Turismo
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Ecuador en tres planos

Un recorrido por tierra desde las montañas nevadas que circundan Quito hasta las playas de la Isla de la Plata.

Alfredo Molano Jimeno
20 de noviembre de 2012 - 08:44 p. m.
El nevado del Antisana, con 5.758 metros sobre el nivel del mar, es el santuario de los cóndores en Ecuador. Sólo se despeja dos semanas al año.
El nevado del Antisana, con 5.758 metros sobre el nivel del mar, es el santuario de los cóndores en Ecuador. Sólo se despeja dos semanas al año.

Ecuador, a pesar de ser uno de los países más pequeños de Sur América, tiene una enorme riqueza paisajística y natural. En 283.561 km² los viajeros podrán encontrar desde la majestuosidad de los volcanes nevados y las selvas amazónicas, hasta playas doradas enclavadas en el Pacífico. Su riqueza cultural, gastronómica y natural se ve cruzada por esta diversidad de parajes. Es decir, el Ecuador es un pequeño país con una sorprendente grandeza.

El Espectador tuvo la oportunidad de recorrer una gran parte del vecino país gracias a una invitación de su Ministerio de Turismo, que nos ofreció un completo viaje por tierra, saliendo de Quito hasta llegar a Guayaquil. Siete días que, de pueblo en pueblo, nos permitieron reconocer la grandeza de sus tierras y la generosidad de su gente.

Apenas se baja uno del avión en Quito, lo primero que ve son las poderosas montañas que custodian la capital de Ecuador. Es una ciudad colonial, pequeña, de calles viejas y esquinas sabias. Tiene 57 kilómetros de largo y tan sólo 3 de ancho, y en ella habitan más de 2’200.000 personas. Como en todas las ciudades producto de la colonización española, la plaza principal es el centro del poder. Allí se encuentran los poderes constitutivos del Estado: el palacio de gobierno, el episcopado y el palacio municipal. En el centro de la plaza se levanta un monumento a la libertad. El aire de ciudad pequeña se evidencia en la imagen de los viejos conversando sentados en las sillas que rodean la plaza, los niños corren por todos lados y los desfiles de colegio convergen en un mismo punto.

Es una ciudad tranquila, acompasada por la suavidad con que hablan los quiteños, en un acento dulce que deja entrever la generosidad con que reciben al visitante. Del centro histórico sobresale la Calle de la Ronda, un pasaje empedrado que desde los tiempos de la colonia marca el límite entre lo legal y lo prohibido: entre la ciudad española, de ricos palacios en piedra, y el pueblo de indios. Desde aquellos tiempos, los españoles y los quiteños acudían allí para acceder a lo prohibido, al licor y la aventura. Esa tradición hizo de la Calle de la Ronda un lugar bohemio por excelencia, donde se compusieron los más bellos pasillos que dibujan la poesía ecuatoriana.

Ecuador es un país construido sobre un circuito de volcanes nevados. Son más de 80, entre los que se destaca el más alto y activo del mundo, pero el nevado del Cotopaxi es, sin duda, el más representativo para los ecuatorianos, a pesar de ser el segundo en altura. Tiene 5.897 metros y se sitúa al sur de Quito. Cotopaxi significa “cuello de luna” en quechua. La vegetación es seca, a pesar de ser una zona paramosa. Pero en ese lugar que parece un desierto de arbustos pequeños y picosos nacen flores de colores vivos. Una manada de caballos salvajes se pasea libremente por la ladera del volcán. El frío ha hecho de sus pelajes una especie de lana. Se percatan de la presencia humana y empiezan a correr hasta perderse en la niebla, que se traga todo el aire de la ladera, escondiendo la cumbre nevada.

Más hacia el sur, nos encontramos con la provincia de Napo. Una cadena de pueblos incrustados en los páramos y que se extienden hasta la puerta de la Amazonia. Es una zona paradisiaca para el avistamiento de aves. Ecuador es el país más rico en especies de colibríes, con más de 135, y uno de los más biodiversos por kilómetro cuadrado. En las cabañas de San Isidro, situadas en un bosque de niebla del municipio de Cosanga, se puede encontrar una amplia variedad de especies. El llamado del gallito de roca enciende la alarma de un nuevo día.

La cultura indígena ecuatoriana se extiende a lo largo de la carretera 9 de Octubre. Ésta lleva el rastro de los ancestros aborígenes, una cultura que ha perdurado y que se trasluce en las tradiciones locales, en las vestimentas y las preparaciones de comidas. La tradición artesanal es una de sus características. Las mantas de lana y alpaca, las maderas talladas con figuras animales o humanas, los collares de plata y piedras preciosas. Todo labrado por la mano indígena, que nunca olvidó la precisión del pulso. Entonces aparece el poblado de Otavalo, donde todos los sábados se realiza la Feria Indígena, el segundo mercado más grande de Suramérica. Una feria colorida donde tradicionalmente comunidades indígenas y campesinas comercializan sus productos: tejidos, artesanías y metales trabajados a la manera antigua.

Quizá el paraje más famoso del Ecuador es la isla Galápagos, extraño lugar donde se encuentran animales tan raros como las tortugas que le dieron el nombre, una especie marina, gigante y longeva. Pero sus costas son mucho más que eso. Con rumbo al este, están Montañita, Puerto lópez, Esmeraldas, Bahía de Caráquez, Monte Cristi, Salinas, Manta y finalmente Guayaquil.

Allí se extienden una serie de pueblos costeros, ubicados en la provincia de Manabi. El paisaje y la cultura se transforman radicalmente: las playas y el mar azulado y cristalino, las exóticas aves y las tortugas marinas, la pesca artesanal y el olor a sal. La soltura y alegría de la gente costeña se evidencia en su acento y su gastronomía.

El viaje termina en Guayaquil, una ciudad puerto anclada al río Guayas. Una ciudad enorme, la más populosa del Ecuador, con su centro colorido y una brisa de mar que viene de muy lejos. Así es el Ecuador, un país en el que en pocos kilómetros se puede encontrar la riqueza de montañas, selvas y playas. Una nación pequeña pero enorme.

Por Alfredo Molano Jimeno

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