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El primer Festival Iberoamericano de Teatro sin Fanny

Asumir el principal legado de Fanny Mikey no era tarea fácil, pero su amiga y escudera demostró que este evento seguirá haciendo historia en el país y en el mundo.

Ana Marta de Pizarro* / Especial para El Espectador
26 de diciembre de 2010 - 01:42 a. m.

Asumir la dirección del Festival Iberoamericano de Teatro tras muchos años de estar al lado de Fanny Mikey como su escudera, significó para mí más que un reto, un compromiso. Un compromiso de vida y del alma. Motivada por mi larga vinculación con el Festival y por la entrañable amistad que durante muchos años mantuve con Fanny, me sentí, no sólo con la capacidad sino en la obligación de postular mi nombre a la dirección de éste y desde este puesto garantizar que el legado de Fanny permaneciera y que esta edición, la número XII, fuera un homenaje a ella, a la pelirroja, que fue y sigue siendo nuestra inspiración.

Tras la decisión de la Junta Directiva del Festival de nombrarme como su directora, mi primera tarea fue acercar a una serie de amigos y personas vinculadas con el Festival en épocas anteriores, con quienes empezamos a hacer un plan de trabajo adaptado al escaso tiempo con el que contábamos y a pensar sobre cuál sería la mejor manera de hacer un Festival acorde con lo que Fanny siempre quiso que éste fuera y que a su vez sirviera para honrar su presencia, que aunque suene raro lo que voy a decir, esta vez, se sintió más viva que nunca.

En este orden de ideas una de las primeras decisiones fue darle vía libre a una propuesta de Carlos Duque en torno a escoger la imagen del XII Festival a partir de una convocatoria pública. Es bueno aclarar que esta idea había sido estudiada y aprobada por Fanny y entonces, dadas la circunstancias de su fallecimiento, decidimos abrir la convocatoria con dos requisitos básicos: ser una alegoría a Fanny y tener los colores de la bandera de Bogotá. De este concurso, en el que se recibieron más de 14.000 propuestas, surgió la imagen con la que desde agosto del año pasado identificamos al Festival 2010, y que se vio en afiches, vallas, camisetas y por primera vez en animaciones para internet y televisión.

Con el equipo armado y con todos los departamentos funcionando, aparte de las labores normales que conlleva el Festival, como son los viajes en busca de las obras internacionales, la designación del invitado de honor, la realización y escogencia de obras nacionales, el concurso de obras para ser coproducidas por el Festival, la selección de orquestas, bandas y grupos los cuales se realizó la programación musical, entre otras, además del tradicional acto de lanzamiento y la inacabable tarea de consecución de recursos, nuevos retos llegaron y con ellos nuevas satisfacciones. En este punto quiero destacar lo ocurrido con el departamento de Eventos Especiales, que para esta ocasión cambió su nombre por el de Escuela del Festival y que en  esta vez logró vincular a comunidades más allá de la esfera teatral, trayendo 170 maestros de distintas regiones del país, casi todos profesores de arte en escuelas oficiales, a quienes se les brindó capacitación en distintas áreas, en algunos casos como ocurrió con los talleres de dramaturgia, gracias a un convenio con la maestría en escrituras creativas de la Universidad Nacional.

También desde la Escuela del Festival y en colaboración con el Cinep se llevó a cabo el Programa de Bandas Emergentes, en el que jóvenes provenientes de barrios caracterizados por la pobreza y la inseguridad, pertenecientes a bandas musicales de diversos géneros, recibieron talleres en composición, marketing, producción musical, y dieron a conocer su trabajo, siempre ubicado en la marginalidad, en dos tortazos (toques en La Media Torta) que estuvieron enmarcados dentro de nuestra programación. Estos, así como las iniciativas de los Jóvenes Conviven por Bogotá, nos permitieron desarrollar con el Festival no sólo una labor de entretenimiento masivo, sino atender nuestra responsabilidad social, lo que nos valió el reconocimiento de la Unicef.

Otros desafíos importantes de este festival fueron la realización de un documental sobre la vida de Fanny, para lo que contamos con el mejor recurso, el talento y el amor de su hijo Daniel y de todos sus compañeros de Área Visual, de cuyo resultado hoy podemos sentirnos muy orgullosos, pues este hermoso trabajo no sólo logró la aceptación de nuestro público, sino el reconocimiento con el Premio Simón Bolívar. El otro desafío al que quiero referirme fue la instalación de Ciudad Teatro en las instalaciones de Compensar, experiencia de la que salimos con un aliado fantástico para futuras programaciones y con nuevos espectadores a quienes cautivamos, por decirlo así, en su propia casa.

Sólo me restaría por decir que de la experiencia de haber dirigido el primer Festival Iberoamericano de Teatro sin Fanny me queda el cariño y la confianza de las compañías internacionales, que no vacilaron en responder a nuestro llamado, el aprecio de la gente de teatro en Colombia que ve al Festival como un espacio que les pertenece, el amor y la entrega de todo el equipo de trabajo y la confianza y el calor de un público que asistió masivamente a todos nuestros espectáculos, que compró las boletas sin conocer de antemano lo que iba a ver y que en plazas, teatros y carpas no se cansó de corear “Fanny, Fanny, Fanny”, demostrando que este sigue siendo un acto de fe en Colombia.

 * Directora del Festival Iberoamericano de Teatro

La Escuela del Festival en esta ocasión logró vincular a comunidades más allá de la esfera teatral, trayendo 170 maestros de distintas regiones del país, casi todos profesores de arte en escuelas oficiales, a quienes se les brindó capacitación en distintas áreas.

Por Ana Marta de Pizarro* / Especial para El Espectador

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