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Turismo 2026: la tendencia puede ser Colombia

El país comenzará 2026 con señales de desaceleración turística, pero con una ventaja clara: el mundo busca exactamente lo que el país ofrece. La oportunidad dependerá de no perder el foco ni la visibilidad en un año político.

Gilberto Salcedo Ribero*

31 de diciembre de 2025 - 12:01 p. m.
En Cerro Azul, Guaviare, se pueden ver pinturas de más de doce mil años de antigüedad. Este es un destino de paz en Colombia.
Foto: María Alejandra Castaño
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Colombia arrancará 2026 con un turismo que respira en dos direcciones al mismo tiempo. Por un lado, el sector llega con una desaceleración evidente: el viaje interno perdió dinamismo y aún no recupera los niveles de antes de la pandemia; el colombiano residente en el exterior —un segmento que sostiene temporadas enteras— vino menos de lo esperado, y mercados claves como Estados Unidos se movieron con menor tracción. No es una caída abrupta, pero sí un llamado de atención. En turismo nada avanza por inercia: lo que no se cuida, se enfría.

A esa realidad se suma un hecho irrebatible: 2026 será un año cargado de distracciones políticas. Habrá elecciones, transición de gobierno, reacomodos institucionales y un clima que fácilmente puede sacar al turismo de la conversación pública. El problema es que los viajeros no esperan a que un país se organice. Si un destino pierde presencia, lo reemplazan. Así de simple.

Y aun con este enfriamiento, 2026 deja una ventana particular: las tendencias globales del viaje se están moviendo hacia aquello que Colombia tiene en abundancia. Bienestar auténtico, naturaleza con sentido, cultura viva y experiencias bien hechas y memorables. El mundo está buscando lo que Colombia puede ofrecer. La pregunta es si tendremos la constancia —y la orientación estratégica— para convertir esa coincidencia en ventaja.

En muchas conversaciones del sector se repite la misma idea: el viajero de 2026 será más consciente y más selectivo. Quiere descansar de verdad, conectarse con lo local, vivir experiencias con propósito y sentir que la tecnología le quita complejidad a la decisión. En ese punto la inteligencia artificial (IA) ya no es un experimento, es un filtro. Define qué destinos aparecen, cuáles se recomiendan y qué experiencias se vuelven visibles. En 2026, por primera vez, esa capa tecnológica incidirá de forma masiva en los flujos turísticos.

Para Colombia esto implica una tarea concreta: ordenar la oferta, narrarla con precisión y hacerla entendible tanto para humanos como para algoritmos. También cambió —de manera silenciosa— la forma como se busca y se reserva. Hoy los viajes nacen en un buscador, en una recomendación apoyada por IA, en una reseña o en un video corto en redes sociales. La reputación digital, la claridad de la oferta y la consistencia de la información dejaron de ser detalles técnicos, ya son parte del producto. En turismo, la ausencia se paga cara. Con IA o sin IA la regla es la misma: si un destino se ausenta, otro ocupa su lugar. Y hoy los algoritmos aceleran ese reemplazo.

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Foto: Gilberto Salcedo Ribero. / Cortesía

Ahí aparece una oportunidad que Colombia no debería dejar pasar. El bienestar profundo será una de las grandes fuerzas del año. El viajero busca silencio, naturaleza, agua, caminatas y autenticidad. El paisaje cultural cafetero encarna esa promesa sin esfuerzo: luz, hospitalidad, arquitectura tradicional y un ritmo que invita a bajar la guardia. Lo mismo ocurre con los termales andinos, donde la experiencia es genuina, natural, regeneradora. En un mundo cansado, lo esencial se volvió aspiracional, y Colombia está alineada con esa búsqueda.

La naturaleza también cambió de rol. Ya no basta con mostrarla: hay que interpretarla. El viajero no solo quiere tomar una foto, sino que quiere comprender lo que está viendo, conectarse con una historia y participar de un proceso. Guaviare, con su arte rupestre y su geología sorprendente, ya empieza a asomarse en conversaciones internacionales. El Amazonas ofrece una experiencia donde la cultura viva es protagonista. Nariño mezcla geografía sagrada y cocina ancestral. Santander seduce con aventura suave, caminos centenarios y paisajes contundentes. Y a este mapa se suma con enorme potencial el safari llanero, en Casanare, con la observación de fauna en libertad en sabanas abiertas, acompañada por vaquianos conocedores de su tierra y paisajes de gran escala. Avistar chigüiros, caimanes, aves y, con suerte, felinos, en escenarios que parecen infinitos, conecta de frente con la tendencia global de safaris responsables. Colombia puede ser, en este frente, una alternativa auténtica y distinta a los circuitos tradicionales.

