Turismo
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Aruba, donde el sol vive todo el año

Una isla de lujo en la que se puede disfrutar no sólo de las playas más hermosas del mundo, sino también de deportes como el golf y de una amplia oferta gastronómica.

Andrea Forero
18 de noviembre de 2010 - 05:08 p. m.

Dicen que Aruba es una isla privilegiada. Ni siquiera los huracanes que tradicionalmente azotan otros destinos del Caribe se atreven a irrumpir en ella. Al mirarla por primera vez queda en la memoria el contraste de sus coloridas playas con las áridas tierras en donde se pasean iguanas de todos los tamaños, que desaparecen fugazmente entre los cactus y los simbólicos árboles dividivi.

El escenario natural se complementa con el lujo de los mejores hoteles y el servicio en el que se han especializado gran parte de sus 110.000 habitantes, provenientes de más de 94 naciones. El resultado: “Una isla feliz”, se lee por todos rincones. Hasta las placas de los vehículos llevan la frase consignada.

“De verdad somos felices. Tenemos el don del servicio. Mi hijo, por ejemplo, va a estudiar a Holanda, pero él dice que regresa”, cuenta Francis Jacobs, un amable guía turístico de Aruba que en sus ratos libres también es cantante y animador en papiamento, holandés, inglés o español, idiomas que los isleños dominan.

No es para menos, reciben visitantes de todo el mundo. Sin embargo, los estadounidenses representan el 50% del turismo, les siguen los europeos y los suramericanos. Por eso, además del aire holandés, en la isla hay gran influencia americana. La señalización y la publicidad son predominantemente en inglés.

En los hoteles es frecuente ver a los viajeros cargar, además de maletas, palos de golf. Aruba tiene dos campos. Uno de 18 hoyos en el resort Tierra del Sol, otro en el Divi de nueve hoyos y existe un proyecto para construir un campo más de 18 hoyos. ¿Por qué el énfasis en este deporte? Según la agencia de turismo de Aruba: “La gente que juega golf es gente que tiene un estilo de vida especial y quiere lujo”.

En respuesta a ello, desde hace cinco años la isla promueve entre su agenda de eventos un campeonato de golf aficionado, el cual se celebra cada año con el objeto de promover el turismo.

Es difícil no impresionarse con un campo de golf como el del resort Tierra del Sol, diseñado por el arquitecto Robert Trent Jones II, que les permite a los jugadores disfrutar de un paisaje único: mar, desierto, cactus y una brisa constante que convierte la práctica de este deporte en un reto mayor.

Los aficionados no sólo pueden gozar de un buen rato de juego, también tienen la opción de hospedarse en condominios tipo apartamento o en villas de alquiler con la más variada y moderna arquitectura. Hay casas para vivir o para vacaciones. Íngrid Marchena, gerente de ventas de Tierra del Sol, afirma que quienes más compran vivienda son los americanos, algunos para viajar entre siete u ocho veces al año, pero otros que no pueden hacerlo más de dos veces deciden poner sus casas en renta a un precio aproximado de US$475 diarios para cuatro personas adultas y dos niños. No obstante, en el resort hay apartamentos de alquiler a US$300.

Otra alternativa para hospedarse y jugar golf es el Divi Village Golf and Beach Resort. Cuenta con un amplio campo verde abrazado por el mar y un exuberante lago. Pero no está diseñado únicamente para adultos, existe un programa en el cual los niños menores de 17 años tienen alojamiento gratis, lo cual crea un ambiente muy familiar donde se puede ver a los niños jugando en la piscina o en la playa de manera segura.

Un mar de opciones

A más de 28ºC de temperatura, la playa se vuelve la principal tentación. El resplandeciente y cristalino Caribe invita a quedarse a tomar el sol, a jugar en las olas, a caminar sobre la arena siempre fresca o a aprovechar la amplia oferta de diversión acuática: pesca, cruceros, paseos en lancha, buceo y snorkel, esquí acuático, submarino Atlantis y sea trek.

Algunas atracciones no exigen saber nadar o bucear. Por ejemplo, para practicar sea trek sólo hace falta seguir las recomendaciones del instructor, usar un traje de buceo y un casco sea trek (con oxígeno). Lo primero es deslizarse por una escalera hasta que las frías aguas lleguen al cuello. Sólo en ese momento se hace uso del casco porque pesa más de 30 kilos, imperceptibles al entrar completamente al mar. Se supone que la respiración debe ser normal, a medida que se desciende la presión del agua es intimidante, pero con unos cuantos bostezos la situación se hace llevadera. El reto es llegar al fondo del mar y caminar mientras montoneras de peces nadan a los alrededores y un guía toma fotos y hace un video de cada experiencia.

Claro que si lo que desea es pasear por la isla y tomarse un buen par de horas para hacerlo, el catamarán es una excelente opción. La embarcación de espacio descubierto permite una amplia visibilidad de la isla desde todos los puntos. Repentinamente el bote hace tres estaciones para que los viajeros con su equipo de salvavidas y caretas entren al agua, naden y conozcan la riqueza marina de cada lugar. A bordo los planes no son pocos. Para los más rumberos hay música, baile, cocteles, cervezas y whisky. También ofrecen fresca y dulce fruta, almuerzo caliente, hamburguesas y sándwichs.

 

Por Andrea Forero

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