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Luego de varias paradas por Paraná, en lo que fue la primera entrega de este viaje por Brasil, este destino cumple aquello de “lo mejor para el final”. De entrada, y con honestidad, contemplar las cataratas de Iguazú se podría tachar como la mejor experiencia de la vida. Ya sea una o tantas veces, las cataratas de Iguassu (como se escribe en guaraní) es un destino que uno debe buscar y permitirse. Fin, aquí hay que venir por lo menos una vez en la vida. El cómo llegar, ya lo veremos.
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La forma sencilla es buscar un vuelo directo desde São Paulo o Río de Janeiro, que está desde $1’500.000 hasta $2’000.000. Hacerlo en avión toma una hora y 45 minutos, por tierra implica hasta veinte horas de trayecto, eso sí, disfrutará de lo mejor del estado de Paraná.
Iguazú es el segundo destino más concurrido por turistas extranjeros en Brasil por detrás de Río y su historia es tan fascinante como enigmática. Con la inundación de las cataratas del Guiara, un salto que por años fue incluso para algunos mucho mejor y más espectacular que las de Iguazú, pero fueron inundadas para darle espacio a la represa de Itaipú, en 1982. Esta represa hoy brinda energía a Paraguay y Brasil, siendo para el primero una de sus principales fuentes de economía.
Volviendo al trayecto, al llegar a Foz de Iguazu, nombre de la ciudad, son múltiples las ofertas hoteleras, aunque por ser un destino mundial, el valor de una noche sí está por encima de lo que se acostumbra a pagar, son amplias las ofertas de hoteles de grandes cadenas con varias estrellas en su haber.
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Llegar a la ciudad es mantener la expectativa de llegar por algo único. Es algo que se siente. Se vive al conversar. Todos los turistas están expectantes por las cataratas, aunque es lógico, pues millones de personas cruzan el mundo por este espectáculo. Existen buses, transportes privados, vans... son múltiples las formas de llegar. Eso sí, por el lado de Brasil, que fue por donde se vivió esta experiencia, todos los transportes, al llegar al comienzo de la ruta para ir a pie, lo primero que se encuentran es una vista general del lado argentino de Iguazú, una imagen que queda en la memoria.
Iguazú tiene el sexto mayor flujo anual promedio de todas las cataratas del mundo, después del Niágara, que es la número cinco, con una tasa promedio de 1,746 m³/s. El caudal máximo registrado en Iguazú fue de 45.700 m³/s, el 9 de junio de 2014, según datos entregados por la Fundación Aquae.
Volvamos al instante en que nuestra vista se deslumbra por primera vez. El sonido del agua, el viento, el olor, la caída imponente de agua, todo, todo impresiona. A veces nuestros sentidos, y el cerebro, creen que es posible imaginar escenarios que sean suficientes y capaces para concebir el mundo tal como es. Cualquier mínima apreciación de la naturaleza se queda corta al estar en frente de una maravilla del mundo. Para ser más preciso, una de las siete maravillas de la naturaleza. Fue en 2011 cuando declararon las cataratas de Iguazú como una de las Siete Maravillas Naturales del Mundo, sumando a Iguazú al Amazonas, la bahía de Ha Long (Vietnam), el río Subterráneo de Puerto Princesa (Filipinas), la Isla de Jeju (Corea del Sur), la montaña de la Mesa (Sudáfrica) y el Parque Nacional de Komodo (Indonesia).
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El recorrido por las cataratas es un sendero que descansa en la montaña. Todo a mano derecha es un espectáculo visual. Caminar por acá es disfrutar cada espacio para una foto, para cerrar los ojos y sentir las pequeñas partículas de agua que flotan por doquier. El río Paraná es el encargado de que su caudal atraiga a más de un millón de visitantes anuales.
Es común decir que ante la inmensidad de la naturaleza somos seres mínimos, minúsculos, casi nada. Pero Iguazú es diferente. Es una reconexión con las pasiones, una reconciliación con la vida y sus andares, que a ratos pueden ser injustos. Una muestra de que el mundo, por más estropeado que esté, nos entrega parte de su naturaleza.
Caminar los 3,2 kilómetros suele durar 55 minutos; sin embargo, salvo por un gran número de turistas, cualquier visitante puede durar el tiempo que desee. Desde el lado de Brasil, casi al final del recorrido, hay una salida donde se puede acercar a una de las caída de agua. Es sentir que debajo de nuestro pies el agua y todo fluye y sentimos que somos mínimos en este planeta.
Recorrer el sendero Macuco es una experiencia inigualable y otra forma de disfrutar Iguazú. Es un recorrido en lancha con el que se logra ingresar a las cataratas para sentir cómo el agua cae encima de uno. Es abrumador, pero increíble. Al hacer Macuco hay que saber que es mojarse por completo, obvio, hay que tener precauciones y no llevar dispositivos ni documentos, para que no se dañen. Pero tranquilos, al pagar la experiencia, que está sobre los 200 reales, se aseguran fotos y videos de todo el recorrido.
Agradecimiento es lo que despiertan las cataratas. Sentir paz en cada fibra del cuerpo y en lo más adentro del alma, hoy por hoy, es casi un tesoro. No se sabe si son los litros de agua que caen por segundo, el atronador sonido de sus aguas, la fragilidad de los cuerpos en movimiento ante el viento cuando se camina por la cornisa de sus aguas, pero estar ahí, por los segundos que sea, es sentir la plenitud.
Es válido viajar por escape. Es válido viajar como último recurso. Es válido un viaje porque sí. Es válido ser humano y errar. Y es válido también someterse a un reinicio y darse una nueva oportunidad. Ojalá que alguno de los pasos que den por la vida los lleven a Iguazú, porque una maravilla como esta se queda para siempre.
*Invitación de: EMBRATUR.