“El futuro de la humanidad es indudablemente urbano”, así lo asegura el “Informe Mundial de Ciudades 2022”, de ONU-Hábitat. Actualmente, el 56 % de la población humana global habita en zonas urbanas, pero se espera que en 2050 este porcentaje aumente al 70 %. Es decir, que en 26 años, aproximadamente 6.000 millones de personas vivirán en las ciudades del mundo.
Estas proyecciones plantean múltiples retos. Entre otras cosas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dice que la urbanización conlleva cambios en la ocupación y en los estilos de vida asociados a unos niveles más bajos de actividad física. Además, el crecimiento demográfico y la rapidez con la que se está dando este proceso contribuyen al aumento de enfermedades como el cáncer o la diabetes y otras asociadas al sedentarismo. También aceleran el cambio climático, pues las zonas urbanas son una importante fuente de emisiones de gases de efecto invernadero, ya que concentran gran parte de la población y la actividad económica e industrial.
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Por eso, uno de los retos de los países es asegurar que “las ciudades y los asentamientos humanos sean inclusivos, seguros, resilientes y sostenibles”, como quedó consignado en uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). ¿Cómo lograrlo? Los espacios verdes y azules dentro de las zonas urbanas son una alternativa necesaria.
“Los espacios verdes son lugares como los parques metropolitanos o los corredores verdes, que sirven, entre otras cosas, como espacios de conectividad para el tránsito de especies migratorias en una ciudad. Cuando se habla de espacios azules, está más asociado, por ejemplo, a las rondas de los ríos urbanos que también atraviesan las ciudades y que son parte del espacio público”, explica Paula Rodríguez, especialista en ciudades sostenibles de WWF Colombia.
Al firmar el Marco Global de Biodiversidad Kumming-Montreal en diciembre de 2022, 194 países, incluido Colombia, se comprometieron a aumentar significativamente la superficie, calidad y conectividad de estos espacios en las zonas urbanas y densamente pobladas.
La razón es que estos lugares tienen diferentes beneficios no solo para las comunidades, sino también para la biodiversidad. Por ejemplo, en el caso de los espacios azules, Carlos Rogéliz, líder para la Gestión Integrada del Recurso Hídrico de The Nature Conservancy en Colombia (TNC), menciona que “las zonas en las que se conservan ríos, lagos o humedales cumplen la función de poder renaturalizar el ciclo hídrico y tratar de imitar las condiciones que había antes del desarrollo de esa ciudad. Es muy difícil llegar a esa condición de pre desarrollo urbano, pero sí contribuyen a suavizar los impactos del cambio del uso del suelo”.
Sin embargo, no es solo tener más áreas, sino garantizar su calidad, como menciona la Meta 12 del Marco Global de Biodiversidad. En el caso de los cuerpos de agua es importante, según Rogéliz, garantizar que estén descontaminados para que realmente estén al servicio de la comunidad y de la biodiversidad. Lo mismo aplica para las zonas verdes. “No necesitamos un parque metropolitano que tenga mucho pasto o que tenga pinos o eucaliptos, por ejemplo, porque son especies foráneas, invasoras, que no sirven de alimento a las aves, mamíferos e insectos nativos”, menciona Rodríguez, de WWF.
La calidad a su vez está relacionada con el uso que le pueden dar las personas. Por ejemplo, en Colombia hay ciudades donde predomina el clima cálido todo el año. “Si hay corredores urbanos, estos pueden servir para brindarles sombra a las personas y de esa forma se pueden usar medios de transporte sostenibles, como caminar o la bicicleta. Ese tipo de espacios puede incentivar estas alternativas”, agrega Rodríguez.
Conectar las ciudades con los ecosistemas de su alrededor
El otro punto clave es la conectividad. Además de incentivar más zonas verdes y azules, en las ciudades se debe garantizar que estas estén conectadas entre sí, pero también con los ecosistemas que están a su alrededor.
¿Por qué? Rodríguez lo resume en que las “ciudades no pueden sobrevivir por si solas, necesitan de los ecosistemas rurales aledaños”. Por ejemplo, Cali necesita del Parque Nacional Farallones, que abastece gran parte del acueducto de la ciudad. Bucaramanga y Cúcuta necesitan el páramo de Santurbán también para el abastecimiento hídrico.
En el caso de los espacios azules la conectividad es esencial para las especies de peces y otros animales que necesitan de diferentes cuerpos de agua. Por ejemplo, los manatíes, una de las especies más representativas del país, necesitan tanto de las ciénagas para descansar, como de los caños para reproducirse y de los ríos para movilizarse de un lugar a otro.
Pero, más allá de los animales que habitan en estos cuerpos de agua, los sistemas hídricos necesitan conectividad por otras razones. “Ese sistema conectado no solo transporta agua, sino también transporta sedimentos, nutrientes, materia y energía. Por eso la conectividad es fundamental. Cuando se ponen barreras en el sistema, usualmente se altera ese ciclo”, explica Rogéliz, de TNC.
A esto se suman otras razones. En el caso de las zonas verdes en Bogotá, la experta de WWF menciona que la capital está rodeada de páramos, pero no tienen conectividad. “Un ejemplo son los venados del páramo de Chingaza. Cuando estos no pueden cruzar hasta el páramo de Sumapaz por ejemplo, porque no hay corredores verdes que conecten los dos páramos, esto genera algo que se llama endogamia y es que básicamente se empiezan a cruzar entre familiares y esto puede traer problemas genéticos que pueden poner en peligro las especies”.
Otros beneficios de estas zonas, según la ONU, son la filtración de la contaminación del aire y la disminución del efecto de las altas temperaturas. Este punto es esencial en ciudades como Barranquilla, donde se ha demostrado que las personas que viven en estratos socioeconómicos más bajos están expuestos a temperaturas más altas, según una investigación liderada por la Universidad del Norte. Antes también se había demostrado este patrón en Buenos Aires, Berlín, Johannesburgo y otras ciudades.
¿Cómo cumplir la meta?
Para Rogéliz, las autoridades locales deben tener en cuenta tres aspectos claves para poder aumentar significativamente el área, la calidad y conectividad de las zonas verdes y azules para 2030, que es el plazo que estableció el Marco Global de Biodiversidad. Lo primero es la planificación, donde se debe establecer cuál es el beneficio que se busca con ese espacio y los aspectos técnicos. Lo segundo es la toma de decisiones, y aquí, Rodríguez, de WWF, menciona algo clave: se necesita la articulación de las entidades locales.
“Muchas veces vemos que, por ejemplo, las secretarías de movilidad tienen un plan, pero la secretaría de ambiente tiene uno totalmente opuesto en la misma zona. Esas contradicciones generan demandas, malestar, y retrasos que no permiten ni que se avance, ni que se optimicen los recursos para poder ampliar las zonas”, sostiene.
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El tercer punto, que menciona Rogéliz, es un proceso social. “La participación ciudadana es muy importante para que estos proyectos prosperen”, dice. “Estas zonas hacen parte de la infraestructura de una ciudad, eso quiere decir que hay que mantenerla, diseñarla y conservarla para que perdure en el tiempo”, agrega.
Ambos expertos coinciden en que el país ha avanzado en esta meta, sobre todo en que ahora hay más conciencia de la necesidad de tener estos lugares. Sin embargo, aún hace falta mejorar. Por ejemplo, muchos de los ríos que atraviesan las ciudades tienen problemas de contaminación, algunas zonas verdes no cuentan con la debida iluminación y seguridad, por lo que se asocian con lugares peligrosos. También, según Rodríguez, hace falta más conocimiento sobre las especies nativas, que deberían predominar en este tipo de zonas.