Turismo

Toronto a 356 metros de altura

Así se vive una de las caminatas más atrevidas y emocionantes del continente, mientras la ciudad canadiense se deja ver con otros ojos. El Acuario Ripley, el Lago Ontario y el castillo Casa Loma colorean el paisaje.

Esteban Dávila Náder *Toronto
25 de enero de 2017 - 04:12 a. m.
Personas en condición de discapacidad también pueden disfrutar del EdgeWalk, gracias a una silla de ruedas diseñada para esta actividad.   / Oficina de Turismo de Toronto
Personas en condición de discapacidad también pueden disfrutar del EdgeWalk, gracias a una silla de ruedas diseñada para esta actividad. / Oficina de Turismo de Toronto

Estaba a 356 metros de altura cuando pude darle el primer vistazo a Toronto. Aunque la plataforma es segura y los dos cables que me sostenían, amarrados a un riel de acero tan grueso como un roble, soportan siete toneladas, me sentía tan maravillado como asustado. No llevaba 24 horas en la ciudad y ya se había convertido en una de mis favoritas.

EdgeWalk, que literalmente significa caminata sobre el borde, es el nombre de la actividad en la que me encontraba. Se realiza al aire libre, en el techo de la plataforma de observación de la CN Tower, el atractivo más alto y representativo de la capital de la provincia de Ontario, Canadá. Antes de desafiar los nervios debimos asistir a una intensa charla de seguridad, con prueba de alcoholemia y detector de metales incluidos.

Al terminar apareció nuestra guía: Katie o Peppers, como prefiere que la llamen. Es joven, esbelta, de cabello rojizo y muy alegre. Mientras terminábamos de prepararnos para la emocionante experiencia, me contó que lo único que se necesita para trabajar allá arriba es perder el miedo y tener la capacidad de transmitirles seguridad a quienes están a punto de subir y a los que se asustan al salir a la cornisa. El manejo de las cuerdas y cómo sortear cualquier emergencia se aprenden durante la capacitación.

El ascenso hasta el punto de partida duró un minuto exacto. Oímos una última charla y revisaron nuevamente todos los equipos. La puerta se abrió. Afuera esperaba el Lago Ontario, uno de los más extensos del continente, que perfectamente puede confundirse con el océano, pues incluso desde esa altura es imposible ver dónde termina.

En medio de un paisaje extraordinario, las piernas no dejaban de temblar. Es imposible decir si era por el frío que llegaba del norte o por el instinto de supervivencia que parecía jalarlas para ponerlas a salvo en el primer piso. Esto, definitivamente, no es para cardiacos.

Habría pasado los 20 minutos de esta experiencia mirando el lago que –gracias a los recorridos de una hora que parten desde el muelle Harbourfront, a pocos pasos de la torre y ofrecen una vista diferente de la ciudad–, de no ser por Peppers, que se balanceaba sobre el precipicio con una sola pierna.

Esa acrobacia era su manera de invitarnos a la primera actividad de la caminata: Toes over Toronto, que consiste en asomar los dedos de los pies por el borde del abismo y mirar hacia abajo. Hacerlo gritando para saludar a la ciudad es la forma de perderles el miedo a las alturas. Desde allí los carros se ven más pequeños que las hormigas y cuentan que los peatones levantan la mirada con asombro ante la proeza que cada hora repite un grupo diferente de valientes, todos vestidos con los mismos trajes naranja.

El recorrido continúa mientras la adrenalina comienza a apoderarse del cuerpo. Cada vez hay menos miedo, o al menos eso creíamos. De repente se asoman dos siluetas de tiburón que adornan el techo del Acuario Ripley, famoso por su exhibición de la Laguna Peligrosa, en la que los visitantes caminan bajo un gran estanque lleno de mantarrayas, peces sierra y, por supuesto, tiburones. Para entrar se pagan hasta 30 dólares canadienses (un dólar canadiense son $2.213) para tener acceso a otras exposiciones, como la de los peces de coral y las medusas.

Ahora debemos enfrentarnos al segundo reto: darle la espalda a la ciudad y sentarnos hasta que los cables, y los nervios, se tensionen, para luego caminar hacia el abismo. Aunque no es obligatorio participar, algo en el fondo del estómago impide decirle no a una oportunidad única. Al llegar al borde hay que estirar las piernas hasta quedar inclinado, prácticamente acostado, sobre Toronto.

Esta hazaña no sería posible sin el apoyo de la guía, que con voz firme nos anima, mientras vigila cuidadosamente cada paso que se da hacia el vacío. Hay que admitir que después de esta prueba, cualquier otro desafío parece un juego de niños.

Justo frente al primer cuarto de la circunferencia se encuentra Union Station, la principal estación ferroviaria de la ciudad. A pesar de que en Toronto es posible llegar a todas las atracciones caminando, el sistema de transporte (bus, tranvía y metro) es una experiencia por sí misma. Para usarlo es recomendable comprar un Day Pass en el aeropuerto o en los puntos de atención al turista. Cuesta 12 dólares canadienses e incluye su uso ilimitado para dos personas, desde que sale el sol hasta las cinco de la mañana del día siguiente.

Lo que sigue es disfrutar la vista. Cuando se llega a la mitad de la circunferencia, mientras comienza la sesión de fotos, es posible observar Toronto en todo su esplendor. Ante los ojos que se atreven a llegar tan alto se dibuja un mundo de calles llenas de cosas por hacer: Yonge Street, considerada la más larga del mundo y un buen lugar para salir a comer porque tiene restaurantes de todas partes del planeta; King Street y su animada vida nocturna, y el histórico Distillery District, perfecto para quienes van de compras o en busca de planes culturales.

Llama la atención la cantidad de edificios, que desde esta altura parecen piezas de lego. Lo interesante es que por ley, cada empresa debe aportar por cada edificio construido el 1 % de sus ganancias a las iniciativas de arte público de Toronto. Esto ha convertido a la capital de Ontario en un museo al aire libre, repleto de esculturas de distintas formas, tamaños y significados.

La vista se extiende hasta el final de la ciudad, sólo interrumpida por Casa Loma, uno de los pocos castillos del continente. Fue construido en 1914 por el multimillonario Henry Mill, quien al no poder cubrir los altos gastos de mantenimiento tuvo que entregarlo a la ciudad en 1933. Desde entonces ha funcionado como museo, escenario para matrimonios y locación de diferentes películas: X-Men, Scott Pilgrim, Cocktail y Crimsom Peak.

Lo mejor de Toronto, sin embargo, no son sus atracciones, ni sus restaurantes. De hecho, es lo único que no se puede distinguir desde la cima de la torre: la gente. La ciudad es una de las más diversas del mundo. El 51 % de sus dos millones de habitantes nacieron en otro país, así que no es raro caminar entre filipinos, ucranianos, hindúes, palestinos, israelíes y latinos. Y es fascinante que no se sientan las diferencias entre el color de piel, la procedencia o el credo.

Los 250 dólares canadienses que cuesta esta caminata en las alturas incluyen dos fotos, un video y el reingreso a la CN Tower, donde se pueden conocer sus 44 años de historia, así como volver a ver Toronto desde una plataforma de observación de cristal. Sin embargo, al bajar lo único que el cuerpo pide es algo para asimilar todo lo que acaba de pasar. Por suerte, al frente está Steam Whistle, una destilería de cerveza artesanal.

*Invitación de Air Canada y la Oficina de Turismo de Toronto.

Por Esteban Dávila Náder *Toronto

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