un clítoris. ¿Cómo iba a conocer algo que nunca tuve?”, se pregunta.

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En medio de la confusión, su exesposo comenzó a mostrarle en el celular imágenes de una vagina sin mutilación, con la intención de que Claudia comprendiera la diferencia. Pese a que la niña seguía con fiebre, decidieron no llevarla al médico por miedo a que, debido a lo ocurrido, les quitaran la custodia. “La niña casi se me muere. Hasta el día de hoy sufre las consecuencias de eso. Llora y a veces se toca esa zona por el dolor”, recuerda. Luego de este episodio, conoció que su mamá, Sebastiana, reconocida partera de la comunidad, también había sobrevivido a la ablación y que en Alto Andágueda las mujeres son sometidas a esta práctica. “Al territorio no se puede entrar si se tiene clítoris”, comenta.

No se sabe con precisión cómo llegó la ablación a Colombia ni desde cuándo se realiza, pues, según Juliana Dominico, consejera y representante de la Gran Nación Embera, lo que se conoce es por las mujeres sobrevivientes. “Es una práctica secreta, no se habla abiertamente en las comunidades. Hace parte de un secreto guardado y lo saben específicamente ciertas personas”.

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Nancy Millán Echeverría, máster en antropología social y en salud intercultural con énfasis en salud sexual y reproductiva, señala en una de sus investigaciones que resulta muy difícil establecer si la ablación es una práctica ancestral en Colombia. Sin embargo, cuenta que algunos estudios, donde se han entrevistado a varias Mayoras, han ofrecido indicios que sugieren que la práctica pudo haberse adoptado hace mucho tiempo, ya sea por influencia de comunidades afrodescendientes, o bien por una medida de regulación tomada por autoridades indígenas para evitar que las mujeres fueran utilizadas por los colonizadores españoles.

Lo cierto es que desde 2007 Colombia reconoció abiertamente que en el país se realiza la ablación. Se produjo luego de que, el 22 de marzo de ese año, saliera a la luz el primer caso documentado. Tres niñas de 16 y 17 días de nacidas, de la comunidad indígena Embera Chamí, ubicada en Risaralda, fueron sometidas a esta práctica y, tras presentar complicaciones, las llevaron al Hospital San Rafael de Pueblo Rico. En una sentencia publicada un año después por el Juzgado Promiscuo Municipal del municipio, el juez reseñó que sus madres aseguraron que no lograron sanarlas con medicina tradicional y que por eso las llevaron al centro de salud. Allí las atendió el médico Hugo Hernando Marsiglia, quien dijo que el motivo de la consulta fue fiebre, escalofríos y vómitos. Al final, murieron por la infección causada por la mutilación genital.

Este caso sirvió para demostrar que la ablación no ocurre solo en África y en algunos países árabes, como se creía hasta entonces argumenta Luis Mora, representante del Fondo de Población para las Naciones Unidas (UNFPA) y exintegrante del equipo que elaboró los Objetivos de Desarrollo Sostenible, ODS, (en particular el de igualdad de género). “Pudimos decir que en América Latina y el Caribe había naciones que reconocían su existencia”. Cuenta que gracias al reconocimiento colombiano lograron que en los ODS el mundo se comprometiera, para 2030, a poner fin a la mutilación genital femenina, que ha afectado a 230 millones de mujeres y niñas, según UNICEF.

Claudia tiene 27 años y llegó hace seis a Bogotá, por el desplazamiento forzado y la pobreza extrema por la que atravesaba en ese momento el Chocó.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

A pesar de este reconocimiento que hizo Colombia, en el país aún no se sabe cuál es el panorama de esta práctica ni cuántos casos se han presentado. Hasta ahora, algunas entidades han hecho un esfuerzo, pero, dice Mora, todavía existe un subregistro importante. El Ministerio de Salud, por ejemplo, reportó 54 casos en 2024 y 91 en 2023; mientras que las cifras recopiladas por el Instituto Nacional de Salud (INS) mostraron que entre enero y noviembre de 2023 se detectaron 89 casos. La mayoría de estos, como corroboró UNFPA, han ocurrido en las comunidades indígenas, principalmente en las Embera. Como lo indica la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), es común entre este pueblo: dos de cada tres mujeres han sufrido de ablación.