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En Casanare son conscientes, desde hace varios años, de que la biodiversidad de sus territorios y la riqueza cultural de sus comunidades constituyen su ventaja competitiva. Muestra de ello es la Reserva Natural el Encanto de Guanapalo, en San Luis de Palenque.
Foto: Cortesía Alexis Puerta, @turismocasanare - Cortesía: Alexis Puerta, @turismocasanare

La cultura viva, por su parte, será un motor decisivo en 2026. Música, tradiciones y cocinas locales están moviendo viajes con la misma fuerza que el sol y la playa. Medellín es hoy un centro creativo con resonancia global y epicentro de nómadas digitales. Cali respira salsa como lenguaje cotidiano. Bogotá se consolidó como una escena gastronómica, artística y de conciertos que sorprende al visitante informado. Mompox, Palenque, Ciénaga y Honda guardan relatos poderosos que, bien contados, se convierten en experiencias memorables. Colombia tiene aquí una ventaja natural: lo cultural no está en una vitrina, está vivo.

Hay otra tendencia que conviene mirar con cuidado, porque tiene mucho de Colombia: las estancias patrimoniales restauradas, los llamados “salvaged stays”. El mundo busca lugares donde dormir sea también una forma de habitar el pasado: casonas, edificios históricos y arquitectura republicana recuperada con sensibilidad. Mompox, con sus casas coloniales convertidas en hoteles de autor. Honda, con sus casonas ribereñas recuperadas. Y los centros históricos de ciudades como Bogotá, Santa Marta o Cartagena, donde el patrimonio bien restaurado puede convertirse en experiencia. No es solo hospedaje, es memoria viva puesta al servicio del viajero contemporáneo.

Y como si todo lo anterior no fuera suficiente, 2026 consolidará una tendencia que redefine la forma de viajar: la hiperpersonalización. El viajero ya no se mueve por categorías generales, sino por motivaciones íntimas y específicas. Algunos buscan gastronomía, música o creatividad; otros, caminatas, ciclismo, espiritualidad o bienestar regenerativo. El viaje dejó de ser un producto estandarizado para convertirse en una experiencia personal. Colombia, por diversidad, puede responder a esa demanda si presenta su oferta de manera segmentada, clara y emocionalmente conectada. El mundo quiere viajar “a su manera”. Y en el país esa posibilidad es natural.

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Incluso el pequeño lujo —ese lujo íntimo, silencioso y estéticamente cuidado— favorece al país. Barichara es uno de los mejores exponentes regionales del “quiet luxury”, otra tendencia fuerte para 2026: armonía, luz, diseño natural y un ritmo propio. Villa de Leyva, por su parte, combina arquitectura impecable, gastronomía, enoturismo emergente y noches estrelladas. Providencia sigue siendo uno de los tesoros más valiosos del Caribe: naturaleza intacta, cultura creole y un espíritu de lugar que no se puede replicar.

Las islas de Providencia y Santa Catalina son algunos de los destinos más lindos de Colombia.
Foto: Getty Images y María Alejandra Castaño Carmona

A todo esto se suma un motor de gran alcance: el turismo deportivo. El Mundial de Fútbol de 2026 se jugará en Estados Unidos, México y Canadá, y moverá flujos globales gigantescos. Con él crecerá un tipo de viajero que se mueve por pasión, identidad y comunidad. Ese viajero no solo va al país sede, sino que busca experiencias antes y después del evento, como entrenamientos, cultura local y bienestar físico. Colombia tiene una oportunidad real si articula su narrativa deportiva. El país es reconocido por su ciclismo, su fútbol, sus paisajes de montaña y su cultura deportiva vibrante, pero también por deportes que conectan naturaleza y adrenalina con una estética muy contemporánea. El kitesurf, por ejemplo, ya tiene escenarios con nombre propio, como Salinas del Rey, en el Atlántico, y el Cabo de la Vela, en La Guajira, donde el viento y el paisaje construyen una experiencia que pocos lugares del continente pueden ofrecer.

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Nada de esto significa relegar los destinos tradicionales. Cartagena, Santa Marta, San Andrés, Medellín y el Eje Cafetero seguirán siendo anclas fundamentales. Pero todos necesitan ajustes en temas como la gestión de capacidad, la diversificación de experiencias, la sostenibilidad, la seguridad y una narrativa que vaya más allá de lo evidente. El mundo ya no viaja para chulear en una lista el destino. Viaja para sentirlo, para que algo de ese lugar permanezca en la memoria.

Y aquí vuelvo al punto que más preocupa: en un año electoral, y de transición institucional, el país puede volverse intermitente. Y en turismo, la intermitencia cuesta. La promoción, tanto nacional como internacional, debe sostenerse con la misma intensidad, independientemente del ruido político. Si apagamos el motor varios meses costará volver a poner en funcionamiento el sistema. En la era de la inteligencia artificial, desaparecer de la conversación seis meses equivale a desaparecer de la consideración de millones de viajeros.

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Colombia necesita en 2026 una mirada estratégica: adaptar la oferta a las tendencias, fortalecer la seguridad y la calidad, mirar con honestidad a la competencia, ordenar los productos turísticos para que sean comprensibles en cualquier plataforma y sostener la promoción sin interrupciones ni improvisaciones. Solo así Colombia puede ser tendencia en 2026.

*Experto en turismo y transporte aéreo.

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Por Gilberto Salcedo Ribero*

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