Desde hace mucho tiempo, médicos y científicos están insistiendo en la necesidad de que las personas se tomen más en serio el envejecimiento saludable. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) lo define como “un proceso continuo de optimización de oportunidades para mantener y mejorar la salud física y mental, la independencia y la calidad de vida a lo largo de la vida”. Es importante porque la edad biológica es el factor de riesgo más relevante que determina la probabilidad de enfermar y de morir por cualquier causa.
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Pero, ¿qué es la edad biológica? En el mundo de la medicina existe algo que se llama “relojes biológicos de envejecimiento”. Se trata de herramientas que miden la edad biológica de las personas y buscan predecir la mortalidad por todas las causas y dar lugar a conocimientos prácticos para promover un envejecimiento saludable.
Los intentos de construir relojes así tienen una larga historia. Muchos de ellos se han construido basándose en características como los parámetros clínicos. Hay relojes de primera generación (que usan datos biológicos, pero no son tan efectivos para predecir la morbilidad y mortalidad futuras) y relojes de segunda generación, que buscan predecir la mortalidad futura. A diferencia de los primeros, que solo se enfocaban en una enfermedad a la vez, estos últimos consideran cómo todo el cuerpo y sus sistemas están conectados y cómo eso afecta el envejecimiento en general.
Pero para crear estos últimos, los científicos necesitan muchos datos de personas a lo largo del tiempo, lo que puede ser complicado y costoso. En junio de 2024, un grupo de investigadores informó en Nature la construcción de un reloj clínico de envejecimiento (nombrado como PCAge) que es capaz de identificar las características clave que diferencian un envejecimiento saludable y uno no saludable.
Para generar esta herramienta, usaron un conjunto de datos extraídos de la cohorte 1999-2000 de la Encuesta Nacional de Examen de Salud y Nutrición (NHANES, por sus siglas en inglés) IV, una encuesta nacional que observa el estado de salud y nutrición de los niños y adultos que viven en Estados Unidos. La cohorte estaba integrada por 923 hombres y 852 mujeres de 40 a 84 años, con un conjunto de características que comprendía datos de exámenes médicos, mediciones fisiológicas y de laboratorio.
Los científicos calcularon una “edad biológica” que llamaron “edad PCA”, que debería reflejar mejor la salud real de una persona. Encontraron que la edad PCA estaba bastante alineada con la edad cronológica, pero no siempre coincidía exactamente. Observaron entonces diferencias entre la edad PCA y la edad cronológica.
¿Cuáles diferencias? Si una persona tenía una edad PCA más baja que su edad cronológica, podría significar que estaba envejeciendo “más lento” y, por lo tanto, tenía una mejor salud. Si la edad PCA era mayor, podría indicar un envejecimiento “más rápido”. Compararon estas edades con tres indicadores de salud: longitud de los telómeros (más largos significan que las células están más sanas), rendimiento cognitivo (qué tan bien funciona el cerebro) y velocidad de marcha (qué tan rápido camina la persona).
Las personas cuya edad PCA era menor que su edad cronológica (es decir, biológicamente más jóvenes) tenían células más sanas, un cerebro que funcionaba mejor, y caminaban más rápido. Las personas cuya edad PCA era mayor (biológicamente más viejas) tenían células más dañadas, un cerebro que funcionaba peor, y caminaban más despacio.
Los investigadores dividieron a las personas en diferentes grupos, según sus características de salud. Descubrieron que estos grupos no solo diferían en cuánto tiempo vivían las personas, sino también en aspectos como su nivel socioeconómico, estilo de vida y comportamientos, aunque estos factores no se incluyeron en el análisis original. Aquí vino entonces un interrogante clave: se preguntaron si podían identificar características específicas que estuvieran asociadas con el grupo de “envejecimiento saludable”. Es decir, querían saber si podían usar esta información para ayudar a mover a más personas hacia este grupo, promoviendo así un envejecimiento más saludable.
Una dieta podría ayudar
Los científicos descubrieron que dos características (llamadas PC2 y PC4) eran las que más separaban a las personas que estaban envejeciendo de manera saludable del resto. Cuando examinaron más de cerca, encontraron que las características relacionadas con la composición corporal y la grasa eran las más importantes en PC2. En este punto, buscaron demostrar que su método podía ajustarse a diferentes conjuntos de datos individuales. Para esto, crearon un reloj clínico personalizado llamado CALinAge.
Utilizaron CALinAge en el estudio CALERIE, que investigó los efectos a largo plazo de la reducción de la ingesta de energía (restricción calórica). CALERIE fue un ensayo controlado que incluyó a hombres y mujeres jóvenes y de mediana edad (21-50 años), sanos y no obesos realizado en tres centros clínicos de EE. UU. y cuyos resultados se conocieron en 2019. En esta investigación, los participantes fueron asignados aleatoriamente a una dieta de restricción calórica del 25 % o a una dieta de control ad libitum.