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Sin embargo, Dominico, de la Gran Nación Embera, pide que no solamente se puede señalar a un pueblo que practica la mutilación genital femenina, porque podría caerse en la estigmatización. En su opinión, cuando salió a la luz el primer caso y Colombia reconoció que en el país había casos de ablación, se señaló al pueblo en Embera de manera discriminatoria. “Todavía ese peso se sienten en los diferentes espacios. Me pasó cuando entré a la universidad, que me señalaron y eso es estigmatizar a un pueblo”, sostiene e indica que se debe reconocer que esta es una problemática de salud pública que le compete a todo el país y, por supuesto, al Gobierno.

Las consecuencias en la salud de la mutilación genital femenina

La pediatra Diana Mosquera no recuerda con exactitud la primera vez que vio una niña sin su clítoris durante el examen físico de rutina, pero sí tiene presente que desde su llegada al hospital San Jorge, en Pereira, hace casi cuatro años, no ha parado de detectar casos. “En los exámenes noté que donde se supone que debería estar el clítoris había una cicatriz o una quemadura”, asegura en una videollamada. También dice que le asombró que era normal que llegaran este tipo de casos al centro médico, donde cada año se reciben no menos de 30.

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Desde entonces, empezó a investigar más sobre la ablación, que, además de Colombia, se practica en al menos 94 países. Planea adelantar un estudio que permita tener una caracterización epidemiológica y sociodemográfica de las víctimas de mutilación y, según los datos que ha recopilado, le han permitido determinar que es una práctica que, en su mayoría, es realizada por las parteras. Lo hacen sin anestesia y emplean herramientas, como cuchillos, cucharas calientes o tijeras sin esterilizar, por lo que es probable desarrollar infecciones, hemorragias o, incluso, contraer enfermedades como Hepatitis B o VIH.

Diana Mosquera, médica pediatra, se ha encargado de seguirle la pista a la mutilación femenina en Colombia.
Foto: Sandra Bejarano

Leandra Becerra es abogada de la organización Equality Now y se ha encargado de liderar la campaña de tolerancia cero con la ablación en Colombia. Explica que, al tratarse de una práctica clandestina —que el Ministerio de Salud clasifica como una forma de violencia sexual— es posible que se presenten muertes que no son registradas. Las mujeres que sobreviven, agrega, suelen enfrentar secuelas físicas y emocionales que marcan sus vidas para siempre.

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La ablación del clítoris, explica la pediatra Mosquera, también docente en la Universidad Tecnológica de Pereira (UTPC), tiene consecuencias tanto físicas como psicológicas. “No es algo netamente anatómico, sino también del bienestar de la mujer”, resalta, pues, esa área anatómica es la que tiene mayor incidencia en el deseo sexual y en el placer durante las relaciones sexuales. Al quitarlo, aclara la UNFPA, algunas comunidades buscan “controlar” la sexualidad de las mujeres, para “asegurar” la virginidad antes del matrimonio o como símbolo de fidelidad. En algunos casos, ha persistido la creencia de que con el tiempo puede convertirse en una especie de pene.

(Lea también: La pediatra que le sigue la pista a la mutilación femenina en Colombia)

La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido cuatro tipos de ablación del clítoris: la clitoridectomía, que es una eliminación parcial o total del clítoris y/o del prepucio; la escisión, conocida como una ablación parcial o total del clítoris y los labios menores, con o sin corte de los mayores; la infibulación, la cual consiste en el estrechamiento de la abertura vaginal mediante sutura con hilo artesanal, dejando una pequeña abertura para la orina y la sangre menstrual; y los otros procedimientos lesivos de los genitales femeninos con fines no médicos, como la punción o perforación.

