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Es posible que en los últimos meses haya visto noticias como que el 2025 será uno de los tres años más cálidos que se han registrado, que la temperatura de los mares se calienta en tiempo récord, o de especies de corales, aves y mamíferos que se están declarando oficialmente extintas. Aunque pueden parecer aisladas, todos estos hechos nos indican algo concreto: estamos sobrepasando los límites que permiten que el planeta funcione de manera estable y segura para todos.
Hace 16 años, en 2009, un grupo de científicos propuso un concepto que incluye nueve procesos que, juntos, mantienen un sistema de vida en la Tierra estable y resiliente. Estos se denominaron como “límites planetarios”, y básicamente nos traza unas líneas rojas que no deberíamos cruzar para evitar graves consecuencias en la vida como la conocemos hoy, como explica Ferney Díaz, coordinador de Movilizaciones y Sostenibilidad del WWF Colombia.
“Cada proceso clave del planeta relacionado con en estos nueve límites - el Cambio Climático-, la acidificación de los océanos, el cambio del uso de los suelos, el agua o la biodiversidad- tiene un umbral que, si se cruza, aumenta el riesgo de cambios abruptos e irreversibles”, dice Díaz. Pero, si esto no sucede.
Antes de ver cómo se encuentra el “estado de salud” del planeta a la luz de estos límites, miremos de qué se trata cada uno. El primero de estos, aunque no existe un orden oficial, es el cambio climático, vinculado a la concentración de gases de efecto invernadero y a la estabilidad del clima global. Este, principalmente, evalúa dos cosas: la cantidad de dióxido de carbono (CO2, uno de los gases de efecto invernadero) en la atmósfera y el equilibrio energético de la Tierra, es decir, que el planeta no retenga más calor del que libera.
De acuerdo con el instituto de investigación Centro de Resiliencia de Estocolmo, un mayor dióxido de carbono en la atmósfera y una mayor radiación atrapada provocan el aumento de las temperaturas globales, como las que ya estamos experimentando, y alteran los patrones climáticos.
El segundo límite propuesto es la integridad de la biosfera, o alteración de la biodiversidad, que garantiza la resiliencia de los ecosistemas y los servicios ecosistémicos que sostienen la vida humana, como la polinización, la regulación hídrica y la fertilidad de los suelos.
El tercero corresponde al cambio en el uso de la tierra, que indica que la conversión de ecosistemas naturales en tierras agrícolas, urbanas o industriales altera profundamente la capacidad de la Tierra para mantener servicios ecosistémicos esenciales.
El cuarto está relacionado con el uso de agua dulce. Extraer agua de ríos, lagos y acuíferos por encima de su capacidad de recarga afecta funciones naturales como la captura de carbono y la biodiversidad, y puede provocar cambios en los niveles de precipitación (lluvias).
El quinto límite habla del uso excesivo de fertilizantes que alteran los ciclos naturales de nutrientes y genera contaminación, eutrofización (cuando un cuerpo de agua se sobrecarga de nutrientes) y zonas muertas en ríos y mares. Esto se debe a que afectan elementos nutritivos como el nitrógeno y el fósforo que son cruciales para la vida y el mantenimiento de los ecosistemas.
El sexto es la acidificación de los océanos, que ocurre cuando su pH disminuye a medida que absorbe el CO2 atmosférico, lo cual provoca que los océanos se vuelvan más ácidos. Este proceso perjudica a los organismos que necesitan carbonato de calcio para formar sus conchas o esqueletos, lo que impacta en los ecosistemas marinos y reduce la eficiencia del océano como sumidero de carbono, como explica el instituto de Estocolmo.
El séptimo y octavo límite están relacionados con la capa de ozono. Uno hace referencia a la presencia de partículas diminutas en el aire —como hollín, polvo, humo o sulfatos— que provienen de actividades humanas como la quema de combustibles, y que pueden, entre otras cosas, cambiar la forma en que la atmósfera refleja o absorbe la luz solar.
El otro es el agotamiento del ozono estratosférico, la capa de ozono que está en la parte alta de la atmósfera y que nos protege de los rayos ultravioleta (UV). El adelgazamiento de esta capa, debido principalmente a las sustancias químicas artificiales, permite que una mayor cantidad de radiación UV dañina llegue a la superficie terrestre.
El último límite es la introducción de nuevas entidades. Esto incluye plásticos, pesticidas, compuestos industriales y químicos sintéticos que alteran los ecosistemas. “Los avances tecnológicos introducen sustancias químicas sintéticas novedosas en el medio ambiente, movilizan materiales de formas completamente nuevas, modifican la genética de los organismos vivos e intervienen en los procesos evolutivos y alteran el funcionamiento del sistema terrestre”, explica el instituto de Estocolmo.
