Turismo
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Vacaciones reales

Conozca los destinos escogidos por algunos personajes de la monarquía.

El Espectador
13 de junio de 2011 - 05:32 p. m.

Los reyes del verano, el mar y el viento

El príncipe Felipe de Borbón y la princesa Letizia con sus hijas en Palma de Mallorca.

Es en una ciudad isleña, a orillas del Mar Mediterráneo, donde los príncipes de España se desprenden de los serios uniformes y los trajes formales para mostrar siquiera algún centímetro de piel. Vestidos vaporosos y bermudas se convierten en los diseños preferidos para ponerse en onda con el verano. Mientras que cientos de turistas acuden a Palma de Mallorca por el sol, la cantidad de playas, los numerosos bares y restaurantes, Felipe de Borbón lo hace por las regatas del Club Náutico, por la competencia de la Copa del Rey de la Vela y sobre todo por tradición. Hace más de 30 años que sus padres, el rey Juan Carlos y la reina Sofía, se refugian en sus terrenos de descanso. Una costumbre que no cesa, para promocionar el turismo en la isla, pero que ha dejado de ser una regla desde su matrimonio con Letizia Ortiz, quien, por ejemplo, lo convence de escaparse a Grecia en Semana Santa pero está ahí para recibir a los Obama y disfrutar un desayuno. El palacio Marivent, construido sobre una zona rocosa en 1923 por el arquitecto Guillem Fortesa, es el lugar donde la familia pasa sus días de ocio. El palacio tiene un estanque ovalado con tres fuentes, una piscina y un amplio jardín lleno de pinos, árboles y palmeras. La entrada a la enorme casa de ladrillo está enmarcada por dos columnas de piedra. La manutención anual alcanza el millón de euros. En Palma de Mallorca la pareja también se dio un beso que fue fotografiado por varios paparazis y que le costó 45.000 euros a una de esas revistas del corazón. La princesa Letizia, en respuesta, salió en tres ocasiones distintas del mar con el mismo vestido de baño. “Me pongo el uniforme de todos los días para ver si se cansan de las fotos”.

El príncipe Guillermo Alejandro y la princesa Máxima esquían en Austria


Parecían el cuadro ideal para una foto familiar, pero una espontánea, no aquella oficial y aburrida planeada con tiempo para enviar a la prensa. No. Esa vez, en sus vacaciones eran graciosos, naturales y se camuflaban en las gruesas prendas que los protegían del frío a más de 1.400 metros de altura, allá en las montañas. Y tuvieron la foto. Fueron varias, claro. Los paparazis estaban allí cercándolos pero ellos, los príncipes, se mostraron sin pudor. Su nombre es raramente impronunciable: Lech am Arlberg, un pequeño pueblo de Austria que reúne a montones de visitantes cada año para practicar deportes de invierno, un resort que recibe gente rica y famosa en la que no hay duda, por supuesto, de que la realeza también tiene vía libre. El secreto sigue siendo el mismo: la nieve. Por ella fueron, el príncipe Guillermo Alejandro y su esposa, la princesa Máxima, con sus tres hijas en sus pasadas vacaciones a divertirse en los Alpes austríacos y a enseñarle a Ariane, de tan solo 3 años de edad, cómo es esquiar en una pista especialmente adecuada para niños. “Tal vez sea demasiado pequeña, pero ella dice que está preparada para esquiar. Vamos a intentarlo, aunque no vamos a forzarla cuando no le apetezca hacerlo”, comentó el príncipe. De todas maneras, Ariane se retiró con una caída. Sus hermanas, Amalia y Alexia, un poquito más grandes, se desenvolvían creyendo ser las reinas de la pista. Así pasó. Nadie dejaba de seguirlas con la mirada. Lo más divertido de la experiencia fue los destellos de placidez de la reina Beatriz. Luego de su operación de la rodilla en el año 2005, era la primera vez que volvía a coger los esquís. Ella fue, como algunos la tildaron, la abuela más feliz del mundo al ver que todos sus nietos, los ocho, estaban reunidos en un mismo paisaje. La familia junta, exhibiendo al mundo su amor por ese deporte que los convocó en sus vacaciones, a los pequeños, a los grandes, a los mayores. Un destino en el que el frío hizo que todos, aquellos de la realeza que uno ve tan parcos y serios en las revistas, estuvieran muy cerquita.

Por El Espectador

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