Kingdom Hearts III: historia de una dicotomía

Tras 13 años de espera, salió Kingdom Hearts III para Play Station 4 y Xbox. Vacilando entre la magia de Disney y la visión escueta y realista de Square Enix, es el resultado de una reexploración tanto de Mickey como del Squall Lionheart de Final Fantasy VII.

Juliana Vargas / @Jvargasleal
24 de febrero de 2019 - 02:14 a. m.
Kingdom Hearts III es la conclusión de una historia que fue acumulando tanta complejidad como centenares de personajes de Disney.  / Square Enix
Kingdom Hearts III es la conclusión de una historia que fue acumulando tanta complejidad como centenares de personajes de Disney. / Square Enix
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En el universo narrativo inundan las figuras paternas, maternas y los maestros. El Virgilio de Dante, la Marmee de Louisa May Alcott, la Dolly Oblonski de León Tolstói, el Brom de Christopher Paolini, la Molly Weasley de J.K. Rowling, el Gandalf de Tolkien, el Davos Seaworth de George R.R. Martin, la Úrsula Iguarán de Gabriel García Márquez, el Elodin de Patrick Rothfuss. Sin embargo, uno de mis grandes favoritos no está en los libros, sino en los controles: Auron.

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Para quien lo conozca, es uno de los personajes de Final Fantasy X, un videojuego de Square Enix para Play Station 2. Es un monje guerrero, guardián de un sacerdote invocador de bestias mitológicas que actúa como padre sustituto del protagonista del juego, de nosotros. “This is it. This is your story. It all begins here” (Esto es. Esta es tu historia. Todo comienza aquí), solía rezar. “Many stories ended here today. But yours goes on” (Muchas historias terminaron aquí hoy, pero la tuya continúa), nos dijo alguna vez para obligarnos a levantarnos y seguir. “Outside the dream world, life can be harsh, even cruel. But it is life” (Fuera del mundo de ensueño, la vida puede ser dura, incluso cruel. Pero es la vida), concluyó. Y ahí, justo ahí, crecimos.

No por nada sentí un vacío cuando recordé que su voluntad había sido secuestrada, que había sido obligado a pelear contra los mismísimos dioses, que casi lo consumen los pecados. “¿Si él no puede, por qué habría de poder yo?”, me pregunté hace 13 años. Sí, 13 años. Y todo porque Hades lo había condenado. Hades. El de la llama azul. El cómico. El de Disney.

El pasado 29 de enero, después de 13 años de espera, de ansias, de una noche larga, lo primero que vimos de Kingdom Hearts III fue una estatua de Auron en el universo de Hércules. Sin embargo, justo después, la estatua se desmorona y Hades hace una de esas entradas grandilocuentes que solo él sabe hacer. Aquellos trozos de piedra, de alabastros pasados; aquellos ojos inexpresivos a fuerza que ahora desaparecían entre el polvo… Kingdom Hearts III no podía iniciar de una mejor manera.

Como la conclusión de una saga, debía comenzar con la destrucción del maestro. “Ahora estás tú solo”, parece decir Auron. “Esta es tu historia. Hazla tuya. Termínala”. Que terminemos una historia que comenzó hace 17 años cuando Disney y Square Enix decidieron aliarse para crear un videojuego único. Una historia ubicada en un mundo donde los universos de Disney están interconectados y el jugador, manejando un personaje con el diseño característico de Final Fantasy y los pies tan grandes como los de Mickey, se encarga de protegerlos de la oscuridad.

Hace 17 años conocimos a Sora, un chico de sonrisa fácil y corazón inmutable que vivía con sus dos amigos: Rikku y Kairi. Vimos de nuevo a Donald y Goofy, esta vez ayudando a Sora a salvar los universos de Disney de entes sin corazón, conocidos como “Nobodies”, y de sus creaciones, los “Heartless”. Vimos a un Mickey encapuchado protegiendo su reino y fuimos testigos de interacciones disímiles entre Jack Sparrow y Squall Lionheart, de Final Fantasy VIII, o entre la Tifa de Final Fantasy VII y Alicia en el País de las Maravillas.