¿Aún estamos en zona segura?
Este año, un equipo internacional de científicos volvió a cuantificar los límites planetarios para conocer su estado actual. El panorama no es lo que esperaban: se están cruzando siete de los nueve límites planetarios, al tiempo que aumenta simultáneamente la presión en todos los procesos limítrofes.
Uno de estos es el del cambio climático. Actualmente, este límite ya ha sido sobrepasado: el CO₂ supera los 400 partes por millón (ppm) —, una unidad de medida que indica la concentración de gases de efecto invernadero– y la temperatura media global ha subido más de 1 °C respecto a la era preindustrial (años 1850-1900). “Los fenómenos extremos como olas de calor, incendios forestales, sequías prolongadas y tormentas devastadoras son señales claras de que el sistema climático está fuera de su rango seguro”, sostiene Díaz, de WWF.
El otro límite que también se ha sobrepasado es el de la alteración de la biodiversidad. De acuerdo con el Informe Planeta Vivo 2024 de WWF, el 73% de las poblaciones de vertebrados han disminuido desde 1970. La pérdida acelerada de hábitats y el cambio climático confirman que la integridad de la biosfera está gravemente comprometida.
Los océanos también muestran señales de alerta. El Chequeo de Salud Planetaria 2025 mostró que el límite de acidificación de los océanos se ha superado por primera vez. Desde el inicio de la era industrial, su pH superficial ha disminuido alrededor de 0,1 unidades, lo que representa un aumento de acidez del 30-40 %. Esto ha llevado a los ecosistemas marinos más allá de los límites seguros y ha degradado la capacidad de los océanos para actuar como estabilizadores de la Tierra.
Asimismo, los cuerpos de agua dulce también están dentro de los límites afectados. En Colombia, explica Díaz, de WWF, a pesar de contar con una alta disponibilidad teórica de agua dulce, las presiones provenientes del consumo humano, la agricultura, la industria y las zonas urbanas, sumadas a la contaminación, el deficiente saneamiento y la débil gestión, están comprometiendo la sostenibilidad del uso real del recurso. “No basta con que haya agua en el país; muchas regiones y comunidades enfrentan un acceso desigual, donde la disponibilidad no siempre se traduce en calidad ni continuidad del suministro”.
Los otros dos límites que se han sobrepasado son los de los flujos de nitrógeno y fósforo, y el del uso de la Tierra. A nivel mundial, las áreas forestales restantes en los biomas tropicales, boreales y templados han caído por debajo de los niveles seguros.
Para German Andrade, asesor científico del Instituto Humboldt, algo importante para tener en cuenta con los resultados de los límites planetarios es que “el estado de cada una de esas variables se presenta como uno agregado o acumulado a nivel global, lo cual no quiere decir que todos los territorios ya los hayan superado”.
Además, aclara que “no se puede afirmar con certeza que una vez sobrepasados los límites o umbrales, se pueda regresar a un estado anterior. Algunos cambios podrían ser irreversibles”, menciona Andrade.
Sin embargo, no todo son malas noticias. Los límites relacionados con la capa de ozono están dentro de la zona segura de operación. El ozono total se está recuperando lentamente gracias a la eliminación gradual a nivel internacional de las sustancias que lo agotan, un objetivo establecido en el Protocolo de Montreal de 1987.
Ferney Díaz, de WWF, dice que estamos en un punto crucial, donde las decisiones cotidianas toman más relevancia que nunca. Para esto hay ciertas preguntas que nos pueden ayudar: de dónde viene el producto que consumimos, de qué está hecho y qué tanta vida útil puede tener; es realmente necesario, se puede reemplazar por algo que ya existe o responde a una necesidad pasajera; finalmente, saber cómo se puede disponer de manera correcta cuando no lo use y preguntarnos qué tan fácil podría reincorporarse en un nuevo ciclo de producción, reciclarse.
Andrade, del Humboldt, agrega las soluciones basadas en naturaleza, esas acciones que usan los ecosistemas para resolver desafíos sociales y ambientales. Estas pueden ser una herramienta para mantenernos en una zona segura. “La condición básica para que puedan ayudar a mantener un territorio en una zona segura es su consolidación (no se trata solo de proyectos pilotos)”, dice.
Todas estas acciones deberían estar acompañadas de compromisos internacionales en materia de Cambio Climático y Biodiversidad y fortalecer la gobernanza ambiental y la participación comunitaria. Esto requiere acciones profundas y coordinadas entre los gobiernos, la sociedad civil y el sector productivo.