Es decir, el grupo de restricción calórica debía reducir su ingesta calórica en un 25 % respecto a su consumo habitual, mientras que el grupo de control podía comer según sus preferencias sin restricciones específicas. Ambos grupos fueron seguidos durante 2 años para evaluar los efectos de estas dietas en diversos indicadores de salud y envejecimiento. El estudio concluyó que dos años de restricción calórica moderada redujeron significativamente múltiples factores de riesgo cardiometabólico en adultos jóvenes no obesos.
En la investigación de junio pasado, los científicos adaptaron su reloj a los datos específicos del estudio de CALERIE, lo que permitió revelar cómo las intervenciones como la restricción calórica afectan la edad biológica. “Nuestro análisis de los participantes de CALERIE sugiere que dos años de restricción calórica leve reducen significativamente la edad biológica”, concluyeron. La herramienta mostró una tasa de envejecimiento de 1,54 años por año para el grupo que continuó consumiendo sus dietas sin cambios, mientras que el grupo de restricción calórica mostró una tasa de envejecimiento de 0,11 años por año, es decir, mucho menos (esto, pese a que los participantes del grupo de restricción calórica solo lograron reducir su ingesta en un 12%, y no en un 25% como esperaba el estudio).
Los investigadores terminan su estudio con una advertencia muy importante: los relojes de envejecimiento no reemplazan los análisis que detectan riesgos de enfermedades específicas o que ayudan a diagnosticar enfermedades. En cambio, pueden ayudar a identificar a las personas que están envejeciendo de manera saludable, lo que podría ofrecer un camino sobre cómo mejorar la salud de aquellos que están envejeciendo mal, a través de intervenciones proactivas y prevención temprana.
Sin embargo...
¿Qué es, propiamente, una dieta de restricción calórica? Una dieta de restricción calórica es un enfoque alimenticio que implica reducir la ingesta total de calorías sin que eso lleve a una malnutrición. Esto es importante porque es crucial que la dieta siga siendo equilibrada y proporcione todos los nutrientes esenciales (vitaminas, minerales, proteínas, grasas saludables, etc.) para evitar deficiencias nutricionales. El objetivo principal de este enfoque es disminuir la cantidad de calorías consumidas en comparación con lo que se ingiere normalmente, lo que, se cree, puede ayudar a mejorar la salud y prolongar la vida.
Sin embargo, hay algunas dudas importantes sobre este enfoque y la evidencia a veces apunta a datos contradictorios. En el estudio CALERIE (que sirvió a los investigadores), se señala que dos de las tres pruebas de sangre que se realizaron no mostraron mejoras en las personas a dieta. Una sí lo hizo, precisamente la que pretendía medir la rapidez con la que envejecen las personas. Antes de esa investigación, otras intentaron probar esa teoría, la mayoría haciendo experimentos con animales.
En 2010, por ejemplo, una investigación sometió a ratones a una restricción dietética crónica (RD) que consistió en reducir la ingesta de alimentos en un 40%. Se utilizaron 41 cepas endogámicas de ratones, que son, en términos simples, diferentes grupos genéticos de ratones criados para tener características genéticas uniformes dentro de cada grupo. La conclusión fue ambigua: algunos de los ratones vivían más cuando comían menos, pero otro número importante tuvo una vida más corta. Otro estudio más, publicado en 2009, buscó arrojar algunas luces, ahora profundizando sobre la restricción calórica en primates.
En esa investigación, desarrollada en el Centro Nacional de Investigación de Primates de Wisconsin, Etados Unidos, la restricción calórica fue definida como reducir las calorías ingeridas en un 30% aproximadamente de las de un individuo normal y en forma. Los monos rhesus fueron sometidos a restricción calórica en la edad adulta y a algunos se les hizo un seguimiento que alcanzó un período de hasta 20 años. Según informaron en Science, la restricción redujo la incidencia de diabetes, cáncer, enfermedad cardiovascular y atrofia cerebral. Pero poco después, en 2012, surgieron serias dudas a esa conclusión.
En ese año, otro grupo de investigadores publicó en Nature los resultados de un estudio en el que sometió a monos rhesus, tanto jóvenes como mayores, a una dieta de restricción calórica. ¿La conclusión?: no se observaron mejoras en la supervivencia de estos monos. Los investigadores reconocen que sus resultados contrastan con el primer estudio del Centro Nacional de Investigación de Primates de Wisconsin. Estas contradicciones, también señalan, puede explicarse a diferencias en las metodologías.
Por ejemplo, mientras en el estudio que sí encontró una reducción de las enfermedades los animales con restricción calórica recibían una comida al día, en la investigación de 2012 que no encontró mejoras en la supervivencia, los animales fueron alimentados dos veces al día. Además de reiterar que los beneficios de esta práctica, si existen, podría variar de especie a especie, o incluso de individuo a individuo, estas investigaciones reiteran un limitante más, que parecer ser tan lógico como fundamental: algunas de las restricciones calóricas que se estudiaron en estos animales no son metas realistas en las personas.
Todo esto hace de la restricción calórica y de sus métodos (como el ayuno intermitente), una compleja discusión científica que todavía no tiene una certeza final.
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