Turismo

Curazao: color y esperanza

En sus casi tres millones de kilómetros cuadrados flotan más de una veintena de islas que esconden parajes increíbles, barrios pintorescos y gente pujante que le apuesta a un futuro prometedor.

Mariana Suárez Rueda
03 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.
Curazao: color y esperanza

Cada año viajan al Caribe cerca de 45 millones de personas atraídas por los azules de sus aguas y la blancura de la arena. Es tal vez una de las regiones del mundo con mayor afluencia de turistas y, paradójicamente, a donde el progreso ha llegado más tarde.

A finales del siglo XV los habitantes de estas tierras vírgenes, privilegiadas por la naturaleza, tuvieron los primeros contactos con los europeos. El navegante italiano Américo Vespucio contó alguna vez que se referían a ellos como los charaibi, que quiere decir hombres sabios. Y tal vez en realidad sí lo fueron al decidir quedarse en estos pequeños territorios que, a pesar de contagiarse del estilo del Viejo Continente, no perdieron jamás la esencia de su espíritu.

Eso es justamente lo que llama la atención de islas como Curazao, en donde predominan el orden y la libertad que caracteriza a los Países Bajos (en 2009 la mayoría de la población aprobó un referendo a favor de convertirse en una nación independiente), pero mezclados con la alegría y el desparpajo de quienes crecen junto al mar.

Aunque la lengua oficial es el papiamento, es obligación aprender desde el colegio el inglés y el español, además, por supuesto, del holandés. Estaba claro que su supervivencia y progreso dependerían del turismo y no podían arriesgarse a dejar de recibir viajeros por cuenta del idioma. La moneda oficial es el florín, sin embargo, en todas partes se reciben dólares americanos.

Curazao está a la misma altura de La Guajira y resulta fascinante comprobar que su vegetación es similar. Cactus, desierto, arbustos que sobreviven al calor, bolsas plásticas enredadas en las piedras y hasta chivos se encuentran cuando se recorre en carro, porque, al igual que en Jamaica, República Dominicana, Barbados y Turcos y Caicos, el sistema de transporte público no funciona muy bien y resulta más práctico e incluso económico (un trayecto en taxi no se consigue por menos de US$40) alquilar un vehículo para movilizarse.

Lo importante es estar preparado para guiarse utilizando un mapa convencional, como en los viejos tiempos, no por GPS.

Al igual que en la mayoría de islas del Caribe, a excepción de Cuba, el desarrollo comienza a hacerse evidente. Restaurantes, imponentes resorts, almacenes, supermercados y cadenas de comida rápida americana recuerdan que el capitalismo se extendió por todas partes. Pero en Curazao están además las refinerías en donde hoy en día se procesa casi el 80% del petróleo de Venezuela, cuya costa occidental se encuentra a tan sólo 50 kilómetros de distancia.

Ver esas torres gigantescas que soplan fuego, junto a las pequeñas casas de colores de un piso y el mar como telón de fondo es extraño, pero a la vez maravilloso. Como lo es comprobar que los cruceros ingresan hasta el centro gracias a un puente que se abre para darles paso a ellos y a los cientos de pasajeros que se bajan a comprar en esta zona libre de impuestos, en donde los perfumes son un poco más económicos, pero la ropa y los zapatos traídos desde Estados Unidos o Europa algo costosos.

Por esta época, y desde 2010, los visitantes de Curazao se duplican por cuenta del North Sea Jazz Festival, un evento que ha reunido en un fin de semana a grandes de la música como Santana, Stevie Wonder, Simply Red, Prince y Diana Ross. Al ritmo de sus canciones y de las interpretaciones de extraordinarios representantes de la salsa, como Rubén Blades y Marc Anthony, además de maestros del jazz y de nuevos talentos, la isla vibra y el fin de semana que acaba de pasar no fue la excepción.

Por lo menos 10.000 personas asistieron entre viernes y sábado a este evento musical que nació en Holanda en 1976 y que hace tres años llegó a las playas de Curazao para deleitar a sus habitantes y conquistar nuevos visitantes. Holandeses, venezolanos y melómanos de Surinam integraban la mayoría del público, aunque en esta edición el número de colombianos fue mayor pues la isla y su festival comienzan a estar en el radar de nuestros viajeros.

Al amanecer, el silencio reinó nuevamente en el mar y las apacibles playas volvieron a robarse el protagonismo. Es inevitable. A pesar de los museos, de los vestigios arqueológicos de sus antecesores, de los recorridos guiados por cascadas, de los parques y miradores que en destinos como Jamaica tienen cada vez más acogida, de las plantaciones de tabaco que embellecen Cuba, las iglesias de Santo Domingo, el fuerte de Puerto Rico o la vegetación boscosa de Santa Lucía, quienes viajan a cualquiera de las paradisiacas islas caribeñas lo hacen para desconectarse de alguna forma de la rutina y sumergirse en su ambiente cálido y distendido, en donde el tiempo transcurre despacio.

Conscientes de que el turismo es la fuerza que seguirá impulsando su desarrollo, los habitantes del Caribe han concentrado sus esfuerzos en hacer que los extranjeros se enamoren de sus tierras. Y hasta ahora lo han logrado con éxito entre europeos y americanos, que las escogen para refugiarse del frío del invierno y recargarse de energía en medio de palmeras. De un tiempo para acá la gran apuesta es América Latina, en donde tan sólo el mercado aeronáutico ha venido creciendo 10%, mientras en el resto del mundo se mantiene en 4%.

Con la espontaneidad de su gente, el sabor de su comida, la pureza de las playas, las facilidades para pagar en dólares sin necesidad de cambiar a la moneda local, los bajos precios en el alquiler de los carros o las scooters y la apertura de nuevas rutas directas o con escalas cortas, esta región de azules promete conquistar a los latinos, que aunque también gozan de costas extraordinarias, no pueden perderse de disfrutar la magia del Caribe.

msuarez@elespectador.com

@MarySua

Por Mariana Suárez Rueda

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