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En el período previo a las múltiples votaciones que tuvieron lugar en todo el mundo en 2016, incluyendo la votación por el Brexit del Reino Unido y la elección presidencial de Estados Unidos, compañías de redes sociales como Facebook y Twitter sistemáticamente les brindaron a una gran cantidad de votantes información de mala calidad —en verdad, muchas veces mentiras absolutas— sobre la política y las políticas públicas. Aunque estas compañías han sido muy criticadas, las noticias basura —historias sensacionalistas, teorías conspirativas y otra desinformación— siguieron generándose a lo largo de 2017.
Si bien ha surgido una creciente cantidad de iniciativas específicas por país destinadas a la verificación de datos y algunas nuevas aplicaciones interesantes para evaluar las noticias basura, desde las plataformas no parecen surgir soluciones técnicas a nivel del sistema. ¿Cómo deberíamos, entonces, hacer que las redes sociales sean seguras para las normas democráticas?
Sabemos que las empresas de redes sociales les están ofreciendo a los ciudadanos grandes volúmenes de contenido altamente polarizador durante los referéndums, las elecciones y las crisis militares en todo el mundo. Durante la elección presidencial en Estados Unidos en 2016, en las redes sociales se compartieron mucho más las noticias falsas que las noticias producidas profesionalmente, y la distribución de noticias basura alcanzó su punto más alto el día antes de la elección.
Otros tipos de contenido sumamente polarizador de las organizaciones de noticias controladas por el Kremlin, como Russia Today y Sputnik, así como el contenido reutilizado de Wikileaks y comentarios hiperpartidarios empaquetados como noticias, estaban concentrados en estados pendulares como Michigan y Pensilvania. Patrones similares se produjeron en Francia durante la elección presidencial en abril y mayo, en el Reino Unido durante le elección general en junio y en Alemania en el 2017, antes de la elección federal en septiembre.
En todo el mundo, el esfuerzo coordinado por utilizar las redes sociales como un canal para las noticias basura ha alimentado el cinismo, aumentado las divisiones entre los ciudadanos y los partidos e influido en la agenda mediática más amplia. El “éxito” de estos esfuerzos se refleja en la mera velocidad con la cual se han propagado.
Como sabe cualquier epidemiólogo, el primer paso para controlar una enfermedad contagiosa es entender cómo se transmite. Las noticias basura se distribuyen a través de la automatización y los algoritmos de caja negra registrados que determinan qué es y no es una noticia y una información relevante. Lo llamamos propaganda informática, porque involucra mentiras con una motivación política respaldadas por el alcance y el poder global de las plataformas de redes sociales como Facebook, Google y Twitter.
En las elecciones recientes en las democracias occidentales, las empresas de redes sociales persiguieron activamente el ingreso publicitario proveniente de las campañas políticas y distribuyeron contenido sin considerar su veracidad. Por cierto, Facebook, Google y Twitter tenían personal presente en los cuarteles de la campaña digital de Trump en San Antonio. Gobiernos extranjeros y empresas de marketing de Europa del Este operaron cuentas falsas de Facebook, Google y Twitter e invirtieron cientos de miles de dólares en avisos políticos que llegaban a los votantes con mensajes divisivos.
Para entender lo extendidos que están estos problemas, analizamos en profundidad la propaganda informática en nueve países —Brasil, Canadá, China, Alemania, Polonia, Rusia, Taiwán, Ucrania y Estados Unidos— y analizamos de manera comparativa otros 28. También hemos estudiado el alcance de la propaganda informática durante determinados referéndums y elecciones el año pasado (y en el pasado hemos estudiado a México y Venezuela). En términos globales, la evidencia no es un buen presagio para las instituciones democráticas.
Un hallazgo crucial es que las plataformas de redes sociales juegan un papel importante en el compromiso político. Por cierto, son el principal vehículo a través del cual la gente joven desarrolla sus identidades políticas. En las democracias del mundo, la mayoría de los votantes utilizan las redes sociales para compartir información y noticias políticas, especialmente durante las elecciones. En países donde sólo pequeñas proporciones de la población tienen acceso regular a las redes sociales, esas plataformas siguen siendo una infraestructura fundamental para la conversación política entre periodistas, líderes de la sociedad civil y élites políticas.
Es más, las plataformas de redes sociales se utilizan activamente para manipular la opinión pública, aunque de maneras diversas y sobre temas diferentes. En los países autoritarios, las plataformas de redes sociales son uno de los principales medios para impedir el malestar popular, especialmente durante crisis políticas y de seguridad.
Casi la mitad de la conversación política en el Twitter ruso, por ejemplo, está mediada por cuentas altamente automatizadas. Las mayores colecciones de cuentas falsas están gestionadas por firmas de marketing en Polonia y Ucrania.
Entre las democracias descubrimos que las plataformas de redes sociales son utilizadas activamente para propaganda informática, ya sea a través de esfuerzos amplios de manipulación de la opinión o de experimentos que apuntan a segmentos particulares de la población. En Brasil, los bots tuvieron un papel importante a la hora de forjar el debate público de cara a la elección de la expresidenta Dilma Rousseff, durante su juicio político a comienzos de 2017 y en las crisis constitucionales actuales del país. En cada país encontramos grupos de la sociedad civil que luchan por protegerse y responder a campañas activas de desinformación.
Facebook dice que trabajará para combatir estas operaciones de información y ya ha tomado algunas medidas positivas. Ha empezado a examinar la manera en que los gobiernos extranjeros utilizan su plataforma para manipular a los votantes en las democracias. Antes de la elección presidencial francesa la primavera pasada, eliminó unas 30.000 cuentas falsas. Purgó otras miles antes de la elección británica en junio y luego decenas de miles antes de las recientes elecciones alemanas.
Pero las empresas como Facebook hoy necesitan diseñar un cambio más radical y pasar de modificaciones defensivas y reactivas en la plataforma a maneras más proactivas e imaginativas de respaldar las culturas democráticas. En el 2018 habrá más momentos políticos críticos —Egipto, Brasil, Colombia y México tendrán elecciones generales y los estrategas en Estados Unidos ya están planeando la elección parlamentaria de mitad de mandato en noviembre— y esta acción es urgente.
Es de suponer que los gobiernos autoritarios van a seguir viendo las redes sociales como una herramienta para el control político. Sin embargo, también deberíamos suponer que alentar el compromiso cívico, impulsar la participación electoral y promover noticias e información de fuentes confiables es crucial para la democracia. En definitiva, planificar para la democracia, de maneras sistémicas, reivindicaría la promesa original de las redes sociales.
Desafortunadamente, las compañías de redes sociales tienden a culpar a sus propias comunidades por lo que salió mal. Facebook sigue negándose a colaborar con los investigadores que buscan entender el impacto de las redes sociales en la democracia. Y a diferir la responsabilidad por la verificación de los datos del contenido que disemina.
Las empresas de redes sociales tal vez no estén creando este contenido desagradable, pero ofrecen las plataformas que han permitido que la propaganda informática se convirtiera en una de las herramientas más poderosas que se utilizan actualmente para socavar la democracia. Si queremos que la democracia sobreviva, los gigantes de las redes sociales de hoy tendrán que rediseñarse.
* Samantha Bradshaw es investigadora del Proyecto de Propaganda Informática de la Universidad de Oxford.
Philip N. Howard es profesor de sociología y director del Instituto de Internet de Oxford.
Copyright: Project Syndicate, 2017.
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