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La Tierra agotó sus recursos naturales para este 2020. Si no modificamos nuestros patrones de producción, consumo y desperdicio, el planeta sufrirá una pérdida más intensa —e irreparable— de su biodiversidad. ¿Estamos ante un oscuro camino sin solución?
Esta situación se asemeja a la experiencia de manejar en carretera, cuando por múltiples motivos no se logra llegar al destino fijado ni se alcanzan los propósitos del viaje a plena luz del día. Entonces llega la noche y se genera una sensación de frustración, enojo, ansiedad, depresión y otros sentimientos humanos, similares a los que estamos viviendo globalmente con la pandemia, en diferentes magnitudes.
Lo particular de esta analogía es que bajo estas circunstancias de oscuridad en el camino, el acto instintivo del conductor —a veces obligado— es estar más atentos a las señales de la vía y encender las luces del vehículo para poder avanzar, con la intención de ubicar un lugar seguro mientras espera un nuevo día para continuar el viaje y alcanzar al punto de llegada. Aun así, serán pocos los casos donde el conductor decida no avanzar o devolverse.
Si homologamos la incertidumbre económica y el agotamiento de los recursos naturales a ese momento, cuando cae la noche mientras conducimos por carretera, lo correcto sería asumir instintivamente —u obligados, en caso de ser necesario— que, como sociedad, debemos estar más atentos a las señales, a prender las luces para continuar, vislumbrando las alternativas que tenemos, como es el caso de la economía circular.
Bien podemos decir que la economía circular es una señal en el camino que brinda tres grandes mensajes. Primero, hace un llamado a bajar la velocidad para reflexionar frente a nuestros modelos de consumo y, por otro lado, a manejar con mucha más atención y consciencia nuestros desperdicios domésticos o industriales.
En segundo lugar, indica que no podemos seguir siendo egoístas en el recorrido y, por lo tanto, para seguir adelante se debe realizar un trabajo colaborativo entre los sectores público, privado y académico, con un lenguaje transparente, a fin de establecer destinos comunes para garantizar la eficiencia, por parte de cada uno de los actores, con los recursos disponibles en la actualidad.
Finalmente, la economía circular establece que somos los conductores de nuestras vidas y, en consecuencia, los responsables de encender la luz que nos permitirá llegar a nuestro destino y enseñar —o iluminar, si se quiere— a las generaciones que se están formando, para que mejoren su comportamiento en la vía, buscando y generando nuevas rutas de emprendimiento e innovación que garanticen la conservación de los recursos naturales.
Para ser más receptivos y eficaces ante esta señal, se requieren algunas paradas estratégicas para lograr el mejor aprovechamiento posible de esta alternativa. Entre ellas, el Primer Congreso de Sostenibilidad Ambiental: “Economía circular y emprendimiento para el futuro”, organizado por la Universidad de La Salle, previsto para el próximo 11 de noviembre, abrirá un espacio temporal de encuentros temáticos para preguntarles a algunos conductores avanzados (emprendedores) cómo ha sido su camino, y reconocer nuevos destinos y retos (sector privado), sin dejar de aprender y reconocer otras modalidades de viajes y requerimientos técnicos (investigación), para comprender dónde están los recursos económicos y cómo se financian los proyectos (sector público).
El camino no será fácil, pero debemos retomar el rumbo de nuestro planeta y aunar esfuerzos para dejar a las futuras generaciones un espacio viable para disfrutar y realizar su propio proyecto de vida.
*Docente de Ingeniería Ambiental y Sanitaria de la Universidad de La Salle, especialista en Derecho Ambiental.