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Australia, tierra de contrastes

Esta gran isla asombra a los visitantes con sus maravillas naturales, gastronomía y cultura. Su historia comenzó hace 50.000 años con la llegada de aborígenes y fue transcurriendo en medio de disputas por los yacimientos de oro y el desarrollo de ciudades como Sídney y Melbourne.

El Espectador
17 de octubre de 2012 - 04:20 p. m.
Australia, tierra de contrastes

Durante la última glaciación cientos de aborígenes provenientes del sureste asiático llegaron a Australia. Se conformaron 300 clanes, que hablaban en más de 250 idiomas y 700 dialectos y vivían de la caza y la recolección de frutos.?

En 1770 el capitán británico James Cook pisó la costa australiana y reclamó el continente como colonia de Gran Bretaña. Por muchos años, a estas tierras lejanas fueron enviados los presos ingleses. Los primeros barcos arribaron en 1788, trayendo consigo 1.500 personas, la mitad condenadas por algún delito y el resto hombres y mujeres ilusionados en comenzar una nueva vida en un territorio que lucía próspero.?

Efectivamente, casi un siglo después se descubrieron los primeros yacimientos de oro. Las disputas por el metal precioso no se hicieron esperar. Al igual que sucedió en países como el nuestro, la ambición se apoderó de colonos y locales. Pero junto con estas peleas también llegaron los grandes inversionistas, quienes contribuyeron al vertiginoso desarrollo de dos de sus principales ciudades: Sídney y Melbourne. Para 1880 ambas se convirtieron en modernas y elegantes urbes, hoy destinos imperdibles del continente australiano. ?

Multicultural ?y a la vanguardia
Aunque queda en uno de los extremos del mundo y para llegar desde el continente americano o europeo hay que realizar un largo viaje, Australia no sólo se ha convertido en un apetecido destino turístico sino también en un lugar deseado por muchos para vivir, pasar la vejez o disfrutar de una temporada estudiando inglés o cursando alguna especialización o maestría.?
Se calcula que actualmente el país es hogar de gente proveniente de más de 200 países, una situación paradójica teniendo en cuenta que para comienzos del siglo XX, después de haber declarado su independencia de Gran Bretaña, Australia proclamó una ley que restringía la migración de personas, principalmente provenientes de Europa.?
Sin embargo, cuando en 1972 ganó el Partido Laborista, bajo el liderazgo de Gough Whitlam, se abrió paso al multiculturalismo (el 20% de los australianos nacieron en el extranjero y el 40% tienen un origen cultural mixto) y se adoptaron medidas que beneficiaron la calidad de vida de la población y convirtieron a esta nación en una de las más atractivas para residir. Por ejemplo, se acabó el servicio militar obligatorio, el sistema de salud se volvió asequible y gratuito para todos los ciudadanos y se facilitó el ingreso y la permanencia de extranjeros. ?
Lo anterior, sumado a la exuberancia y diversidad de los paisajes han hecho de este lugar uno de los más encantadores para vacacionar. De acuerdo con las estadísticas oficiales, cada año llegan más de cinco millones de personas, la mayoría motivadas en hacer turismo de naturaleza y disfrutar de las playas, selvas, desiertos y reservas naturales. ?
De los 21 millones de habitantes que tiene Australia, se calcula que seis millones y medio practican algún deporte. Internacionalmente son famosos sus nadadores y el abierto de tenis, que se realiza cada año en Mel- bourne, atrae más seguidores que cualquier otro evento deportivo. El rugby también hace vibrar a los australianos, sin embargo, últimamente el fútbol (balompié) es el que conquista más corazones. ?
Al igual que sucede en la costa oeste de Estados Unidos, en la mayoría de ciudades australianas es habitual ver por las mañanas y al final de las tardes gente de cuerpos bronceados y esbeltos trotando o caminando por la playa.?
Como más del 80% de la población reside a menos de 50 kilómetros de la costa, la playa es un elemento fundamental del estilo de vida. Los fines de semana es usual que los niños asistan a clases de surf, los asados terminen con un partido de criquet o se disfrute de paseos familiares a playas tranquilas y solitarias, todavía a salvo de las grandes aglomeraciones. ?
En Navidad y Fin de Año más de cuatro mil personas, entre nacionales y extranjeros, se ponen gorros de Papá Noel o guirnaldas de colores para festejar y bailar cerca del mar, admirando los fuegos artificiales. Las playas más famosas son Bondi y Manly, en Sídney; St. Kilda, en Melbourne; Surfers Paradise, en la Costa Dorada de Queensland, Cottesloe en Perth y Glenelg en Adelaida. ?
La rica diversidad cultural se ve reflejada en la gastronomía, que abarca la mayoría de cocinas internacionales y fusiona de manera ingeniosa y exquisita unas cuantas. En cada una de las ciudades se encuentran desde elegantes restaurantes de servilletas de tela, copas de cristal y vajillas artesanales, hasta típicos puestos callejeros con platos autóctonos a bajos precios. ?
No hay que dejar de probar las empanadas asiáticas en los barrios chinos, la comida tailandesa o las fantásticas tapas españolas. Y, por supuesto, los platillos autóctonos de los aborígenes australianos llamados bush tucker. La receta más tradicional es el pastel de carne o las cabanossi, una especie de salchicha parecida al salami. Otros platos comunes son los cocinados de carne de animales como cocodrilos, canguros o búfalos, y aquellos en los que los cangrejos y gambas son protagonistas. ?
Cualquier época del año es buena para visitar este país de ambiente relajado y buen clima, pues constantemente hay fiestas y celebraciones de fechas especiales de las comunidades italianas, chinas, latinoamericanas, españolas y asiáticas. Algunas de las más concurridas son los pequeños carnavales de los brasileños y el desfile del dragón, cuando llega el nuevo año chino. ?
Lo cierto es que esta nación –famosa por sus maravillosas playas, los canguros y koalas y el Teatro de la Ópera de Sídney– no deja de sorprender a quienes la visitan e, incluso, a sus habitantes. Conocerla es emprender un extenso trayecto hacia uno de los extremos del mundo. Se trata de un viaje único que vale la pena realizar por lo menos una vez en la vida.

Por El Espectador

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