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Los tipos más comunes, según los casos reportados por UNFPA, son la clitoridectomía y la escisión. Pueden presentar secuelas inmediatas, aclara Jenny Lozano, de la facultad de Enfermería y experta en salud sexual y reproductiva y género de la Universidad del Bosque, como la retención de la orina, fiebre, la ulceración de la zona genital, lesión del tejido que rodea la vagina y el dolor agudo. Como le sucedió a Renee Bergstrom, una doctora de 80 años estadounidense. Dice en un informe de Equality Now que, como algunos de los tejidos sensibles se fusionaron con sus labios mayores, durante décadas soportó una sensación de tirón constante hasta su menopausia. Relata que sufrió ablación a los tres años y que un médico “tomó la decisión de quitarle el clítoris, porque se tocaba mucho esa zona”.

También puede haber hemorragias e infecciones, que, incluso, pueden provocar la muerte de las niñas. “La mayoría de comunidades utilizan plantas medicinales para tratar de cicatrizar o frenar la hemorragia, pero puede generar sepsis”, señala Lozano. Un estudio de 2023 liderado por Arpita Ghosh, profesora del Departamento de Economía de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y publicado en Scientific Reports, mostró que la ablación “es una de las principales causas de muerte de niñas y mujeres jóvenes en los países donde se practica”. Tras analizar datos recopilados entre 1990 y 2020 en 15 países donde se realiza la mutilación genital, como Guinea o Sierra Leona, estimaron que, al año, provoca cerca de 44.000 muertes en estas zonas. “Equivale a una mujer o niña cada 12 minutos”, advirtieron.

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Esta práctica se realiza principalmente en niñas desde los 17 días de nacidas hasta los 12 años.
Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

Otro de los riesgos, advierte Mosquera, es que al tratarse de una práctica clandestina en el país, pueden resultar afectados otros órganos. Explica que como el clítoris está ubicado un poco más arriba del orificio uretral, por donde se expulsa la orina, al removerlo existe el riesgo de dañar esa zona y provocar dolor al orinar. Además, una posible secuela es la formación de quistes epidermoides. Aunque son benignos, estos se generan por la acumulación de queratina bajo la piel, como lo explica Özgür Şahin, del Departamento de Obstetricia y Ginecología del Hospital Erdoğan, en un artículo publicado en 2023 en Pan African Medical Journal.

En cuanto a los riesgos a largo plazo, detalla Mosquera, se presentan algunos relacionados con la vida sexual de las mujeres. Como el orificio vaginal queda tan limitado, las mujeres pueden presentar dispareunia, es decir, dolor durante las relaciones sexuales. A esto se suman otros efectos como la disminución del deseo y la satisfacción sexual, así como una mayor posibilidad de no alcanzar el orgasmo. Aunque es una práctica menos común, la infibulación, que es el estrechamiento de la abertura vaginal mediante sutura con hilo artesanal, es la forma de ablación que mayores secuelas deja, en opinión de Mosquera. Señala que puede generar una obstrucción vaginal, lo que provoca una acumulación del flujo menstrual en la vejiga y en el útero.

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La infibulación también está relacionada con complicaciones durante el parto. Binta, una de las mujeres que contó su experiencia como sobreviviente a Equality Now, recordaba que durante su parto el tejido cicatricial no se estiró y tuvo que ser sometida a una episiotomía, una incisión que se hace en el perineo para agrandar la vagina y facilitar el nacimiento. “Me cogieron 33 puntos”, decía. En otros casos, donde no se puede realizar una episiotomía, puede ocasionar un sufrimiento fetal porque el bebé está tratando de salir y no tienen el espacio para hacerlo.

Esta práctica también provoca que las mujeres se enfrenten a un riesgo mayor de requerir una cesárea o de padecer hemorragia posparto. En 2023, una investigación publicada en Minerva Obstet Gynecol, indicaba que “las tasas de cesárea, la pérdida de sangre posparto y las tasas de episiotomía son más altas en las mujeres embarazadas con ablación que en aquellas que no son víctimas”.

