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De fiesta hasta el fin

La oscuridad envuelve a la ancestral Tokio y con este llamado sus altos edificios se vacían en cuestión de segundos. La rumba comienza con una exquisita cena. Luego sigue la música que retumba hasta el amanecer.

El Espectador
17 de octubre de 2012 - 04:20 p. m.
Luces de neón y una multitud de letreros de avisos encendidos visten las calles de la vertiginosa Tokio.
Luces de neón y una multitud de letreros de avisos encendidos visten las calles de la vertiginosa Tokio.

El centro económico y político de Japón descansa con el ocaso que se viene y cierra sus universidades de primer nivel, sus financieras que controlan el capital económico, sus corporaciones imponentes de empleados sacrificados hasta la abyección. Tokio se prepara para pasar la página y sus ciudadanos se transforman para vivirlo, como tratándose de una obra de teatro: distinguiendo claramente el día de la noche, el trabajo de la fiesta, lo normal de lo absurdo.?

Ir de rumba en Tokio significa asistir a un espectáculo viviente. La ciudad enciende sus luces y se siente vibrar, creando así la realidad de poder caminar por sus calles sin prevención, observando los restaurantes exóticos, los jóvenes de todas las subculturas urbanas desfilando con atuendos vanguardistas e invitando a retratar lo desconocido. ?

Se acostumbra que para vivir la fiesta tokiota a fondo (probablemente, también para sobrevivirla) hay que ir a cenar antes: actividad nada despreciable, teniendo a la mano una de las gastronomías más exitosas en el mundo. Sushi, sashimi, shabu-shabu, sukiyaki y otros platos exquisitos están a la vuelta de la esquina y darán al traste (para el turista) con las acostumbradas comidas rápidas que se devoran en Occidente. ?

Después de llenar el estómago viene la rumba. Y es mejor dejar un poco de hígado disponible para ella. Uno puede caminar por Roppongi Hills y darse cuenta de que en los niveles superiores de los edificios hay discotecas escondidas, con la música y la capacidad a reventar. Allí está Velfarre, la segunda más grande de la ciudad, que da la bienvenida los fines de semana a 1.500 personas, llevando todo al límite de la exageración. Su bola de cristal, sus salas inmensas, sus cabinas para albergar a prestigiosos DJ que distribuyen la música para todos los gustos. House, techno y salsa, entre otros, sonarán duro y parejo.?

Están los imperdibles, por supuesto. El mejor ejemplo para los turistas es Gas Panic Club 99, por sus bebidas baratas, su buen recibimiento a los extranjeros y su música hip-hop. En esta misma zona hay otras opciones como Lexington Queen, con sus modelos y celebridades oyendo éxitos japoneses propios de la escena o el Club Vainilla, donde 5.000 almas estarán vibrando bajo el mismo pulso. ?

Pasemos al plato fuerte. El que ha sido considerado, durante años, como el mejor club nocturno de la Tierra. Se trata de Yelow, que recibe a los DJ de todas partes, quienes se pelean para reproducir su música a 500 personas. ?

No hay que preocuparse por el transporte. Están los taxis, que son un poco costosos, o el tren, que realiza el último recorrido cerca de la medianoche. También la opción de hospedarse unas horas en un “hotel cápsula” o esperar frenéticamente la reapertura del sistema de transporte, hasta las 5:30 de la mañana, mientras la fiesta y el licor traspasan los cuerpos. ?

Después del desenfreno viene el amanecer de Oriente. Tokio se viste (o disfraza, da igual) para darle la bienvenida a un nuevo día de productividad, esperando para escribir el siguiente capítulo.

Por El Espectador

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