María Branyas Morera fue la persona más longeva cuya edad ha sido verificada por la ciencia hasta su fallecimiento, el 19 de agosto de 2024, a los 117 años y 168 días. Nació el 4 de marzo de 1907 en San Francisco, Estados Unidos, de padres españoles, y se trasladó a España a los 8 años, donde vivió el resto de su vida. Aunque cada vez hay más personas que alcanzan los 100 años, los supercentenarios—aquellos que superan los 110 años—siguen siendo extremadamente raros. Para ponerlo en perspectiva, en Cataluña, donde residió Morera, la esperanza de vida de las mujeres es de 86 años, por lo que ella superó la media en más de 30 años. Esto plantea una pregunta fascinante: ¿cómo es posible que alguien viva tanto tiempo y conserve buena salud durante tantos años?
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El estudio de personas con envejecimiento excepcional, como los supercentenarios, puede ayudar a entender los mecanismos del envejecimiento. De manera similar a cómo se estudian enfermedades de envejecimiento prematuro (como la progeria o el síndrome de Werner), analizar a quienes viven mucho más tiempo de lo normal permite descubrir rutas biológicas que favorecen la longevidad. Recientemente, un grupo de investigadores publicó un estudio centrado en Morera, cuyo cuerpo ofreció información sobre cómo algunas personas logran mantener un estado de salud bueno incluso en edades muy avanzadas.
Para su análisis, los científicos obtuvieron muestras de sangre, saliva, orina y heces de Morera. La sangre fue la más importante, porque a partir de ella se puede estudiar el funcionamiento del sistema inmunológico, cómo las células se reparan y cómo el cuerpo procesa la energía. La saliva permitió estudiar el material genético y la presencia de virus o bacterias. La orina y las heces, por el contrario, se analizaron para entender cómo el cuerpo digiere los alimentos, cómo se eliminan residuos y cómo se mantiene el equilibrio de bacterias en el intestino, que influyen en la salud general y en la inflamación.
En los resultados publicados este miércoles, los investigadores identificaron características sorprendentes. Las células de Morera mostraban mecanismos muy eficientes para protegerse del daño que normalmente se acumula con la edad, manteniendo el ADN y las mitocondrias —las “fábricas de energía” de la célula— en excelente estado. Su sistema inmunológico también llamó la atención de los autores: estaba fuerte pero equilibrado. Esto significa que podía defenderse de infecciones y células dañinas sin atacar al propio cuerpo.
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No solo eso. Otro hallazgo bien interesante se relaciona con su microbiota intestinal. Morera tenía un intestino poblado por bacterias “buenas”, como las del género Bifidobacterium, que ayudan a digerir los alimentos, mantener baja la inflamación y proteger contra enfermedades crónicas. Esto indica que la salud intestinal juega un papel importante en la longevidad y en la regulación del sistema inmunológico.
Además, los investigadores analizaron procesos celulares complejos, como la estabilidad del material genético. Las células de Morera mostraban un “reloj interno” bien regulado, reflejado en la metilación del ADN, que ayudaba a mantener su información genética segura y a retrasar los efectos del envejecimiento. Su cuerpo también era muy eficiente en producir y usar energía, y tenía una capacidad destacable para reparar daños, factores que contribuyen a mantener órganos y tejidos en buen estado.
En conjunto, escriben los autores, estos hallazgos muestran cómo varios factores —genéticos, inmunológicos, metabólicos y microbianos— interactúan para favorecer una longevidad excepcional. La longevidad extrema, como la que se observa en supercentenarios, es el resultado de una combinación compleja entre genética y estilo de vida. Por un lado, algunas personas portan un genoma especialmente resiliente, con variantes genéticas que protegen contra enfermedades y promueven una vida larga.
Por ejemplo, Morera tenía versiones de genes que favorecen la longevidad (como ciertos alelos de APOE) y variantes que protegen el corazón, el cerebro y el sistema inmunológico. Además, los científicos encontraron siete variantes genéticas únicas en ella que no se han visto en otras poblaciones europeas, lo que sugiere que podrían contribuir a su larga vida.
“Sin embargo, los hábitos y el entorno también podrían haber moldeado estas características”, escriben los científicos. Por ejemplo, Morera acostumbraba a consumir mucho yogur, lo que podría haber influido positivamente en su salud intestinal, aumentando la presencia de bacterias beneficiosas como Bifidobacterium, asociadas con menor inflamación, mejor digestión y menor riesgo de diabetes tipo 2. Aunque no se puede asegurar completamente que esta relación sea directa, es probable que la dieta haya ayudado a mantener un intestino saludable, un factor clave para la longevidad. Otros hábitos como la actividad física, incluso de baja intensidad como caminar, también contribuyen a retrasar el envejecimiento y mejorar la resistencia frente a enfermedades.
La longevidad extrema, agregan los científicos, combina entonces dos conjuntos de características: por un lado, marcadores típicos de la edad avanzada, y por otro, rasgos genéticos, epigenéticos, metabólicos y microbiológicos que preservan la salud. Todo esto sugiere algo muy interesante, escriben los autores del estudio: envejecer mucho no implica necesariamente sufrir las enfermedades típicas de la edad, y es posible mantener un cuerpo y un organismo funcional incluso en edades avanzadas.
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