Con Kingdom Hearts II se empezó a vislumbrar lo más característico de Final Fantasy: su riqueza narrativa. Ya no solo se trataba de jugar con Simba, Winnie the Pooh y Aladdin. También se trataba de desvelar aquello que hay detrás de la felicidad y nostalgia que tan bien conoce Disney. También se trataba de mostrar que Sora era humano, que amaba, que extrañaba, que quería salvar a las personas que eran importantes para él.

No hay que olvidarse de que Square Enix está involucrado. Si a lo largo de los videojuegos de Final Fantasy hemos visto viajes en el tiempo, ciclos interminables de pecado y salvación mediante el sacrificio, personas que son creadas por sueños colectivos y a Shiva conviviendo con Quetzalcóatl, Kingdom Hearts no podía ser la excepción. No es solo que Sora descubra la luz y la oscuridad de su corazón, es también que entre en coma por años, que se dé cuenta de que parte de su corazón reside dentro de un nobody, que hable de duplicaciones y de personas que no son personas ¿Confundidos? Apenas comienza.

“Ahora estás tú solo”, repite Auron. “Esta es tu historia. Hazla tuya. Termínala”, y Kingdom Hearts III es la conclusión de una historia que fue acumulando tanta complejidad como centenares de personajes de Disney. Conjugando la jovialidad de Disney con el sistema de batalla y profundidad emocional de Final Fantasy, Kingdom Hearts III resulta ser un videojuego satisfactorio para aquellos que han estado 17 años sufriendo cada vez que algún personaje de su infancia es poseído por la oscuridad o es despojado, literalmente, de su corazón.

Por una parte, Sora, Donald y Goofy viajan en una nave espacial y visitan a los personajes de Toy Story, Enredados, Big Heroes 6 o Monsters Inc.; por la otra, no hay que olvidar que existe una Organización detrás que busca robar corazones. Por un lado, el jugador puede invocar a Ariel, a Ralph el Demoledor o al Genio; por otro, el antagonista ha implementado un corazón en su cuerpo, cuando tenía tres edades distintas. No solo hay pociones y antídotos, también hay recetas de Ratatouille que recuperan la salud de Sora. Los universos se duplican y multiplican. Elsa vuelve a cantar “Let It Go” (completa). Sora es una persona incompleta. Kingdom Hearts III ya no es simple, no es solo alegría, colores brillantes y héroes de Disney.

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Es asimismo una conclusión enrevesada que, al final, debe terminar con hilos en conflicto, cada uno de los cuales denota una carga para su héroe, denota la forma en que la alegría, la tristeza, la desesperanza y la fe se han fusionado en una amalgama de sentimientos que, al fin y al cabo, podrían traducirse en un corazón.

Kingdom Hearts se convirtió en la historia de una dicotomía. La infancia e inocencia de Disney se entremezcló con una violencia física y psicológica que redefinió el universo fantástico con el que crecimos. Los ataques de Sora, Donald y Goofy se asimilan a las atracciones de los parques de Disney, pero no hay que olvidarse de las cuestiones de vida y muerte con las que tienen que lidiar. Woody, el Maestro Yen Sid y Rapunzel hablan del valor de la amistad, pero los personajes también son complejidades en sí mismos. Las creaciones de Disney y Square Enix fueron opuestas que, al juntarse, crearon algo totalmente nuevo, como si de un Yin y Yang se tratase.

Que las historias enredadas no les hagan perder la voluntad de juego, que un Buzz Lightyear no los asuste. La conclusión de Kingdom Hearts III es suya para ser terminada. Ya no tienen un guía, un padre, un Auron. Ya Sora creció, ya ustedes crecieron. “Esta es su historia”, les recordaría Auron. Hagan de ella lo que quieran, como lo hicieron Disney y Square Enix con esta saga.

Por Juliana Vargas / @Jvargasleal

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