Mosquera subraya la importancia de no perder de vista las consecuencias psicológicas que también deja todos los tipos de mutilación genital femenina. Estas siguen siendo poco exploradas, sugieren Sargun Kaur Virk, de la facultad de Anestesiología del Centro Médico Weill Cornell (Estados Unidos), y sus colegas en un artículo de opinión publicado en el Journal of Global Health el pasado 21 de marzo. Allí señalaban, sin embargo, que existe “un número limitado de estudios que han vinculado la mutilación genital femenina con mayores tasas de ansiedad, depresión, pesadillas, trastorno del sueño y estrés postraumático”.

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Los esfuerzos en Colombia para erradicar la ablación

Lozano, docente de la Facultad de Enfermería de El Bosque, opina que para llegar a la tolerancia cero con la ablación es esencial que se reconozca la práctica, como hizo Colombia en 2007, pero, que este reconocimiento vaya de la mano de rutas de atención específicas en los servicios de salud. “Todos deberíamos saber abordar estos casos cuando llegan”, anota.

Con el objetivo de abordar esta problemática y erradicarla para 2030, como se lo trazó la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el país se está debatiendo un proyecto de ley para eliminar esta práctica. Las representantes a la Cámara Jennifer Pedraza, Alexandra Vásquez y Carolina Giraldo unieron su propuesta al documento que había sido radicado por el representante Christian Garcés. Ahora, después de superar sus primeros dos debates en la Cámara de Representantes, comienza su camino en el Senado, donde deberá pasar por la comisión y luego por la plenaria.

Este proyecto de ley propone la creación de una política pública con enfoque intercultural, construida en concertación con la comunidad Embera, para prevenir y erradicar la mutilación genital femenina. También contempla la implementación de un sistema de información que permita hacer seguimiento a esta práctica. Sin embargo, en medio de los debates, hay un punto que ha generado inquietud: declarar esta práctica como un delito.

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Claudia y las lideresas de las comunidades indígenas han sido pieza clave en la elaboración del proyecto de ley. Ahora comienza su camino en el Senado.
Foto: Equality Now

El Observatorio de Agenda Legislativa de la Universidad Externado emitió un concepto sobre este tema y detalló que la penalización podría “terminar afectando a madres, parteras y abuelas de la comunidad, en lugar de abordar el problema desde la educación y el diálogo”. De aprobarse esta iniciativa, dice Luis Mora, de la UNFPA, “Colombia puede hacer historia. Es el país que en este momento tiene todas las posibilidades de ser el primero que erradique la ablación”.

(Puede leer también: Lo que busca el proyecto de ley para erradicar la mutilación genital femenina)

Hasta el momento, no hay ningún país donde se ha reconocido esta práctica que la haya erradicado completamente. Sin embargo, en algunas naciones, como Burkina Faso, se ha logrado una importante reducción en su prevalencia: en los últimos 30 años, el porcentaje de mujeres que han sido sometidas a la mutilación genital femenina pasó del 89 % al 39 %.

Dominico, de la Gran Nación Embera, resalta que en las charlas que ha realizado en la comunidad, las mujeres le han expresado su necesidad para que se termine la ablación y para que se eduque en los territorios sobre los derechos de las mujeres. Pero, destaca, es fundamental que cuenten con una asignación de recursos directos, pues pasaría lo que sucedió con otros proyectos que se han llevado a los pueblos indígenas: “quedan inconclusos por falta de dinero y no tienen el impacto esperado”.

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Durante el último debate del proyecto de ley en la plenaria de la Cámara de Representantes, el pasado 1 de abril, Claudia Queragama subió al atril con un poco de nervios. Su propósito fue explicar la importancia de que se elimine la mutilación genital femenina y de reiterar que, al menos en su comunidad, no es una práctica tradicional, sino una “que implementaron otros”.

Mientras avanzan las discusiones, comparte que está trabajando en un plan que espera llevar pronto a todas las comunidades indígenas. Junto a Sebastiana, su madre, están haciendo una obra de teatro con las sobrevivientes de mutilación genital femenina. “Vamos a pintar nuestros cuerpos. Cada mujer va a explicar lo que sufrió y las consecuencias que aún perduran”. El punto de partida de esta iniciativa será Quibdó.

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